Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Ichaso, Literatura, Periodismo

El periodismo hecho con inteligencia y rigor (I)

Se cumplen 120 años del nacimiento de Francisco Ichaso, un escritor que ha caído en un injusto olvido. Eso ha hecho que su trabajo haya quedado oculto, difuminado, y hoy sea desconocido por las últimas generaciones

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Usualmente se dice que el tiempo pone a cada uno en su lugar, pero en todo caso hay que agregar que esa norma no siempre se cumple con justicia. Prueba de ello son los escritores que inmerecidamente han caído en el olvido. No hablo, naturalmente, de aquellos cuya obra no ha resistido el paso del tiempo. Me refiero a aquellos que, por causas diversas, se ven condenados a la invisibilidad.

Unas veces eso es consecuencia del ocultamiento deliberado, de la muerte, de la decisión de no escribir más. Pero en otras ocasiones esa desmemoria puede ser inducida por las imposiciones políticas y los abusos del poder establecido. Hay pocas cosas que a este le molesten más que un escritor que le diga las verdades a la cara o que simplemente no acepta someterse servilmente a la lealtad del papagayo. Eso es suficiente para que se le expurgue y excluya de la permanencia literaria reservada a los incondicionales y obedientes. El espacio al cual se le confina es, por el contrario, el olvido, que como recordó Georges Bernanos constituye el asesinato perfecto.

Ese triste e inmerecido destino es el que ha corrido Francisco Ichaso (Cienfuegos, 10 de octubre 1901-México, 27 de octubre 1962). Cuando están a punto de cumplirse seis décadas de su fallecimiento, tal parece como si junto con su cadáver hubiese sido enterrada su obra. Al igual que durante décadas se hizo en Cuba con todos los escritores y artistas que optaban por el exilio, sus textos nunca más se reeditaron y su nombre ni siquiera se podía mencionar. Fue uno de los tantos damnificados por esa ley general de alzhéimer, con la cual se busca una ignorancia total del pasado. Su objetivo es haber conformado un canon oficial plagado de omisiones, hojarasca tendenciosa y silencios deliberados. De ello resulta una historia de la literatura distorsionada y reacondicionada por intereses ideológicos, que impide así que podamos comprender quiénes somos, de dónde venimos, qué ha sucedido en nuestro devenir histórico.

En el caso particular de Ichaso, además de no comulgar con la ideología del régimen recién instaurado, en esa expurgación de nuestra literatura parece haber influido un hecho acaecido en 1959. Los meses que siguieron al triunfo de la revolución eran muy propicios a que proliferaran los pescadores en río revuelto. Uno de ellos hizo la falsa acusación de que Ichaso había colaborado con el régimen de Batista. En su libro Zona rebelde: la diplomacia española ante la revolución cubana 1957-1960, Manuel de Paz Sánchez cuenta una anécdota que le narró Juan Pablo Lojendio, quien al triunfo de la revolución era embajador de España en Cuba. Algunos han de recordarlo, pues fue el que

irrumpió por sorpresa en los estudios de Telemundo en pleno discurso del Finado. Este había acusado a la cancillería española y al régimen de Franco de alentar “movimientos contrarrevolucionarios”. Irritado por el episodio, el comandante dio la orden de que se declarara persona non grata al canciller español en la Isla y fuese expulsado del país en 24 horas.

Según Lojendio le relató al autor del libro, “unos días antes se había producido la detención de Francisco Ichaso —periodista, académico y presidente de la Asociación Cubana de la UNESCO—, so pretexto de haberse descubierto una carta en la que el antiguo embajador de Cuba ante las Naciones Unidas, [Emilio] Núñez Portuondo, comunicaba a Batista que Ichaso le habían informado de la actuación sospechosa de cierto funcionario, quien fue perseguido y detenido a raíz de esta denuncia”. Eso bastó para que a Ichaso lo encarcelaran. Pese a que nunca se le hizo juicio ni tampoco fue acusado formalmente de delito alguno, lo enviaron al Castillo del Príncipe, donde permaneció durante varios meses. De la prisión y del vilipendio público que sufrió entonces lograron librarlo sus precarias condiciones de salud.

