Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Literatura infantil, Niños

Cosquillas en los oídos

Un girasol que quiere ser cosmonauta, una hipotenusa con hipo, una extraña pareja de enamorados formada por un elefante y una paloma, un cocuyo mentiroso: todo es posible en la poesía dirigida al público infantil

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Actualmente, se escribe y se publica mucha poesía para el público infantil en Cuba. Y es muy saludable que se haga. Los niños y las niñas necesitan los versos para crecer espiritualmente. Es muy importante que tengan la posibilidad de leer poesía a esa edad, pues a medida que se desarrollen el mundo se encargará de privarlos de ella. Habrá, por supuesto, quienes aún nieguen que sirva para algo útil, qué le vamos a hacer. Interrogado acerca de qué aporta a la cabeza de esos lectores la poesía, el español Pedro Mañas, autor de varios poemarios dirigidos a ellos, expresó:

“Todo y más, como cualquier disciplina artística. Desde competencias del lenguaje hasta la formación de valores estéticos, pasando por el desarrollo de la memoria y la musicalidad. Y el puro placer de leerla o escucharla, claro. Se podrían añadir otros muchos beneficios, pero mencionaré uno que a veces olvidamos y que es fundamental: la formación de una ‘mirada poética’. Una manera distinta, renovadora, única de mirar el mundo… y de cambiarlo. A través de sus juegos, la poesía nos enseña a romper convenciones, a desterrar viejos símbolos e inventar otros nuevos, a establecer conexiones entre cosas que parecen dispares entre sí o a imaginar lo imposible. En definitiva, la poesía no solo sirve para dormir a los niños sino también para despertarlos”. Y agrega: “La poesía educa, emociona, enseña, divierte, enriquece y hace volar la imaginación. Es, en definitiva, el juguete más completo (y más barato) del mundo”.

Aparte de lo dicho por Mañas, conviene anotar que es además una manifestación literaria muy adecuada para esa edad, en la cual el ritmo, la cadencia, la musicalidad y el juego con las rimas constituyen rasgos innatos. Pero retomo lo que empecé a comentar al inicio, y es la abundante producción poética destinada a los lectores infantiles que hay en la Isla. En un viaje más o menos reciente que hice a La Habana, traje varios de libros. Al visitar las librerías, entre las numerosas ofertas existentes hice a vuelapluma una selección, integrada por ocho títulos. Tras haber concluido su lectura, redacté las líneas que siguen a continuación.

Comienzo por lo primero, que en este caso es presentar a lectoras y lectores los autores y sus respectivas obras. Para no establecer jerarquías, lo haré en orden alfabético: Ángel Augier (Saltarín Cantarán, Editorial Gente Nueva, La Habana, 2018, 59 páginas), Gregoria Bollé Pineda (Guiño travieso, Editorial El Mar y la Montaña, Guantánamo, 2017, 44 páginas), Manuel González Busto (El libro de Patricia, Editorial Gente Nueva, 2018, 37 páginas), Ángel Larramendi Mecías (Los sueños de un girasol, Ediciones Bayamo, 2017, 59 páginas), Armando López Carralero (La fuga de unas alas, Editorial Sanlope, Las Tunas, 2018, 67 páginas), Laura Olema García (La canción viene del río, Editorial Gente Nueva, 2015), Lucía Cristina Pérez (En algún desliz del tiempo, Ediciones Matanzas, 2018, 47 páginas) e Ibran Real Gil (Baúl de las adivinanzas, Editorial Gente Nueva, 2018, s.p.).

Algo a destacar en esa lista es la presencia de dos veteranos escritores, que con esos títulos incursionan por primera vez en la literatura para niños (Augier) y jóvenes (Olema García). A esos nombres es justo agregar el de los ilustradores, quienes han aportado un complemento visual que en este caso resulta imprescindible. Son ellos Pedro Luis Pomares Trujillo (Baúl de adivinanzas), Alain R. Cuba (Guiño travieso), Ángel G. Augier Calderín (Saltarín Cantarán), Yaitlin Pérez Zamora (El libro de Patricia), José Luis Fariñas (La canción de Patricia), Zenén Calero (En algún desliz del tiempo), Leydis Varela Chávez (Los sueños de un girasol) y Saimy K. Torres López (La fuga de unas alas).

Lo primero a resaltar en esos libros, salvo el de Olema García y, en parte, en el de González Busto, es que sus autores apuestan por los que versos que hacen cosquillas, como los definió la gran Gloria Fuertes. Por supuesto, cosquillas a los oídos, con su música: “Un grillo desafinado/ no dejaba de ensayar/ intentaba ser solista/ en la Orquesta Nacional. // D Re Mi Fa Sol La Si;/ y lo volvía a intentar. // ¡Qué grillo tan obstinado! / ¡Qué manera de soñar!” (Larramendi Mecías); “Una luz verde que vuela/ en la noche campesina/ es algo que me fascina/ cuando el calor me desvela. / En tanto la luna vela/ con ese candor tan suyo/ entre algún que otro murmullo/ y bajo una luz escasa, / miro como veloz pasa/ con su linterna el cocuyo” (Augier); “Mi padre quiere que sea/ marinero como él. / Pero mi barco está hecho/ de antiquísimo papel. // Con su cubierta tan frágil, / qué mares conoceré, / qué algas, cuál arrecife, / qué peces color café. // Mi padre quiere que sea/ un genuino timonel, / que le dé la vuelta al mundo/ en mi barco de papel” (López Carralero).

