Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Colombia-Venezuela

Guerra de imágenes

Las pruebas de vida de Ingrid Betancourt: Bogotá echa por tierra la orgía mediática de Chávez.

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Sería inimaginable hoy contar con el escenario que se perfiló tras el resultado del referéndum el pasado 2 de diciembre, en Venezuela, si las autoridades colombianas no hubieran interceptado las pruebas de vida de Ingrid Betancourt.

Imaginar la escena del teniente coronel Hugo Chávez en el mitin de clausura de campaña, rodeado de los familiares de los rehenes, mientras Piedad Córdoba, cual sacerdotisa oferente, le entrega los preciosos documentos. De todos los rincones del mundo se hubiese elevado la emoción, alcanzando Caracas, particularmente desde París, esa caja de resonancia mundial que hace y deshace mitos, según donde se dirija el viento de las modas ideológicas.

Entre tanta ebriedad mediática, habría sido imposible imaginar la admisión del amo del Consejo Nacional Electoral, que se doblegara ante el resultado de la voluntad popular. Imposible que el general Isaías Baduel hubiese hecho sentir el impacto de su rigor y autoridad intelectual. La prensa mundial lo hubiera tomado por un aguafiestas.

No se le vería ahora en la primera página de los diarios más importantes del mundo, porque además del teniente coronel Chávez, ahora existen otros nombres de venezolanos que suenan en los medios internacionales: Teodoro Petkoff, los nombres de los dirigentes estudiantiles, en particular Stalin González y Yon Goicoechea, y ahora se suma el general Baduel, en lugar destacadísimo.

El gesto de Bogotá le arruinó la fiesta que iniciaría la orgía mediática que debía desarrollarse el día del referéndum. Inspirado en la influencia castrista, esa inmensa máquina de comunicación mediática, el proyecto chavista funciona también como un artefacto reproductor de imágenes destinado a manipular la sensibilidad de la opinión pública.

De allí que a Caracas le viniera como anillo al dedo el tema de los secuestrados de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Un asunto que ha ganado visibilidad por el caso de Betancourt, porque de otra forma, salvo alguna ONG, no habría conmovido a los organismos humanitarios, por el cuento de que las FARC se dicen marxistas y, como es sabido, la mayoría de los organismos humanitarios consideran que existen dictaduras buenas y dictaduras malas.

En ese sentido, el caso de Ingrid Betancourt ha sensibilizado a la opinión pública ante un método cobarde e inhumano como es el secuestro de seres humanos para ser utilizados como moneda de canje y medio de chantaje político. Ante ese panorama, que prometía tan buenos augurios, el teniente coronel se lanzó como un perro de caza ante la presa recién caída.

Piedad convertida en política

La utilización que hacen los políticos de toda laya del caso de Ingrid Betancourt no puede si no despertar repugnancia. En primer lugar, por supuesto, están las FARC, que a partir de la puesta en escena que debía realizarse en Caracas, iban a comenzar a dar por cuentagotas algunos gestos de "buena voluntad" con la liberación de algunos rehenes.

Al final tocaría el turno a Betancourt, pero solamente una vez que le sacaran todas las ventajas posibles. Resultado de las exigencias impuestas a los gobiernos de Francia y Colombia a cambio de la liberación de la ex candidata a la presidencia colombiana, con vistas a poner en pie el proyecto político que tienen en mente y, de paso, Venezuela se convertía en su zona principal de despeje.

En este caso tan emblemático, la acción de Venezuela ilustra la tendencia actual de otorgar a lo humanitario el lugar de la política, puesto que esta se sustenta en la exacerbación de las emociones colectivas ante las desgracias que sufre la humanidad. Se hacen llamados a la caridad. La compasión se ha convertido en el nervio de la política y ha llegado a ser el argumento mayor de legitimidad para llegar a gobernar. La política de la piedad es indisociable de la mediatización y esta apela a la reacción inmediata, eludiendo así el tiempo necesario par sentar las bases de una acción susceptible de resolver los conflictos y las exigencias de la sociedad.

La noción de ciudadano desaparece; ahora sólo existen los pobres. La legitimidad del gobernante proviene de su grado de piedad ante las desgracias de estos últimos, de su identificación con ellos. De allí el uso de un lenguaje llano, del habla popular, y según el nivel o la calidad humana, la vulgaridad, el insulto, como es el caso del gobernante de Venezuela, porque así se supone que habla el "pueblo". Se impone la dinámica de la nivelación por lo bajo.

La piedad se convierte no sólo en motivación política, sino en política. El ejemplo más fehaciente es la utilización de los médicos como instrumentos de una política, como lo hace el gobierno de La Habana. Política que necesariamente implica que el pueblo esté siempre enfermo y sea pobre, para justificar los gobiernos vitalicios de los caudillos.

Cuando se contempla el estado físico de Ingrid Betancourt, es evidente que evadir el síndrome de Estocolmo, le ha acarreado ser sometida a los castigos más inhumanos. En su caso, la piedad no actúa por parte de la organización "marxista" que la tiene cautiva desde hace cinco años: no se comporta como una pobre dócil. Ella paga con su cuerpo, la única arma que posee contra la ignominia, en aras de preservar su dignidad como ser humano. El relato de sus sufrimientos presagia la sociedad que prometen las FARC, en caso de hacerse con el poder en Colombia, y por ende, en Venezuela, dado el grado de compenetración que existe entre ambos: se trata del mismo socialismo bolivariano del siglo XXI.

A partir de ahora, creo que ha quedado saldada la deuda de Colombia con Venezuela contraída en la guerra de independencia. Haber prestado su apoyo para abrir la senda de los venezolanos en la recuperación de la democracia, significa hoy un gesto del mismo tenor que entonces el de la independencia.


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