En la introducción a la Órbita de la Revista de Avance (Ediciones Unión, 1965), Martí Casanovas califica a Ichaso como el escritor “de menos seriedad” de todos los que se nuclearon en torno a aquella publicación. Llama la atención que esa desvalorización la expresara un periodista cuya obra se reduce a unos cuantos artículos que, hasta ahora, nadie se ha interesado en recopilar. Es cierto que Ichaso fue absorbido por lo que su colega y amigo Jorge Mañach llamó la esclavitud del diarismo. Pero escatimarle seriedad y rigor tanto a su faena periodística como a su no muy extensa producción crítica y ensayística es tan injusto como mezquino. Y tampoco es de recibo incurrir en el error de tomar la cantidad por sí sola como un valor estético seguro.

Crítico de vasta lectura y aguda penetración

En casi toda Hispanoamérica, escribió Mañach, el periodismo es “un pequeño monstruo insaciable que devora —entre otras cosas nobles— mucho talento literario. Por la vertiente de la hoja cotidiana se suele precipitar hacia una estimación efímera un caudal enorme de agilidad y de sensibilidad intelectual que, naturalmente, se pierde para los hondos remansos del libro”. Escritores que han dado muestra continua en su obra periodística de su enjundia y su arte expresivo, “acaban por agotarse en la espera angustiosa de «su libro», perdiéndose para la literatura bibliotecable”.

Mañach se refiere al caso de Ichaso, “reputado en Cuba, desde hace muchos años, como una de las plumas más vigorosas y sutiles a la vez, como crítico de vasta lectura y aguda penetración (sobre todo en materia musical y dramática)”. Publicó esas palabras para saludar la salida de Defensa del hombre, el primer libro propiamente dicho de su amigo y colega. Es, por cierto, la única obra de este que ha sido reimpresa. Lo hizo en 2016 Ediciones Cielonaranja, aunque hasta hace unas semanas los herederos de Ichaso lo desconocían.

Unos años antes de que vieran la luz sus primeros ensayos y textos críticos en la Revista de Avance, Social y el Suplemento Literario del Diario de la Marina, Ichaso ya era una firma habitual en la prensa diaria habanera. Hasta donde me ha sido posible indagar, desde 1923 redactó en el Decano una columna llamada Farandulerías, donde alternaba los comentarios con las notas informativas. A partir de abril de 1928, tuvo por algún tiempo una columna llamada miniaturas en el periódico Excélsior. El hallazgo de esa última labor suya se debe al laborioso investigador Ricardo Hernández Otero, quien tuvo la generosidad de compartirlo conmigo.

Ichaso era hijo de León Ichaso Díaz, un famoso periodista que fue subdirector del Diario de la Marina. Eso explica que fue allí donde realizó la mayor parte de su trabajo. En 1931, volvió al mismo para colaborar regularmente en la sección Escenario y pantalla, donde escribía sobre teatro, cine y música. A partir de la década de los 40, su firma también comenzó a aparecer de modo paralelo en la página de opinión, en la cual contaba con una columna propia, Acotaciones. En 1953, textos suyos aparecieron en 7 días de la política, que se publicó cada domingo por algunos meses. Por esos mismos años, Ichaso comenzó a publicar en la muy leída revista semanal Bohemia, donde por lo general se ocupaba de temas políticos. También hizo lo mismo en el Diario de la Marina, donde tuvo a cargo por algún tiempo la columna Comentarios políticos, que aparecía en la página 3. Aunque no puedo afirmar que sea una relación completa, de todo lo anterior se puede deducir que la cifra de artículos publicados por Ichaso asciende a algunos miles.

