Actualizado: 29/04/2024 2:09
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El cine que vimos, el cine que nos vio

Una ojeada retrospectiva a la cartelera cinematográfica que se ofrecía en Cuba hace medio siglo

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Hace algunos años, exactamente en 2005, si la memoria no me falla, comenté en este mismo periódico La Habana en un espejo. Se trata de una crónica en la que Alma Guillermoprieto reconstruye su estancia en Cuba, a donde viajó a impartir clases de danza a fines de la década de los 60. Opino, y así intenté expresarlo, que es un buen libro, escrito con elegancia, inteligencia y amenidad. Recuerdo, no obstante, que había una afirmación que me pareció del todo inexacta. He revisado el ejemplar que poseo para reproducir la cita textualmente, pero la muy puñetera se me ha escurrido. En fin, tampoco es tan importante.

Lo que la periodista mexicana decía tenía que ver con la programación cinematográfica que se ponía en la Isla, durante el período en el que residió. Según ella, era pobre y poco interesante. Si alguien apunta que hubo películas que, debido a la censura o a las causas que fuesen, dejaron de proyectarse, es algo que no se puede negar ni refutar. Pero sostener que la oferta que se ofrecía era escasa, aburrida y poco variada, equivale a faltar a la verdad. Los cubanos, ya digo, dejamos de ver muchos filmes. Pero quienes en esos años asistían de modo regular a las salas, sobre todos las de La Habana, pueden dar fe de que veíamos no solo buen cine, sino además realizado en muchos países.

Picado por la curiosidad, decidí verificar si, en efecto, yo tengo razón, pues siempre es saludable tener sus dudas. Para ello hice algo con lo cual, no lo voy a negar, disfruto mucho: utilizar el retrovisor para echar una mirada al pasado. En este caso específico, al cine que vimos en Cuba décadas atrás. Concretamente, hace medio siglo, esto es, en 1961. Logré conseguir una copia de la lista de estrenos que existe en el Instituto cubano de Arte e Industria Cinematográficos, y además revisé la colección correspondiente a ese año de las revistas Cinema y Bohemia. Eso me permitió tener una visión más completa y también mejor documentada, pues pude acceder al material informativo y crítico.

Antes de comenzar el análisis de la cartelera cinematográfica de 1961, es indispensable que haga referencia a algunos hechos que entonces se produjeron. Eso obedece a que a partir de 1959, en Cuba es imposible soslayar la maldita circunstancia de la política por todas partes. El 3 de enero de ese año, el Gobierno de Estados Unidos anunció la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares con Cuba. El de Cuba, por su parte, continuó la nacionalización de las empresas norteamericanas, iniciada el año anterior. Así, el Departamento de Recuperación de Bienes del Ministerio de Hacienda aprobó la resolución 2868, que autorizó al ICAIC, “previa investigación y antecedentes que obran sobre el caso”, a intervenir las distribuidoras. El 11 de mayo ese organismo asumió la dirección de Películas Fox de Cuba, Artistas Unidos, Películas Columbia de Cuba, Compañía del Sur de Películas Hermanos Warner, Primera Nacional y Películas Nuevas Universal de Cuba. Esas empresas fueron intervenidas “con todas sus oficinas, dependencias, bienes tangibles e intangibles, así como su activo y pasivo bancario”. La citada resolución permitió, pues, que el ICAIC, además de producir las películas rodadas en Cuba, pasara a tener el control de la programación de los cines de todo el país.

Esto tuvo un efecto inmediato y notorio en la cartelera cinematográfica. De acuerdo a la lista del ICAIC, los estrenos de ese año fueron en total 213. (Aclaro, no obstante, que la revisión de la prensa arroja una cifra un poco mayor. Eso puede deberse a que no se recogen los estrenos antes de la nacionalización de las distribuidoras.) De esas películas, 55 procedían de la antigua Unión Soviética. Asimismo se proyectaron 18 de Yugoslavia, 20 de Checoslovaquia, 6 de la República Democrática Alemana, 5 de Polonia, 6 de la República Popular China y 2 de Hungría. Esa nutrida presencia de las cinematografías de lo que otrora se llamó el campo socialista, contrasta con la ostensiblemente menor que tuvo la de Estados Unidos, reducida a 11 títulos. El resto de los filmes corresponden a México (27), Francia (19), Italia (11), España (11), Japón (4), Suecia (2), República Federal de Alemania (3), Inglaterra (2) y Argentina (1). A esas películas hay que agregar Cuba baila, Realengo 18 e Historias de la revolución, los tres largometrajes producidos por el ICAIC (el último se estrenó a fines de 1960, pero a partir de enero del 61 fue cuando tuvo su distribución comercial).

