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Literatura cubana, México, Obituario

Iván Portela o la exuberancia como un atributo

El domingo 13 de enero de 2019 falleció en la capital mexicana el poeta cubano-mexicano Iván Alejandro Portela Bonachea

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El exilio es una película sin créditos ni fecha de producción. Nadie la distribuye porque no tiene tráiler de promoción: un filme sin avances está consignado al fracaso. Nadie se pone la blusa del desarraigo así por así, para lucir sus botones que agarrotan el cuello sobre un estampado de flores marchitas que no entra en los esquemas marcados por los modistos célebres. Andamos entre olores extraños, entre sonrisas que nunca desciframos. Saborear el agua que calma la sed: mudanza teñida de predicción: esperamos la humedad de la infancia extraída con el balde lanzado al vacío estrecho del pozo. / Las imágenes transcurren en una sala oscura concurrida por difuntos.

“Deseoso es aquel que huye de su madre. / Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva. / La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto. / Deseoso es dejar de ver a su madre”: (José Lezama Lima). ¿Qué queda del presagio, si la ausencia de la madre se impone en todo el derrotero?

El fin de semana pasado —domingo, 13 de enero de 2019, 1:30 horas. El mismo día que falleció en Zúrich, Suiza, James Joyce, uno de sus escritores preferidos— murió en la capital mexicana el poeta cubano-mexicano Iván Alejandro Portela Bonachea (Santa Clara, 1944-Ciudad de México, 2019). Hace unos meses me había dicho por teléfono: “No estoy triste, Carlitos: me pesa el tiempo transcurrido, no lo niego; pero, lo que más me ha dolido en estos años es el alejamiento. El hombre lo soporta todo: el abandono, no”. Me enteré de su defunción por la poeta santiaguera Odette Alonso: ella y yo nos comunicamos siempre estas cuentas impostergables.

La primera vez que vi a Iván Portela una ráfaga de música explayada se instaló en mis ojos. La mañana estaba nublada, octubre de 1986, otoño sin irradiaciones: cuando tropecé con Iván un albor disipó la conjetura de la lluvia. La primera vez que Iván habló conmigo explayó un versículo apremiante sobre el mundo: “No sé nada del tiempo / vivo en la ventolera / los ciclos me marean. / Soy un aturdido que intenta / no sé si de día o de noche: / desandar”. Así fue mi primera vez con Iván Portela y sus coplas ensortijadas: un poeta a merced del vendaval.

Después lo seguí frecuentando: asedié sus rutas, reproduje los atavíos verdes que tanto presumía, comí de su plato y enmendé la plana de escolar hambriento que siempre escoltó su premura. Escribía con furia: garabateaba pliegos con caligrafía de campesino. “Tengo que apurarme: son demasiadas puertas, las cuales estoy obligado a quitarles las aldabas para siempre. Recibo mensajes. Me llegan cifras. Me llegan coordenadas. Me llegan ríos. Me llegan vidas que piden aliento. Tengo que escribir, no puedo parar”, me dijo una tarde de agosto de 1990 por allá por el barrio de Las Águilas, en el sureste de la Ciudad de México, mientras caminábamos saboreando un helado de guanábana.

Iván Portela, poeta de dos islas: Irlanda y Cuba. Amor nombrado y amor revivido. Amor en los atajos de la espesura de dos mares sujetados en la nostalgia, cosidos en la espera y en la vagabunda esperanza. ''La realidad es que en Irlanda pude oler a Dios. Si en México se le experimenta en la euforia colectiva, en Irlanda puedes tú olerlo. ¡La inmensa alegría de ambular de un lado a otro por aquellos parajes! ¡El placer enorme de platicar con los poetas en Dublín y Cork, lejos de muchos malestares, inquisiciones, barreras inmerecidas, en fin, lejos de las sombras y muy cerca de la luz! ¡La felicidad de conocer el amor en toda su plenitud!”. / José Martí y W. B. Yeats. José Lezama Lima y Seamus Heaney. Guillermo Cabrera Infante y John Banville. James Joyce y Eliseo Diego. Samuel Beckett y Gastón Baquero. Dan Coen y Eliseo Alberto, Lichi. Oscar Wilde y Reinaldo Arenas… Dublín-La Habana-Santa Clara-Ciudad de México.

En la alforja siempre cargaba las ediciones de Antiguos poetas irlandeses y Libro de Kells. / Irlanda, esa ínsula extraña de acantilados, castillos, catedrales, bosques y valles en las pupilas de Iván. Mar céltico: piélago de fervores. Las espumas muerden las huellas del pescador. // “Querría bañarme en extrañeza: / estas comodidades amontonadas encima de mí / me asfixian!”: recitaba Iván y se inundaba del ánimo de Ezra Pound: sacaba de la mochila los Cantos Ivánicos y empezaba a canturrear calle abajo por Álvaro Obregón, colonia Roma, después que salía de impartir su seminario sobre la diosa celta Ériu en el Centro de Cultura Casa Lamm.

He sido testigo de un escritor abrigado en el furor: emborronaba cuadernos con un plumón de tinta verde a todas horas. Apuntes, diarios, viñetas, narraciones, venturas y poemas que se convirtieron en libros: Dentelladas de un Ególatra (poesía), Tenamaste (Cuento), Itinerario de un Poeta (poesía), El Cisne Esclerótico (poesía), La Cruz de Caña (poesía y ensayo), La Otra Carade Irlanda (poesía), Cantos Ivánicos (poesía), Cantos de Fuego (poesía), Cantos de Tir na n-Og (poesía), Green Delirium (poesía), Poeta de dosIslas (poesía)…

Más de 140 carpetas interfoliadas, empotradas en unos anaqueles de madera de pino olorosa. “Oye, muchacho, yo no me detengo: ahora estoy ocupado en un poemario: Cantos Celta-Mayas, y en un informe narrativo, quizás remedando a Lichi, que quiero titular Los verdaderos miserables. Ve por la casa y te leo algunos fragmentos”, me dijo una vez, en las escaleras art nouveau de la entrada de Casa Lamm. No fui a su casa. Iván empezaba a recitar y no paraba, era un exaltado: amoroso poseso. Sigo pasmado: el frenético adeudo que tenía Iván con la palabra: alucinación que algún novelista se verá obligado a contar.

Poeta tribuno, declamaba sus estrofas de memoria y todo el auditorio se quedaba encantado con su labia de esdrújulas tentadoras y verbo de estampida visceral. Tenía una legión de alumnos universitarios mexicanos que lo honraba con verdadera devoción. Recuerdo uno de mis últimos encuentros con él: Alameda Central, Centro Histórico de La Ciudad de México, a un costado del porfiriano Palacio de Bellas Artes: febrero de 2017. Me regaló tres cuadernos suyos que yo no tenía, abrió una jaba tejida por artesanos de Oaxaca y sacó con gestos de un nigromante: La Cruz de Caña, La Otra Cara de Irlanda y Cantos de Tir na n-Og, me los autografió con su plumada rústica de guajiro villaclareño: “Para Carlitos, con todo el cariño Ivánico acumulado: un montón de amor, muchas toneladas de anhelos. La fe de por medio y la poesía como una misión. Tu Iván. Febrero 2017. En México”.

Quiero tenerlo así para mí: lindo poeta mirando el mundo con ternura desafiante, apoyado sobre el lomo de un árbol. No le digo Adiós: él está con nosotros en la imborrable huella de la querencia. Dicen que pronunció este epigrama semanas antes de su partida: “Mi corazón vuelve a ser joven. Y al calor de la fe se renueva”. Iván Portela o la exuberancia como un atributo.


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