Textos que sorprenden y divierten

La autora de En algún desliz del tiempo prefiere emplear la rima asonante en algunos de sus poemas más breves. Por ejemplo, en este que ahora copio: “Hay un vendedor/ que pregona y canta; / pero se entristece/ si vende su carga”. Por su parte, Olema García opta por el verso libre en su poemario, al cual pertenece este texto: “Aquel árbol era tan frondoso/ y estaba tan lleno de trinos, / que no se sabía/ si las hojas cantaban/ o si los pájaros, todos, / se habían vuelto verdes”.

Cuatro de esos libros incluyen muestras de esas “hadas preguntonas sin abracadabras”, que son, como las define Real Gil, las adivinanzas. El suyo está integrado por completo por ellas, pues por algo se titula Baúl de adivinanzas. (Por cierto, al igual que El libro de Patricia, es tan pequeñito y liviano, que resulta muy práctico y perfecto para llevarlo en el bolsillo de la camisa.) Al escribirlo, su propósito fue dejar a los lectores pensando, aparte de entretenerlos con unos poemas en “donde la sonrisa no puede faltar”. Unos interrogan sobre animales (“Lleva su casa consigo, / algo lenta suele ser, / logró vencer a la liebre, / por su paciencia y saber”), otros sobre objetos que usamos en la vida cotidiana (“El tiempo no se me escapa, / colgado de la pared/ o elegante en tu muñeca/ sin ánimo de correr”) y también hay algunos referidos a personajes de ficción popularizados por el cine (“Hijo de un gran dibujante, / cubano de corazón, / luchó por su Cuba libre, / contra dólar y cañón”. Igual hay alguna persona que no sabe las respuestas, así que aquí las anoto: la tortuga, el reloj y Elpidio Valdés.

Una veintena de adivinanzas también incluye Bollé Pineda en Guiño travieso. Y cumpliendo con lo que promete en el título, reúne además varios poemas con rimas divertidas y volanderas y juegos con las palabras. “Hipo” es una muestra de esto último: “Tipos de hipo, don Paco, / descubrió en San Benedito: / Hipódromo, hipomanía, / hipófisis, hipogrifo, / hipopótamo hipotenso, / hipotenusa son hipo; / hipotensor, hipocampo, / hipólogo, hipoclorito. / Hipogalaxia: hipo grande; / hipócrita: hipo chiquito”.

Buena parte de esos textos sorprenden y son divertidos, pues a los lectores para quienes fueron escritos es necesario entrenarles desde pequeños el músculo del humor. Otros, en cambio, son versos que dejan pensando. Lo son varios de los que González Busto recopiló en El libro de Patricia, entre los cuales figura este: “El secreto del tiempo/ nadie lo sabe. /Vuela y vuela/ como un ave, / hasta ser polvo/ en el viento”. Naturalmente, poemas como ese están dirigidos a niños y niñas a partir de nueve años, como se indica en la contraportada. Algo que Gente Nueva hace en todos los libros que edita, y que es muy de elogiar.

La impresión que deja la lectura de esos ocho títulos es que la poesía para niños que se escribe hoy en la Isla tiene un buen nivel. Por supuesto, algunos libros son más logrados que otros, y hay autores que se destacan de sus compañeros. Pero en general, estos demuestran que dominan los recursos expresivos con los cuales trabajan y saben combinar los dos elementos esenciales de esa manifestación, el lenguaje y la musicalidad. Varios de los poemas resultan así idóneos para repetirse y ser aprendidos de memoria. Asimismo, no se advierten intenciones obvias de didactismo, y se apuesta por unos versos que diviertan, que encandilen, que entretengan y que, en algunas ocasiones, hagan pensar. Y hay, en fin, páginas que pueden sorprender a los lectores adultos por su capacidad para trascender las barreras de edad.

En los libros objeto de estas líneas, solo he echado en falta un acercamiento a la realidad en la cual viven los lectores a quienes van dirigidos. La única excepción es López Carralero, quien dedica parte del primer bloque de La fuga de unas alas a tratar asuntos como la muerte de sus abuelos. La literatura infantil y juvenil no debe ser sobreprotectora, ni tiene por qué sacar el cuerpo a los temas más crudos y escabrosos. Por muy duros que estos sean, todos tienes cabida siempre que se les trate con el registro adecuado. Eso es algo aceptado hoy por los editores y escritores que se dedican a esa manifestación. Pero no voy a extenderme sobre ello, y me limitaré a reproducir unas palabras de alguien tan autorizado para hablar sobre ese tema como lo es el escritor e ilustrador norteamericano Maurice Sendak:

“Creo que lo que he ofrecido ha sido distinto, pero no porque dibujara mejor que nadie ni escribiera mejor que nadie, sino porque fui más honesto que nadie. Al hablar de niños y de la vida de los niños y de las fantasías de los niños y del lenguaje de los niños, dije todo lo que quise decir. No creo en los niños, no creo en la niñez. No creo en la línea de demarcación de ‘eso no se les puede decir, eso otro tampoco se les puede decir’. Se les puede decir lo que se quiera. La única condición es que sea verdad. Si es verdad, díselo”.