Actualizado: 18/04/2024 23:36
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CON OJOS DE LECTOR

Retrato del poeta seriamente enfermo

Con 'Scar Tissue', Gustavo Pérez Firmat se suma a los pocos poetas cubanos que han convertido sus vivencias como enfermos en tema central de un libro.

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En 1985 Antón Arrufat redactó un breve texto que leyó en la presentación del libro Las hojas clínicas, de Francisco Mir Mulet. En el mismo comentó que aunque muchos poetas cubanos han estado enfermos y recluidos en hospitales o clínicas, ninguno ha convertido esa vivencia en tema de su poesía. Esa apreciación, hecha a propósito de la salida del citado poemario se puede hacer extensiva al resto de las literaturas del mundo. El padecimiento de una dolencia, esa intrusa que llega a nuestra existencia sin pedir permiso ni haber sido invitada, actúa por lo general como un estímulo que provoca en nosotros numerosas interrogantes: por qué me tocó a mí, cómo la contraje, sanaré pronto, quedaré bien del todo; pero en cambio no suele hacer que los poetas hablen directamente sobre ella.

Arrufat citaba el ejemplo de José María Heredia, quien aunque estuvo aquejado por la tisis, no la convirtió en asunto primordial de sus versos. En éstos, anota, "tan sólo hay como una vibración febril remota, la exaltación de quien conoce de antemano que su vida será breve y todo lo mira como despidiéndose y aferrándose a la vez a todo". Al de Heredia se pueden agregar otros ejemplos. Walt Whitman fue asmático, pero ¿dónde están los textos suyos en los cuales se refiere a ello de modo explícito? Elizabeth Barret Browning tuvo desde niña una salud muy precaria. A partir de 1838 estuvo incapacitada durante una década, a causa de una lesión en la columna y de una enfermedad pulmonar. Después padeció una misteriosa dolencia, que la mantuvo inválida por mucho tiempo y cuyos dolores la obligaron a usar morfina. Mas en vano buscaremos poemas suyos donde se refiera a ello.

A Las hojas clínicas se ha venido a incorporar hace poco Scar Tissue (Bilingual Press/ Editorial Bilingüe, Tempe, Arzona, 2005), de Gustavo Pérez Firmat (1949). Al igual que en el de Francisco Mir Mulet, estamos ante un libro escrito desde la convalecencia. Pero a diferencia del de Mir Mulet, en el cual se elude en todo momento nombrar el mal y escribir sobre el mismo, en el de Pérez Firmat por el contrario las referencias son abundantes. En el prólogo, el autor cuenta que cuando murió su padre, amargado y empobrecido tras más de cuarenta años de infructuoso exilio, se dijo que había recibido de él un invalorable legado: la determinación de no ser como él. Dos meses más tarde tuvo que ir al médico a causa de una molestia en las vías urinarias, y fue entonces cuando le descubrieron que tenía un cáncer en la próstata, la misma enfermedad que había sufrido su padre. Lo cual, expresa, "put me on my place, his place". Eso lo obligó a someterse a una radical prostatactomía, una operación quirúrgica complicada pero relativamente segura.

Pérez Firmat confirma lo apuntado ya por otros escritores y filósofos: "El daño a nuestro cuerpo promueve una claridad, la venganza de la mente por la humillación inflingida por la enfermedad y su tratamiento". Una vez recuperado, empieza a tratar de ser él de nuevo, a restablecer la conexión con la persona que había sido antes de la intervención. Pero ocurre que esa misma persona no es ya la misma, pues ahora viene con la marca indeleble de quien ha sufrido. Su visión de la vida y la dirección de sus ideas están determinadas por sus males físicos pasados. Le tocó conocer lo que Cioran denomina la apostasía de los órganos, la carne que se rebela, se emancipa y quiere dejar de servir.

Esa independencia que ha adoptado su cuerpo Pérez Firmat la expresa con ese delicioso humor que constituye una de las señas de identidad de su escritura: "My body doesn't understand me.// (…) Me agobias con tus palabras, I say./ No me jodas más, coño; déjame en paz./ Still it drones on: stroma, epudidymis,/ anastomosis, ploidy, minilap, ablation, stent.// (…) Now my body cares only about itself./ It goes out at night, doesn't return my calls,/ has forgotten what we've meant to each other". En muchos de los poemas se hace evidente además el reconocimiento y la asunción del cuerpo e incluso del mal mismo: "Make peace with your body:/ The tumor is —was?— also you". El sujeto poético piensa que su cuerpo es un templo y siente orgullo por cada uno de sus órganos. Le hubiera gustado que algunos de ellos impresionasen a médicos y enfermeras durante la operación. Quería escuchar sus ohs y ahs al contemplar su vesícula, su hígado. Pero en el estupor postoperatorio lo único que oye son sus imperturbables conversaciones y el sonido metálico de los instrumentos. Esa conciencia del cuerpo la extiende incluso a su trabajo como profesor. En las primeras clases que da tras recuperarse de la prostatactomía dice a sus estudiantes que deben aprender a enseñar con sus cuerpos: "No es suficiente enseñar lo que ellos saben; deben enseñar lo que son". Y comenta que estaba preocupado por no ser capaz de enseñar sin próstata, aunque para su tranquilidad descubre que no es así: "La verdad es que enseño mejor porque enseño más despreocupadamente".


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