Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Razas, Nacionalismo

El discurso “blanco” sobre lo “negro” en Cuba

La “trabazón” del discurso nacionalista oficial cubano, vacía de contenido la soberanía nacional que pretende defender

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En el filme “Fausto” del director Aleksandr Sokúrov, los personajes del usurero y el doctor Fausto reiteradamente se “traban” a la hora de pasar entre los apretados muros y las rendijas entre las gigantes piedras que conforman el entorno medioeval del filme. Creo que la estética del filme se entiende perfectamente para todos los que hayamos vivido el sistema del “socialismo real”, que tiene raíces más feudales que capitalistas, y sin embargo puede parecer indigerible para alguien ajeno a esa experiencia[1]. La sensación de asfixia, inmundicia, precariedad material y moral y los raros y bellos destellos de la pasión amorosa del doctor Fausto por Margarita, conforman una estética que no puede eludir la época de los inicios de la producción fílmica del director en los años 70, pleno período de la inmovilidad brezhniana. En otras palabras, no se entendería el traslado del mito de la obra de Goethe al medioevo si eso no significara un núcleo central de indagación del director ruso.

Pero a lo que nos conduce la anterior reflexión es a la similar “trabazón” del discurso nacionalista oficial cubano, que no permite el reconocimiento de la diversidad y sus derechos como tampoco los intereses regionales y municipales, vaciando de contenido la soberanía nacional que pretende defender. Los orígenes de esta asfixia de la diversidad se debió a dos corrientes del marxismo que siguen presentes en el discurso oficial cubano: el marxismo soviético y el marxismo occidental. El primero desplazó la lucha de clases al ámbito internacional porque con la eliminación de la propiedad privada y la implantación de la estatal totalitaria se eliminaron los conflictos de clases al interior del “socialismo real” y sólo era un asunto internacional. Las clases remanentes vivían en completa armoniosidad, lo mismo ocurría con el discurso oficial sobre las diversas repúblicas y regiones. Los conflictos desaparecieron por decreto, acompañados de la represión y del vaciamiento del contenido popular de dichas revoluciones. En la variante del marxismo occidental, los conflictos de clases eran los causantes de los restantes por lo tanto las emancipaciones de género, o los problemas raciales, sectoriales, regionales, municipales, estarían todos subordinados a la toma del poder y luego se vería…

Lo que ocurrió en la practica con estas dos “comprensiones” de la diversidad, es que se generó una visión del nacionalismo autárquico, regresivo, conservador y elitista en el cual el discurso nacionalista obedecía a los intereses geopolíticos y económicos de la élite política, sofocando todo disenso, entendido sólo en términos de ideología política, y creando el abismo entre los intereses ciudadanos y sus gobiernos. La posibilidad de la organización independiente y la agregación de demandas de los diversos grupos, de las diversas regiones, fue entendida en términos de “traición” a la soberanía nacional y es entendida hoy en Cuba en el mismo sentido.

Sectores progresistas enredados en “la trabazón” del discurso nacionalista cubano, reproducen el discurso “blanco” discriminatorio y excluyente del discurso oficial.

Me refiero al artículo publicado en Granma por Pedro de la Hoz (27/08/2013), la declaración de la Comisión Aponte de la UNEAC[2], el artículo de Denia García Ronda en la sección Catalejo[3] de la Revista Temas y al dossier sobre la discriminación racial publicado en la revista Espacio Laical[4].

Todos comparten, salvo honrosas excepciones[5], una misma visión sobre “el proyecto de nación cubana”, este entendido como ya discutido y consensuado, congelado y cerrado a otras renovaciones que la propia realidad cuestiona, acatando una visión impuesta, rutinizada y no sometida a escrutinio popular. También, una jerarquía superior social y política de la etnia sobre los intereses sectoriales, grupales y territoriales que no ha sido sometida a discusión popular alguna como si ellos no fueran el cemento imprescindible del nacionalismo cubano real. Se entiende a la inversa, los intereses nacionales definidos en el discurso oficial, definen los intereses permitidos de los diversos grupos y territorios y como el déficit democrático en el “socialismo real cubano” impone severos límites a los diversos grupos y sectores y territorios, al tiempo, las decisiones, los contenidos válidos de las demandas y los alcances que la dirección política decida, se posponen las demandas, se reprimen las políticas públicas para armonizar intereses y se condena la diversidad a la declaración formal de su existencia pero no se posibilita la implementación de políticas que las respeten, las incluyan y las reivindiquen. Esta jerarquización impuesta y no discutida observa la autonomía, la independencia de los diversos grupos frente al Estado, la libertad de asociación y de expresión como “el peligro y maniobras aviesas” contra la unidad nacional. Por eso en el tema racial, como en el de género, como en los territorios, como de los diversos sectores, campesinos, trabajadores, intelectuales, todas las demandas específicas representan “peligros y maniobras aviesas” y no derechos humanos elementales como en cualquier sociedad actual.

El impacto sobre el tema racial en específico, es la reivindicación cultural pero el “olvido” o la supeditación de la desigualdad sociológica a que se resuelva el desarrollo del país, y esta lleva aparejada la imposibilidad de políticas públicas de discriminación positiva que exige el desbalance y la desigualdad heredada por los grupos afrodescendientes cubanos. Tiene razón la declaración de la Comisión Aponte cuando señala que en medio siglo no se ha podido resolver el problema de la discriminación racial en Cuba pero el problema no es que medio siglo no sea suficiente, sino que las políticas implementadas han pospuesto la discusión y las demandas específicas de este grupo poblacional.

El nacionalismo cubano del último medio siglo se ha construido sobre la base de invisibilizar y reprimir la organización y demandas ciudadanas como “enemigas” y “contrarias” al interés nacional, este definido por la dirección política de turno. Mientras no se reconozca la diversidad con sus derechos de organización independiente y como agregador de demandas de acuerdo a los intereses específicos, el discurso blanco patriarcal y estado-céntrico continúa reproduciendo un nacionalismo regresivo que otorgó ventajas populares igualitarias pero que congela y pospone los intereses de los diversos grupos y regiones al mandato de una “unidad” cada vez más represiva y más vacía de contenido popular real. Los “cascarones vacíos” de las ex sociedades del “socialismo real” son un buen recordatorio de adonde lleva la supremacía del interés nacional por encima y al margen de los intereses ciudadanos.



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