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Una amarga lucidez

La revolución puesta a discurrir en las pupilas de un burgués es el argumento de la mejor película iberoamericana de todos los tiempos.

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No había más elección. Memorias del subdesarrollo, filme con el que su director, Tomás Gutiérrez Alea, acerrojó su pase a la posteridad, volvió a ser pasada en la televisión en homenaje al cincuentenario del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos).

Era tarde en la noche del 24 de marzo, casi nadie la vio, pero los pocos que lo hicieron, debutantes y curtidos, terminaron por saber que un clásico siempre es, también, una cuestión de atrevimiento.

Tan sólo un par de escenas alcanzarían para demostrarlo. La parodia de una frase del Che Guevara, justo a un año de su muerte en Bolivia.

"Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar", reza una pancarta que, catalejo mediante, lee el protagonista del filme desde el mirador de su apartamento para continuar con "y como Laura y mis padres no pararán hasta llegar a Miami".

En otro de los monólogos, el antihéroe asegura que los cubanos se acomodan rápidamente a las circunstancias y siempre prefieren "que alguien piense por ellos". Acto seguido, la cámara toma una gigantografía de Fidel Castro enclavada en una carretera.

Concebida entre 1966 y 1968, la película "narra lo que sucede a un intelectual pequeñoburgués que se queda en Cuba como espectador después del triunfo de la Revolución. Ve partir a su mujer, padres y amigos hacia Estados Unidos. Se queda solo intentando analizar los acontecimientos. El conflicto lo constituye la confrontación entre una realidad que bulle e instala nuevos valores y el protagonista que no cree en ellos y duda de los del pasado", resume Rodolfo Santovenia.

Según este crítico y autor del primer diccionario de cine de América Latina, la obra sigue "fresca" y los "problemas planteados no se resuelven en la última imagen, sino que tienden a prolongarse más allá de la pantalla".

Preguntas sin respuesta

La sobrevida de la película radica en su sentido visionario: la condición que cuestiona, el subdesarrollo, y el instrumento para superarlo, la revolución, siguen, cincuenta años después, atorados en las trampas de la historia.

En un coloquio por los cuarenta años Memorias del subdesarrollo, celebrado en 2008 en el ICAIC, varios investigadores coincidieron en que las preguntas planteadas por el filme todavía laten sin respuesta.

"La película no es un repertorio de respuestas, sino de preguntas", desafía Víctor Fowler.

De acuerdo con este poeta y crítico de arte, "lo extraño de los tiempos que vivimos es que ya los intelectuales públicos carecen de la relevancia que tenían medio siglo atrás, el subdesarrollo y sus males continúan existiendo, el modelo clásico de socialismo fue prácticamente destruido y los vectores de confrontación social encontraron a estos nuevos sujetos que si bien despliegan nuevos escenarios para luchas justas, igualmente son componentes de la atomización de la idea de revolución, en especial, de revolución socialista".

"Memorias es una película que produce una fascinación en la gente, una fascinación justificada, no sólo dentro de Cuba sino y mucho más fuera de Cuba", manifestó por su parte la investigadora Caridad Miranda, quien valora como las vibraciones estéticas de la cinta han producido homenajes intertextuales en la cultura doméstica, desde el propio cine, hasta la música, el teatro, la televisión y la pintura.

Otra de las participantes en el coloquio, la novelista e historiadora Mercedes Santos Moray, dijo entonces que la película es "una obra verdaderamente honesta" que tocó la realidad cubana "sin hipocresías ni mentiras".

Una carrera de obstáculos

Esa autenticidad, en la que todos parecen coincidir, tuvo que sortear una carrera de obstáculos en la Cuba de 1968, un año no cualquiera, donde el Estado desprivatizó los pequeños negocios, arreció la ofensiva ateísta y dogmatizó la vida cultural, certificando, en el plano exterior, la invasión soviética a Checoslovaquia que archivaba la posibilidad del llamado socialismo democrático.

"El momento era, sin dudas, complejo y difícil para un filme que se proponía narrar la realidad revolucionaria a través de los ojos de un burgués, algo que no cabía en las mentalidades acostumbradas al esquema del héroe positivo", escribió Manuel Herrera, actual director de la Cinemateca de Cuba.

Para este realizador de cine, el contexto era tan desfavorable que llevó constantemente a los hacedores de la película a buscar un "punto de contención", obligándolos a "repasar una y otra vez la obra, a cortar aquí y allá, a mover secuencias de lugar".

Miguel Mendoza, productor del filme, recuerda el desagrado provocado por la novela de Edmundo Desnoes —obra homónima en la cual está basada la película— y la difícil asignación de presupuesto como varios de los obstáculos clave con los que lidiaron durante la filmación, por demás de bajísimo costo.

Se cuenta que el propio Titón, horas antes del estreno en el cine 12 y 23, de La Habana, tijera en mano hacía todavía el trabajo de edición. Nunca se ha dicho que escenas podó en el último minuto.

Pese a los tijeretazos, tal vez concesiones inevitables para que la película escandalizara menos a los censores, Tomás Gutiérrez Alea confesó años después que Memorias había sido la "película en que más libre me he sentido".

"Teníamos la convicción de que lo que estábamos realizando no iba a ser logrado plenamente, que iba a estar lleno de descuidos y suciedades, pero también sabíamos que expresábamos lo que queríamos y que por lo tanto algo nuestro estábamos aportando", rememoró en los años ochenta el autor, fallecido en 1996.

El aporte fue descomunal. Una obra de arte que interroga, desde una amarga lucidez, sobre las posibilidades de éxito de un proyecto revolucionario.


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Memorias del Subdesarrollo, Cuba, cine

'Memorias del Subdesarrollo'

Película de Tomás Gutiérrez Alea, 1968.

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