Su larga trayectoria periodística corresponde a una de las etapas más destacadas del periodismo en Cuba. A lo la largo de las varias décadas en las cuales se mantuvo activo, escribieron regularmente figuras como Jorge Mañach, Rafael Suárez Solís, Gastón Baquero, Ramón Vasconcelos, Herminio Portell Vilá, Alejo Carpentier, Eladio Secades, para mencionar unos pocos. Gracias a la seriedad y la dedicación con que asumió su trabajo, Ichaso logró hacerse un espacio en esa nómina y realizó una labor que le ganó el respeto de sus colegas. Se vio además reconocida con varios de los principales galardones que en esa época se concedían en ese gremio: el Juan Gualberto Gómez, el Justo de Lara, el José I. Rivero.

La lectura de los artículos de Ichaso permite tener una visión de sus cualidades y su buen hacer. Se advierte, en primer lugar, el amplio abanico temático del cual se ocupó. En su vasta producción pueden encontrar textos sobre deporte, política, nutrición, literatura, historia, artes plásticas, teatro, cine. Podía escribir lo mismo acerca de la transformación experimentada por La Habana y los usos y abusos del lenguaje, que sobre la escasez de parques en nuestra capital, el mal gusto de la propaganda electoral y el propio oficio del periodista. Abundan, asimismo, los trabajos dedicados a figuras cubanas y extranjeras. No hacía distinción entre los asuntos relevantes y los triviales. A través de su prosa, sabía transfigurar hechos y cosas insignificantes y otorgar a lo cotidiano un carácter excepcional.

Cargaba sus textos de sustancia y reflexiones

Para poner un ejemplo de esto último que señalo, copio a continuación los primeros párrafos de un hermoso artículo suyo titulado suyo “Las palomas de Nueva York”. Apareció en el Diario de la Marina en enero de 1948, y es una estupenda muestra de sus intuiciones, sus finuras sensibles, su lenguaje elegante y donoso, su admirable capacidad para combinar la imaginación con el pensamiento.

“Nueva York, en este invierno, es una ciudad llena de nieve y de palomas. Estas palomas no son, empero, níveas. Tal vez por mimetismo defensivo han tomado el color pizarroso de la urbe y su plumaje oscuro contrasta con la helada blancura.

“Se siente menos frío cuando vemos las palomas volar sobre la nieve. En un panorama desolado son la única cosa cálida e íntima. Se piensa en el diluvio y en el arca. Una paloma es una esperanza en el aire. Una promesa de compañía y de ternura. Bajo las alas, donde la sangre se concentra para el vuelo, hay un latido y un calor casi humanos. Dan ganas de meter los dedos por entre sus plumas como por entre la cabellera de una mujer hermosa.

“Estas palomas, como las de Nietzsche, son forasteras; pero hay en ellas un temblor universal. No se asustan ante el extranjero y cuando lo miran parecen decirle «esta es tu casa». Y dicen bien, pues ellas son las verdaderas hospedadoras de la ciudad, las que se quedan siempre en casa y las únicas que hacen al viajero cortesías y zalemas de buena crianza. Nueva York sería mucho más indiferente de lo que es si no tuviese el acento trémulo de las palomas.

“Frente al hotel donde paramos hay un viejo edificio deshabitado. Desde 1890 hasta hace unos meses fue un banco. Ahora es un palomar. Las palomas se posan en el alero y en los marcos de la ventana y algunas hacen graciosos equilibrios en los toscos adornos de la fachada. Constantemente el edificio está enguirnaldado de vuelos, como si todos los días fuesen de gala para él. Las palomas atenúan, casi diríamos que poetizan, toda la antipatía de este dórico comercial tan corriente en las edificaciones del viejo Nueva York”.

Esa capacidad de hacer trascender los hechos en apariencia más insignificantes y humildes tenía mucho que ver con que Ichaso poseía la marca del pensador genuino, capaz de ponerlo de manifiesto tanto en el ensayo de cierta extensión como en el artículo periodístico. No se quedaba en el simple nivel informativo, sino que por lo general cargaba sus textos de sustancia y de reflexiones. En ellos abundan los conceptos y las ideas y son textos didácticos y lúcidos. El hecho de dirigirse a un lector común como lo es el de los diarios, no lo llevó a confundir la brevedad con el esquematismo, el sentido de la claridad con la pobreza de lenguaje.

