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López Obrador, México, Díaz-Canel

El banquete de Andrés Manuel López Obrador

¿Cómo será posible que alguien elegido presidente mediante las urnas, la democracia, respalde a un régimen totalitario?

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Andrés Manuel López fue elegido presidente de México en 2018 por amplio margen.

Desde sus primeras apariciones en la política mexicana, hace unos 40 años, se ha comportado como un “resentido social”, un “comunista de barricada”, un montonero lírico.

Desde siempre, López ha sido un admirador del régimen totalitario existente en Cuba, y especialmente de su creador primero, Fidel Castro, a quien llamaba y aún suele llamar “comandante” y otros epítetos deslumbrantes como los que expresara a raíz de la muerte de aquel: “Un gigante de la lucha de la liberación de los pueblos”. Uno de los dirigentes más grandes de la historia del mundo”. “Un ejemplo a seguir en cuanto a defensa de la soberanía, porque condujo a su pueblo para hacer realidad la independencia de Cuba”.

Como otros dirigentes de eso que ellos mismos llaman izquierda, López suele ser autocomplaciente, narcisista y otros cuasi sinónimos. Así, él, en 2019, a un año de haber asumido el poder, expresó: “El pueblo está feliz”.

O sea, él, López, es el dador de la felicidad. El pueblo, es decir, los casi 130 millones de mexicanos, están felices —incluidos niños, ancianos, indigentes y millonarios, dementes y cantantes, prostitutas y voyeristas— gracias, a él, a López, todos, todos están felices.

Ya sabemos que en muchos casos los narcisistas, los autocomplacientes resultan tipos zonzos que, si no fuesen tan peligrosos con poder, darían risa.

Esos dirigentes de izquierda asimismo suelen dárselas de “simpáticos”, “chistosos” con su pueblo (el pueblo, esa entelequia que ellos maltratan hacia un lado y otro).

Así, dijo el presidente de México en una de sus letárgicas conferencias de prensa matutinas, cuando el Covid-19 estaba en su apogeo, que él contaba con un “detente” —un resguardo, un aché— que lo amparaba de contraer este virus.

Y dijo más de este tenor: La pandemia de Covid-19 sería “Una situación pasajera; una crisis transitoria de salud pública”, la cual “nos vino como anillo al dedo”, y de ella “vamos a salir fortalecidos”, “para afianzar el propósito de la transformación”.

Hoy, nadie podría calcular cuántas de las 330 mil muertes por la pandemia le corresponden al presidente, quien, además, entonces convocara a la población para que no abandonara las calles, para que continuara visitando restaurantes y otros sitios públicos.

Vale aclarar de pasada que, si esta actitud hubiese llegado desde un mandatario de los que llaman la “derecha”, aún piquetes del bando contrario estarían rompiendo vidrieras, bloqueando calles y avenidas, destrozando haberes diversos.

En cuanto al amor manifiesto que siente López Obrador por el régimen existente en Cuba, diversos políticos, politólogos, analistas se preguntan: ¿Cómo será posible que alguien elegido presidente mediante las urnas, la democracia, respalde a un régimen totalitario?

El pasado septiembre se celebraron en México los festejos por el 211 aniversario del Grito de Independencia. Miguel Díaz-Canel fue el único mandatario extranjero invitado. Estuvo, con su esposa, en la magna tribuna junto al presidente mexicano.

¿Cómo sería posible que para celebrar el inicio de la lucha por la Independencia en México, su presidente invitara a un gobernante que ha sido puesto a dedo, de modo que la población no ha votado por él?

Esto, visto desde el ángulo más indulgente, resulta una vileza, una agresión a la dignidad, la inteligencia del pueblo de México.

Pero el presidente azteca suma y sigue.

En una visita que realizara a Cuba el pasado 8 de mayo, expresó:

“Yo nunca voy a participar con golpistas que conspiran contra los ideales de igualdad y fraternidad universal. El retroceso es decadencia y desolación, es asunto de poder y no de humanidad. Prefiero seguir manteniendo la esperanza de que la Revolución renazca en la Revolución [cubana]”.

La pregunta: ¿Quienes son los golpistas? ¿No son acaso aquellos que durante 63 años han usurpado el poder en la Isla, quienes la han sumido en el pánico y la miseria, sin que hasta hoy se hayan celebrado elecciones libres?

“Tengo la convicción y la fe de que en Cuba se están haciendo las cosas con ese propósito, de que se haga la nueva Revolución en la Revolución, es la segunda gran enseñanza, la segunda gran lección de Cuba para el mundo”.

La pregunta: ¿Con cuáles datos llega a esa “convicción”? ¿De cuál “gran enseñanza” habla?

¿No sabe acaso el presidente de México que en Cuba, hasta hoy, se han dictado sentencias, desde 6 años a 30 años, a más de 200 hombres, mujeres y niños que protestaron pacíficamente el pasado 11 de julio, y se siguen llevando a cabo procesos penales por el mismo “delito”?

Bueno, él sabe de protestas; era especialista en la organización de estas cuando formaba parte de la oposición política en México. Con la diferencia de que nunca fue sentenciado por protestar.

Le prometió López Obrador al mandatario cubano Miguel Díaz-Canel: “Insistiré con el presidente Biden que no excluya a ningún país de América en la cumbre del mes próximo, a celebrarse en Los Ángeles, California. Y que las autoridades de cada país decidan libremente si asisten o no a dicho encuentro, pero que nadie excluya a nadie”.

Mas no se le ocurrió “exigirle” al gobernante cubano que libere a quienes se pudren en las mazmorras por el solo delito de disidir o que organice elecciones libres o que abogue por la abolición del unipartidismo.

Durante la visita a la Isla, el presidente mexicano recibió la condecoración José Martí, la máxima distinción que se le otorga a una persona extranjera.

Para la despedida de López, el gobernante Miguel Díaz-Canel organizó un banquete y un concierto de mambo, trova y danzón.

Como suele decirse en estos casos, es terrible.


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