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Actualizado: 28/03/2024 20:07

Allende, Chile, Bachelet

Mirando a Chile para imaginar nuestro futuro

La izquierda chilena ha producido análisis autocríticos que nos eximen de presentar pruebas sobre el aventurerismo político que merodeaba en La Moneda en época de Allende

La victoria obtenida por Michele Bachelet en Chile fue presumible desde mucho antes de que la propia Bachelet anunciara su postulación. Arrastraba tras si una popularidad aplastante y la derecha chilena había sido muy poco afortunada en su última gestión de gobierno. No era difícil ganarle, y Bachelet lo hizo de forma abusiva.

Eugenio Yáñez, con la agudeza que le caracteriza, se ha referido al tema apuntando a una comparación entre lo que esto significa y lo que sucede en Cuba que en buena medida comparto, y que me releva de opinar sobre el tema. Me pareció un artículo muy razonable y equilibrado, justo lo que falta a muchos cubanos que viven acurrucados en los extremismos y han perdido el don del quizás. Solo quiero anotar algunas ideas que en unos casos discrepan con Yáñez y en otros tratan de complementarlo, aunque es posible que no lo logre.

Haciendo un poco de historia, es indudable que el gobierno de Allende dio pasos improcedentes y costosos. La izquierda chilena ha producido análisis autocríticos que nos eximen de presentar pruebas sobre el aventurerismo político que merodeaba en La Moneda, en particular desde el MIR y el Partido Socialista. Solo que no creo que el derrocamiento de Allende pueda explicarse como consecuencia inequívoca de estos errores.

Pues el derrocamiento de Allende estuvo en algunas agendas desde el mismo momento en que ganó las elecciones. El gobierno de la Unidad Popular fue, desde sus inicios, sometido a un plan de desestabilización patrocinado por el gobierno americano y con el involucramiento activo de empresas transnacionales y de la derecha local. Boicots parlamentarios, huelgas empresariales, atentados, asesinatos, sabotajes terroristas, conspiraciones militares, etc., fueron hechos frecuentes entre 1970 y 1973. Sobre todo esto existe una extensa y comprobada documentación. El deterioro económico de Chile durante Allende no fue simplemente, como advierten los voceros neoliberales, un fracaso de un modelo de inspiración marxista (en realidad Allende fue notablemente keynesiano y cepalino) sino también el producto de una acción subversiva deliberada.

El golpe de estado de Pinochet —que contó con el apoyo de toda la derecha “democrática” a excepción de una fracción de la democracia cristiana— no solo produjo una represión criminal que asesinó, desapareció, torturó, desterró o encarceló a varias decenas de miles de chilenos. También desmanteló la briosa sociedad civil chilena y dejó a la población del país en condiciones de indefensión frente al capital y a sus aliados golpistas. Los que, con Pinochet a la cabeza, no solo salvaron-a-la-patria-del-comunismo, sino que también engrosaron sus fortunas mediante una corrupción desenfrenada que aun hoy avergüenza a los pulcros militares chilenos.

Y fue esta indefensión uno de los pilares del milagro económico chileno. No se trata solamente de que hayan atraído capital extranjero con legislaciones positivas, sino de que entre los atractivos ofrecidos estaba el desmantelamiento del sistema de servicios sociales construido a lo largo de un siglo, de los sindicatos y otras organizaciones populares, y de los derechos a la protesta y la resistencia. Pinochet y sus tecnócratas neoliberales no solamente mataron varios miles de chilenos, sino también a todo un orden social con un costo terrible para la mayoría de la población. Y no es exacto decir que su claque más íntima haya renunciado al poder cuando perdió el plebiscito: solo lo hizo cuando la élite militar se dividió y la presión internacional se hizo agobiante.

Pinochet dejó a los chilenos una economía que efectivamente crece, pero un sistema que ubica a Chile entre los países más desiguales del planeta. Es decir, les dejó una economía que funciona muy bien para una minoría muy reducida que acumula; algo bien para una clase media endeudada y atareada pero que visita los grandes centros comerciales; y muy deficientemente para una mayoría que pervive en medio de severas limitaciones. Y creo que se trata de una economía más desigual que la cubana, cuyo problema (por el momento) no es la desigualdad sino el estancamiento y la mediocridad que aniquilan las energías sociales.

Creo que el fenómeno político llamado Concertación, ahora devenido Nueva Mayoría al incluir a los comunistas, ha sido la lógica reacción de una sociedad que pide un lugar bajo el sol. La Concertación pudo reducir sustancialmente la pobreza, rehabilitar una serie de servicios sociales tras el estropicio neoliberal pinochetista y consolidar espacios democráticos y de concertación. Y todo ello ha sido muy positivo, pero dejó en pie núcleos duros de exclusión social, la mercantilización de los servicios sociales y un sistema fiscal regresivo y atrasado.

La sociedad chilena le ha pedido a Bachelet dar un paso más allá. No le ha pedido ensayar un experimento socialista —esa no es la agenda, como si fue la de Allende— pero sí dejar atrás al neoliberalismo mediante medidas redistributivas y democráticas. Y en particular mediante una reforma educacional que saque la educación de la vulgaridad mercantil y lo instituya como derecho social; una reforma fiscal que haga pagar más a los que más ganan; y una nueva constitución que deje atrás la actual carta magna elaborada bajo la sombra de las bayonetas, y que resulta una de las más atrasadas del continente.

Respecto a Evo Morales, trataré de ser indulgente. El conflicto con Chile es parte del consenso patriotero nacional que la élite política boliviana usa cada día. Y la exaltación del ALBA es una manera de participar mejor en los excedentes petroleros venezolanos. Para Evo Morales eso de atacar al presidente chileno y de paso ensalzar al ALBA es un negocio redituable. Es mejor ni mirarlo, simplemente para que se calle. Al final, no creo que en términos prácticos (retórica a un lado) las políticas de Evo Morales sean mucho más “socialistas” que las de Bachelet.

Por todo ello, creo que hay que desearle muchos éxitos a Bachelet y a su equipo en este empeño de construir un Chile mejor para todos, y no solo para el 1 % que detenta el 30 % del ingreso.

Mirar a Chile, sus éxitos y sus dificultades, pudiera ser una buena oportunidad para que los cubanos imaginemos nuestro futuro.

© cubaencuentro

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