A lo largo de su larga ejecutoria periodística, en numerosas ocasiones Ichaso dio muestra de su agudeza y su penetración crítica. Voy a poner un ejemplo que ilustra la visión que le permitía anticiparse y ver los valores en ciernes de un creador o de una obra. En fecha tan temprana como octubre de 1924, publicó en el Diario de la Marina un trabajo dedicado a Alejo Carpentier, al cual pertenecen estas líneas: “Oídle hablar, vedlo escribir y os percatareis de su claro talento, de su sentido artístico, de su amor a la belleza, de su saber amable y depurado. Carpentier os dirá cosas de la última escuela pictórica, del más reciente alarde «ultrafuturista» hecho en ese París demoníaco y multiavisor, y en sus comentarios sorprenderéis la condición vigilante de un intelectual que, sin cesar, atalaya el horizonte, ávido de nuevas luces, de nuevos sonidos, de nuevas imágenes.// Porque Carpentier es un espíritu modernísimo con todas las curiosidades, todas las vacilaciones y todas las inquietudes del siglo. Carpentier es de los que pretende, a todo trance, violar la urdimbre de esta centuria en la que vivimos, horadar con la mirada el velo de Isis de los años que quedan y ver con sus propios ojos voraces el espectáculo del venidero siglo, con sus nuevas posiciones, sus nuevas conquistas, sus nuevas audacias”.

Ichaso atendía tanto el contenido como la forma. En un trabajo acerca de su prosa reflexiva, Rosario Rexach lo caracteriza como un ensayista de lengua precisa, clara y de gran riqueza expresiva. Esas mismas cualidades están presentes en su quehacer periodístico, con el suplemento de la amenidad y la nitidez comunicativa. Busca la accesibilidad, pero no la desvirtúa en fórmulas triviales. Opta por una prosa directa, ordenada, exacta de léxico, que corre con soltura y fluidez y se lee con agrado, pero que a la vez es cuidada y posee una encomiable voluntad de estilo.

Estaba convencido de que “el buen periodista, en todas las latitudes, ha hecho siempre buena literatura. Literatura en su justo sentido, es decir: expresión clara, concisa y elegante de un tema cualquiera, “bien sea un suceso de policía, un suceso de teatro, un suceso deportivo, el suceso de un libro, el suceso de una idea o el suceso de un hombre”. Y añadía que, de no ser un buen literato, corre el riesgo “de quedarse en mero «exhibidor de noticias»”.

“Soy un articulista profesional que lleva cincuenta años de labor y no ha tenido todavía la curiosidad de coleccionar o aprovechar ninguna parte de sus artículos, caso tan poco frecuente, que en medio siglo de mi vida de escritor no he conocido más que uno, entre los escritores españoles: el mío”. Esto lo expresó el periodista y escritor español Corpus Barga, pero bien lo pudo haber dicho Ichaso. Nunca se preocupó de recoger, aunque fuese una parte de su quehacer periodístico, y esa es una de las razones de que su trabajo haya quedado oculto, difuminado, y hoy sea desconocido por las últimas generaciones.

No pertenecía Ichaso a la estirpe de escritores que utilizan el periodismo como un instrumento para llegar a la literatura; ni a la de aquellos que redactan miniensayos para ganarse la vida o darles más difusión a sus ideas. Concretó su escritura en las páginas de los diarios, y demostró cuánta dosis de periodismo puede caber en la literatura. Dejó numerosos textos en los cuales hizo permanente lo efímero. Sostenía Francisco Umbral que más que el solo de violín, la crónica es el soneto del periodismo. Las de Ichaso así lo confirman, pues cumplen las exigencias que comparten ambos géneros: concisión, medida, precisión, lenguaje, síntesis, belleza formal y rúbrica poderosa.