Actualizado: 23/04/2024 20:43
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El jardín y el abandono

'Edad de miedo al frío', el más reciente poemario de William Navarrete, es en sí mismo un libro-isla, un libro-tierra rodeado de agua.

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William Navarrete nació en el norte de la provincia oriental de la Isla, zona donde encontraron un pretexto para la plenitud los temedores de la vaciedad mitológica. Estuvo por allí, suponemos, el cacicazgo más enfático de la protohistoria criolla. Evento imaginario que nos sirve para (al menos) ilustrar la convergencia espacial del nacimiento de caracteres personalísimos de la historia: Castro y Batista, entre los políticos; Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, entre los escritores, para decantar ejemplos.

Incluso William Navarrete, el artista, sin ser otra de nuestras variantes modernas del "fraile", es una de las personalidades de más consecuentes contornos que muestra hoy la cultura cubana. Pensador político sin temor a la acción, demócrata convencido, profesor, editor y crítico exigente, conversador brillante e ironista implacable. Narrador. Investigador. Periodista.

Es además poeta. Y lo es sin afección: creo que en su caso la poesía es otro de los canales con que nos saluda su mundo interior. No está a la vista sólo la persona que manipula el medio, sino, como querían Schiller y Emerson, el genio que tiene que expresarse por una cuestión de biología, de sobrevivencia. Es decir, que en su caso no hay alternativa: o explota o implota. La poesía es ahora la creadora de la paz transitoria; la paz, sólo la tregua hacia un nuevo surgimiento.

Edad de miedo al frío (Aduana Vieja, Cádiz, 2005) es el (su) libro de poemas que viene a resolvernos el otoño. Esta edición, sin ser necesario, cuenta con dos adiciones. La primera se indica como "Otros poemas": son unas piezas que constituyen una suerte de juntas de historia. Nexos que reclaman, que cantan, a la multicefalidad de los tiempos: a la metamorfosis de María de Heredia, a los servicios estéticos bicontinentales de María Martínez o a los movimientos de Robert Baal. La segunda adición se titula "Divertimentos sonados", donde por alguna razón le sale un (que me lastima) sarcasmo quevediano al poeta; o no le sale el verde acostumbrado en sus retoños (hablaba del otoño).

Canto al viaje

He despachado con rapidez estas dos circunstancias, porque Edad de miedo al frío es un broche que abre y cierra en sí mismo con exactitud matemática. Es un canto al viaje, de viaje, para viajar, con una ruta espiritual y arquitectónica exacta. Los poemas de este libro no se están quietos, existen para ser releídos en su sensibilidad, en su belleza, en su hondura. Es también un libro doblemente púdico. Quien quiera hacer una lectura erótica, muy erótica del texto, puede conseguirlo; lo mismo que quienes desean hacerle una exploración de tesis, digamos que filosófica. Sólo que esos dos niveles, el sexual y el neuronal, no se encuentran en superficie: ni hay obscenidades estimulantes, ni hay citas o referencias librescas. El libro, como uno de sus personajes, está "abandonado" en el jardín del amor.


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