Los inicios de la nouvelle vague

Como es natural, el único dato que aportan las cifras anteriores es que los cubanos tuvieron la posibilidad de ver cintas de 17 países, lo cual no está nada mal para esa época. La información empieza a adquirir otra dimensión si apuntamos que entre los directores de esos filmes hallamos, entre otros nombres, los de Ingmar Bergman, Grigori Chujrai, Alain Resnais, Mijaíl Kalatozov, Claude Chabrol, Iosif Jeifitz, Roberto Rossellini, Andrzej Munk, Jiri Trnka, Louis Malle, Mijaíl Romm, Jerzy Kawalerowicz, Jacques Becquer, Jiri Weiss, Leopoldo Torre Nilsson, Peter Brook, Michelangelo Antonioni, Vincent Minelli, Claude Autant-Lara.

De todos modos, el público aún parecía estar apegado a los viejos gustos estéticos. Eso lo pone de manifiesto el abultado número de películas mexicanas que se exhibieron. En su mayoría, corresponden al cine de mariachis y charros y al melodrama. Los títulos son elocuentes: Por ti aprendí a querer, Dicen que soy hombre malo, Me gustan valentones, México nunca duerme, Angelitos del trapecio, Dos corazones y un cielo. Debo señalar, no obstante, que en esa lista también figura Macario, de Ricardo Gavaldón, que el año anterior había competido en Cannes y que fue el primer filme mexicano nominado al Oscar, en la categoría de película extranjera. Asimismo una prueba de la popularidad que entonces tenía entre nosotros el cine azteca, es el festival que los cines habaneros Riviera y City Hall dedicaron a Cantinflas, en el mes de febrero.

Desde el punto de vista estético, lo más interesante del bloque europeo (no incluyo aquí, aclaro, los antiguos países socialistas) fueron los filmes franceses. Eran, vale recordar, los años iniciales de la nouvelle vague. De hecho, uno de los títulos que se proyectaron ese año en Cuba, El bello Sergio, es considerado por muchos críticos como el arranque oficial de ese movimiento. Primer largometraje dirigido por Claude Chabrol, es por eso aún inmaduro: tiene fallos en el ritmo y la trama es excesivamente metafórica. Pero significó todo un ejemplo para sus colegas, por su economía de medios, sus osados planos y sus imágenes y encuadres barrocos, al estilo de Orson Welles.

Otro título que constituyó un hito fue Hiroshima, mon amour. Quienes la han visto, de seguro la recordarán, pues es de esas obras que dejan una duradera e imborrable impresión. Marcó también el estreno en el largometraje de Alain Resnais, quien pese a ser contemporáneo de la nouvelle vague, nunca se consideró parte de ese movimiento fílmico. Sus protagonistas son una actriz francesa que filma una película pacifista en Japón y un arquitecto de ese país, con quien ella tiene una breve relación. Ambos guardan dolorosos recuerdos de la guerra, y su vínculo parece representar algún tipo de acercamiento entre esos dos mundos. Los diálogos los escribió Marguerite Duras, a partir de una novela suya. Vista hoy, Hiroshima, mon amour conserva parte de su osadía formal, pero pienso que el público de nuestros días, tan deformado y embrutecido, difícilmente aceptará una experiencia tan intensa.

Marguerite Duras también firma el guión de Moderato cantabile, que coescribió con Gérard Jarlot. Es un relato psicológico en torno al asesinato de una mujer por su novio. Este hecho cambia la visión de la realidad de dos desconocidos, una aburrida ama de casa (Jeanne Moreau) y un obrero (Jean-Paul Belmondo). Fascinados y obsesionados por los sucesos que pudieron desembocar en este hecho, ambos sienten una especial atracción por el lugar donde se produjo el crimen. Una noche, los dos voyeurs arreglan un último encuentro en el bar donde el asesinato que los unió se llevó a cabo. Peter Brook, conocido más por su labor teatral, dirigió este complejo rompecabezas que se puede definir como el relato de una fascinación. La arriesgada puesta en escena resulta ejemplar para lo que pretende sugerir, así como por su inteligente utilización del scope y por una fotografía llena de contrastes. Moreau además realizó un magnífico trabajo, por el cual fue reconocida como mejor actriz en el Festival de Cannes de 1960.

Los hombres, ¡qué sinvergüenzas!, Domingo romano, Siempre te amé, Camino del deseo, Yo y las mujeres, Adiós, juventud, Un maldito enredo. Esos títulos corresponden a filmes italianos sobre los cuales poco más merece decirse. Las dos únicas cintas significativas vistas entonces fueron La aventura, de Antonioni, y El general de la Rovere, de Rossellini, León de Oro en el Festival de Venecia de 1959 y nominada al Oscar como mejor guión original. Se estrenaron además El umbral de la vida y La noche de los titiriteros, de Bergman, de quien solo se había proyectado antes un filme. También de Suecia se proyectó La realidad de los sueños, una comedia dirigida por Kenne Fant. Y menciono, en fin, Desvístase, doctor, una muestra del humor inglés en su mejor expresión.

