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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Nicaragua

Ortega y la pesadilla

Elecciones generales del domingo: ¿Hacia dónde va el país centroamericano?

Nicaragua está en la cúspide de un reajuste político. Aun si el sandinista Daniel Ortega ganara las elecciones, es un hecho que los bloques de votantes de los pasados 16 años se han ido debilitando por las disensiones constantes de muchos de sus miembros.

Comenzando en 1990, cuando Violeta Chamorro derrotó limpiamente a Ortega, los liberales han mantenido la fidelidad del 60 por ciento del electorado y los sandinistas la de un 40 por ciento. Este cinco de noviembre, Ortega —quien está a la cabeza en las encuestas— pudiera atravesar la línea final con un 35 por ciento si llega a sobrepasar a su rival más cercano con sólo cinco puntos.

En un terreno multipartidista sin precedentes, que Ortega gane en la primera vuelta es completamente posible. Si hubiera una ronda de desempate, las esperanzas que tiene de recobrar la presidencia serían olvidadas para siempre.

Que Ortega asuma el mando nuevamente es una verdadera pesadilla. Es un admirador de Hugo Chávez y Fidel Castro sin tapujos. Su victoria le daría a ellos un fuerte empujón después de los consabidos retrocesos sufridos en Perú, Ecuador y, especialmente, en Naciones Unidas, donde Venezuela fracasó al tratar de ganar un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad. A pesar de eso, aun cuando no haya cambiado su línea, Ortega no va a tener libertad de acción.

La casa de Ortega… y de Jaime Morales

Para comenzar, el candidato sandinista estaría sirviendo durante un término de cinco años en el que no habrá reelecciones. Sus partidarios —tanto antiguos como nuevos— pudieran constreñirlo en el frente económico.

Jaime Morales Carazo, quien en caso de ganar será su vicepresidente, vio sus propiedades confiscadas durante la década de 1980, incluyendo su casa, la misma en la que vive ahora Ortega. ¿Permitirán Morales y otros contras que son ahora danielistas un nuevo asalto a la economía? ¿Permanecerán los antiguos comandantes —muchos de los cuales están prosperando en el sector privado— con los brazos cruzados?

Sólo si la economía continua en la sólida ruta de la macroeconomía en que está hoy, Ortega sería capaz de cumplir con su partido. Más preocupantes son las estrategias políticas que podrá usar para alcanzar su posible victoria. ¿Sería capaz de recurrir al fraude para asegurar la victoria en la primera ronda electoral?

Ortega conoce mejor que nadie que las votaciones en Nicaragua tienen fama de no ser confiables. Si ganara limpiamente, tendría que agradecer el pacto fraguado en el año 2000 entre él y Arnoldo Alemán —en ese entonces presidente, ahora malversador convicto—, para llevar las riendas de las instituciones principales del país y el establecimiento de un por ciento más bajo para ganar en la primera vuelta. Su maquinaria de clientelismo en el FSLN, la extendida corrupción y las tácticas de mano dura serían también reforzadas.

Una victoria de Ortega podría también conducirlo a un reajuste precario. Muchos sandinistas incondicionales, contras y el cardenal Miguel Obando y Bravo han cerrado filas en su favor, lo cual —si es que no se enredan cuando tengan el poder— pudiera señalar la llegada de un nuevo movimiento de fuerza retrógrada.

La alternativa

Si, por otro lado, hubiera una segunda vuelta electoral, o bien el disidente liberal Eduardo Montenegro o el sandinista reformista Edmundo Jarquín llegaran a la presidencia, Nicaragua tendría un presidente moderno comprometido con la democracia y con la oportunidad de liberar el sistema político de aquel opresivo pacto. Esto último, claro está, dependería de quién gane, y de que fuera capaz de juntar una mayoría en la Asamblea Nacional.

Los liberales de Alemán pudieran todavía mantener la balanza del poder. Aunque los esfuerzos para convocar unas elecciones primarias entre José Rizo —el hombre del caudillo— y Montealegre fracasaran, Rizo todavía pudiera hacer un viraje y respaldar a Montealegre. En estos últimos días, más de 400 activistas liberales han dejado la campaña de Rizo por la de Montealegre.

Con las dificultades legales de Alemán, los liberales perdieron las ventajas del pacto. Si Ortega saliera victorioso, tal vez no los necesite para nada y pudiera aún atraer a Alemán en una apuesta para lograr el favor de los liberales disidentes y los sandinistas reformistas. Una retirada de Rizo seguramente forzaría una segunda vuelta.

Edmundo Jarquín —quien devino candidato disidente sandinista en sustitución de Herty Lewites, luego de la muerte de este último en julio pasado— puede que muy bien sea el hombre más indicado en la contienda electoral. Es un economista internacional muy respetado y un diplomático experimentado, además de ser un buen comunicador. Hasta sentido del humor tiene, pues el slogan de su campaña dice así: "El feo que quiere una Nicaragua linda".

Desafortunadamente, después de rondar alrededor del 18 por ciento, las cifras de sus partidarios están en declive. Aun así, si no fuera esta vez, un sandinista moderno como Jarquín pudiera ser la mejor fórmula de Nicaragua para exorcizar su polarizado pasado sandinista.

Unos resultados transparentes, el cinco de noviembre, deben ser aceptados dentro y fuera de Nicaragua. Si se cometiera fraude, las fuerzas democráticas —nacionales y extranjeras— deben velar porque se usen todos los medios pacíficos de protesta. Una vez asentada Nicaragua, el país andará en un nuevo terreno político, sea dirigido por fuerzas retrógradas o por una coalición que mire hacia el futuro.

© cubaencuentro

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