Actualizado: 22/04/2024 20:20
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CON OJOS DE LECTOR

Desalmidonar las sombras de Villaverde

A partir de la célebre novela 'Cecilia Valdés', Norge Espinosa Mendoza ha escrito una pieza para títeres que rebosa desparpajo, sensualidad y transgresión.

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Aunque no se le puede catalogar entre las mejores obras de la narrativa cubana (pienso en una selecta lista en la cual comparten espacio Los pasos perdidos, Paradiso, Tres tristes tigres, El mundo alucinante, Hombres sin mujer, La carne de René y Mi tío el empleado), a Cecilia Valdés nadie puede disputarle, en cambio, el mérito de ser nuestra novela más popular, la única que ha sido capaz de haber dado vida a un mito nacional y, también, aquella que más artistas de otras manifestaciones han recreado. Zarzuelas, versiones teatrales y cinematográficas, adaptaciones a la radio y la televisión, ballets, ensayos, obras plásticas.

La más reciente revisitación de la célebre obra de Cirilo Villaverde está firmada por Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, 1971). Lleva el título de La Virgencita de Bronce, y él la clasifica como "comedia lírica para retablo en un prólogo y nueve cuadros a partir de la novela Cecilia Valdés o La Loma del Ángel de Cirilo Villaverde". Su autor la realizó por encargo del Teatro de las Cuatro Estaciones, que la estrenó el año pasado. Antes de eso, sin embargo, el texto vio la luz como libro (Ediciones Alarcos, La Habana, 2004).

La edición lleva un prólogo de ese excelente titiritero que es Armando Morales. En esas páginas éste señala la escasa literatura teatral para títeres que se ha escrito en Cuba, a causa, entre otras razones, de prejuicios tan generalizados como el de que su único destinatario es el auditorio infantil y que, por eso, tiene poca incidencia en la taquilla. A propósito de La Virgencita de Bronce, Morales comenta que al concebirla Espinosa Mendoza tuvo muy presente para qué "actor" ha pensado la acción, los diálogos, las características esenciales de los personajes. Y agrega que esos y otros aciertos denotan su dominio del oficio como dramaturgo y su fe y confianza en el arte escénico titiritero.

A la hora de enfrentarse a La Virgencita de Bronce, resulta conveniente no perder de vista lo que aclara el dramaturgo: se trata de una obra escrita "a partir" del original de Villaverde. Éste es una de las fuentes que Espinosa Mendoza empleó para elaborar su texto, pero no es la única, ni tampoco es seguida por él de modo respetuosamente fiel (la traición, sostenía Reinaldo Arenas, es una de las primeras condiciones de la creación artística). En unas páginas que aparecen al final de la edición objeto de esta reseña, el autor anota que para crear su obra se dejó caer en un amplio juego de búsquedas, lecturas y memorias, en un ir y venir de un libro a otro, de una fuente a otra: la novela de Villaverde, el libreto de la zarzuela de Gonzalo Roig, una adaptación para títeres hecha por Modesto Centeno, la pieza teatral Parece blanca de Abelardo Estorino, La Loma del Ángel del antes citado Arenas…

Con estas dos últimas obras, en especial, La Virgencita de Bronce tiene importantes puntos de contacto. Y puede decirse con propiedad que entre las tres existen unos aires de familia que las emparientan. El propio Espinosa Mendoza admite lo que para él significaron los aportes de Arenas y Estorino. De la libérrima versión realizada por el primero le interesaron sobre todo "el goce de sensualidad que se dispara en varias escenas y un franco sentido del desparpajo sin el cual no hubiera podido desalmidonar a las sombras de Villaverde". Parece blanca, así como una versión para títeres de La dama de las camelias escrita por Estorino, comenta Espinosa Mendoza, vinieron a ser el detonante decisivo del tono y el acento lúdico de La Virgencita de Bronce. En un texto sobre la primera de esas dos piezas que se publicó en la revista Encuentro de la Cultura Cubana (números 26-27), destaca además el deseo de Estorino de "zafar las ataduras del mito, y entregar una mirada fresca a un argumento que casi todo cubano dice conocer a la perfección". Y concluye que Parece blanca es y no es, felizmente, la tragedia de Villaverde.


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