Cinematografías, hasta entonces, poco o nada conocidas

Para los espectadores de la Isla, la gran novedad de la cartelera de 1961 fue el abundante número de cintas pertenecientes a cinematografías que, hasta entonces, les resultaban poco o nada conocidas. A partir de ese año, para los cinéfilos empezaron a ser familiares directores como el polaco Jerzy Kawalerowicz (El tren nocturno), el ruso Grigori Chujrai (La balada del soldado), el checo Jiri Weiss (Romeo, Julieta y las tinieblas). De igual modo sucedió con intérpretes como Zbigniew Cybulski, Tatiana Samoilova y Mari Törõcsik. Para contribuir a esa difusión, en el mes de mayo se celebró en distintas salas de Marianao la Semana del Cine Socialista, con proyecciones cuyas entradas costaban 30 centavos. Por su parte, el ICAIC organizó muestras similares dedicadas al cine de la Unión Soviética, Checoslovaquia, RDA y Yugoslavia. Fue una iniciativa que se hizo regularmente durante varios años, y a la cual después se incorporaron las correspondientes a Polonia y Hungría.

El año anterior, el jurado de Cannes concedió por unanimidad el premio a la mejor participación a la representación soviética. La integraban dos largometrajes exhibidos en Cuba en el 61: La balada del soldado y La dama del perrito, de Iosif Jeifitz. La primera constituye una de las mejores realizaciones del breve período del deshielo, tras el famoso discurso de Nikita Jrushov de 1956. Chujrai, no obstante, tuvo que enfrentar muchas trabas burocráticas desde que presentó el guión. Incluso una vez terminada la cinta, Mosfilm se negó a distribuirla en las principales ciudades de la Unión Soviética. Eso cambió después que fue premiada, además de Cannes, en Estados Unidos, Inglaterra e Italia. Está ambientada durante la Guerra Patria, pero recrea esa etapa desde una perspectiva humana y antiheroica, lejos de los rígidos esquemas del realismo socialista. Otro de sus encantos es la sencillez con que está contada la historia, aunque es un filme mucho más elaborado de lo que aparenta. La ARTYC, asociación que agrupaba a los críticos de cine y teatro de Cuba, seleccionó La balada del soldado como la mejor película del año.

El cine ruso posee una larga tradición, que se extiende hasta nuestros días, de hacer magníficas adaptaciones cinematográficas de obras literarias. La dama del perrito es una de ellas. Se basa en un conocido cuento de Antón Chéjov, que narra una relación amorosa sin esperanzas, con el Mar Negro como telón de fondo. Jeifitz logró recrear y evocar intensamente el mundo chejoviano, con su atmósfera asfixiante y sus característicos tiempos muertos. Muy destacado es también el trabajo actoral que desarrollan los dos protagonistas, Iya Savina y Alexéi Batalov.

Ingmar Bergman admiraba el filme de Jéifitz y en una entrevista comentó sobre el mismo: “En La dama del perrito, precisamente, uno experimenta el olor, y la luz, y el calor, y el frío y la sugestión de los roces entre los personajes y hasta el peculiar aroma de una habitación… En realidad, no hay nada que falte en esta película. Uno vive con todos los sentidos. Chejov ha inspirado tanto al director que este, a su vez, ha llegado a recrear toda la atmósfera del original. Podemos convenir, por ejemplo, en que pocas películas habrá que sugieran la idea del color con tanta intensidad como ésta, a pesar de estar realizada en blanco y negro. Uno siente en color. Acuérdese del principio: los días cálidos llenos de sol y de viento, la pereza, el aburrimiento, la sorda y latente presión del otoño colgando todavía en el aire…”.

Otro que tenía en alta estima esa película fue Néstor Almendros, quien por ese tiempo escribía en la revista Bohemia. Los textos que allí publicó representan el mejor registro crítico del cine que se exhibió en Cuba en esos años. Del comentario que escribió sobre la cinta de Jeifitz, reproduzco estas palabras: “Un modelo purísimo, clásico casi diríamos, de buen cine. Ante una obra de arte total no se puede hablar en verdad de ‘nuevas olas’, de ‘neorrealismos’, de ‘modernidad’. La dama del perrito queda ahí como un caso aislado, que no sigue ‘ismos’ en boga, en fin, como un filme excepcional sin tiempo”.

Año del cine soviético y de la rebaja de las entradas

Néstor Almendros dejó plasmada una muy buena valoración de los filmes polacos y checos exhibidos en Cuba ese año. Al reseñar Los cinco de la calle Barska, de Alexander Ford, escribió que “de todos los países socialistas, Polonia es el que cuenta con el movimiento cinematográfico de más importancia. (Estamos hablando en términos de estética, no de industria.)”. Positiva es también su opinión sobre el cine proveniente de Checoslovaquia. Eso se pone de manifiesto en los textos que dedicó a Hoyo de lobos y Romeo, Julieta y las tinieblas, de Weiss, Alto principio, de Jiri Krejcik, Sueño de una noche de verano, de Jiri Trnka, y La paloma blanca, de Frantisek Vlácil.

La reseña de este último filme fue muy mal recibida y significó el final de la carrera de Almendros como crítico de cine en Cuba. Lo cuenta él en la introducción de su libro Cinemanía: “En aquel texto parece que se me fue la mano al alabar en la película su aspecto novedoso dentro del cine del Este, el hecho de que celebrase la ausencia de aquel tufo antipático del ‘realismo socialista’. Y La paloma blanca era solo una modesta película de bajo presupuesto, muy joven, muy experimental y muy abierta de ideas, y me atreví a mencionar un tema todavía tabú en Cuba: que era una obra que iba en su espíritu tácitamente en contra del estalinismo”.

Por si fuera poco, pocas semanas antes Almendros había publicado un trabajo sobre P.M., el documental de Orlando Jiménez y Sabá Cabrera que había sido calificado como “negativo” por la dirección del ICAIC. “He aquí una película cubana que resulta una auténtica joya del cine experimental”, comenzaba su comentario. Asimismo expresó que en P.M. hay “un gran amor por el ser humano, por el hombre humilde, por el hombre anónimo y hay amor hasta para el pobre borracho desorientado”. A eso hay que sumar que Almendros había elogiado el cine polaco por ser más abierto que el del resto de los países socialistas. Y escribió con entusiasmo sobre La dama del perrito, pues a juicio suyo “tenía elementos muy fuera del dogma” y la consideraba “una película finísima”.

Las cifras que mencioné al comienzo demuestran que 1961 fue indudablemente el año del cine soviético. En el mes de marzo, apareció en los diarios el anuncio de que Producciones Fénix S.A. iba a presentar “sus más grandiosas películas soviéticas” en 31 cines de Guanajay, Santiago de Cuba, Cárdenas, Pinar del Río, Matanzas, Niquero, Guanabacoa, San Miguel del Padrón y La Habana. Los títulos proyectados fueron Otelo, Ilya Muromets, Así es el circo, Lenin en octubre, Alejandro Nevski, El destino de un hombre, La carta que no se envió y La casa en que vivo. Asimismo el cine Radiocentro acogió el reestreno del Cinerama con Dos horas en la URSS.

En aquel grupo de filmes de la Unión Soviética logró colarse Canción de cuna, un drama humano sobre un sargento de aviación que busca a la hija perdida, dirigido por Mijaíl Kalik. Su estreno no pasó inadvertido para Almendros, quien reconoció que es una película no solo interesante, sino sorprendente, porque aborda conflictos y situaciones de la vida soviética contemporánea. Y apuntó que en Kalik el cine soviético tenía “un valor del que caben esperar grandes cosas en el futuro”. Su pronóstico se confirmó plenamente dos años después, cuando se pudo ver en Cuba En pos del sol.

1961 fue también el año en que la Isla recibió la visita de la actriz mexicana Rosaura Revueltas, protagonista de La sal de la tierra, y de los cineastas Chris Marker y Joris Ivens. Este último filmó dos documentales, Carnet de viaje y Un pueblo en armas. Asimismo la Dirección de Cultura del Ministerio de Cultura y el ICAIC convocaron a un concurso de argumentos cinematográficos. El premio consistía en mil pesos y la posibilidad de ser llevado a la pantalla grande. También fue el año en que dejó de publicarse la revista Cineguía y se crearon los Estudios Fílmicos de las Fuerzas Armadas.

Por su parte, los espectadores recibieron con alegría la noticia de la rebaja del precio de las entradas: de 1 peso a 60 centavos y, en las tertulias, de 60 centavos a 40. Y en la cartelera cinematográfica de los periódicos se podían leer anuncios como estos: “Los amantes. ¡Con el más angustioso suspenso sexual! (Prohibida a los hipócritas)”; “¡Un gran programa que nadie se perderá! Pancho Villa y la Valentina, con Pedro Armendáriz y Elsa Aguirre. Dicen que soy hombre malo, con Luis Aguilar y Lilia Prado”. Ah, qué tiempos aquellos.


“Cuba baila”, uno de los largometrajes cubanos estrenados en 1961Galería

Cuba baila, uno de los largometrajes cubanos estrenados en 1961.

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Largometraje dirigido por Julio García Espinosa y supervisado por Cesare Zavattini, mezcla el melodrama más o menos político con el documental musical. Se estrenó en 1961. [Ricobassilon]

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