Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Música, Represión

Fuegos artificiales

Un recorrido por los preparativos del concierto de X Alfonso en la calle G, el malecón habanero, los fuegos artificiales y la ominosa presencia de las brigadas de respuesta rápida

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Han convocado a un concierto de X Alfonso en la calle G. Sin embargo, su comienzo se ha dilatado bastante por causa de la llovizna pertinaz que ha estado presente desde muy temprano hoy en La Habana. Y ya se sabe que, como el concierto pretende aglutinar y entretener a los jóvenes en torno a una figura de éxito nacional, seguramente esta maniobra de desviar la atención del malecón habanero obtendrá un éxito obvio.

Tal vez por eso decido marchar hacia el malecón para observar la otra cara de la moneda: un muro semidesierto, por la amenaza de la lluvia donde tal vez estén los habituales que allí se sientan a disfrutar del fresco de la noche, más algún trozo de conversación aderezada con alguna que otra botella de ron.

Así es que me decido a caminar Rampa abajo, por una calle que me cuesta reconocer como la calle 23, tan oscura está sobre todo en el último tramo, el que se acerca más al malecón, además en una noche sin encanto, húmeda, el piso y las cosas empercudidas. ¿Ese olor que me revuelve el estómago es el de las rositas de maíz?

Ya he rebasado Coppelia, el otrora palacio de los helados. Me conmueve la persistencia de la gente haciendo la cola del heladito, ese, el de la moneda nacional, el que se toma con la cuchara grasienta y el tufo a leche cortada arriba de la mesa. La Rampa con los dibujos de afamados artistas plásticos en sus aceras. Dibujos viscosos, deformados por la mugre. Con la lluvia, todo es peor.

Aunque el tiempo no es idóneo, veo muchas más personas de las que esperé encontrar, sentadas sobre el muro. A lo mejor han venido a ver los fuegos artificiales, los que dicen que lanzarán desde una flotilla los exiliados para que se vean en La Habana, en una celebración la víspera del 10 de diciembre, el Día de los Derechos Humanos.

Ya enfilo por el malecón, veo muchas personas refugiadas en los portales. Se resguardan del salitre que castiga duro. A veces el mar en la orilla huele a podrido.

También me resguardo en el portal. Apoyo mi espalda contra la pared. Casi todo el mundo mira fijamente al horizonte, pero se ve una oscuridad impenetrable. Hay una bruma lluviosa.

Veo algún joven que observa con desilusión al horizonte. Nada sucede y los portales están invadidos de mujeres y hombres ajados, cansados, todavía con la ropa de trabajo: han sido movilizados para responder rápidamente a la provocación enemiga. Están reunidos en grupos y conversan con animación, algunos comen pizza o chicharrones comprados en timbiriches cercanos, otros beben ron. Es un viernes por la noche sin encanto.

De pronto uno de ellos mismos señala al horizonte: un lejanísimo fogonazo de color rojo alumbra por un breve momento el cielo. No hay comentarios. No puede haberlos. Alguien viene y cuenta que un muchacho ha tratado de sacar fotos con una cámara. Tal vez quería hacer retratos de las personas. El resto del relato se hace en un bajísimo tono de voz. Se ocultan todos los detalles a los oídos indiscretos. Pero queda claro que el infractor, ha recibido su merecido. Sin previo aviso, rompe a llover.

Los que estaban sentados en el muro corren a refugiarse en los portales. Ahora todo el mundo está mezclado. La gente huye de la lluvia. En el horizonte se vuelve a ver algún que otro fogonazo muy espaciado.

Unas jóvenes vienen riendo, están contentas. Puedo escuchar lo que preguntan a una mujer cerca de mí: “¿Y ustedes, por qué están ahí de pie, hace tanto rato?” Mientras ellas se alejan riendo alegremente de su travesura, la mujer les responde con violencia: “Porque nos da la gana, tortilleras”. Porque ella es miembro de una brigada entrenada para responder con toda la violencia de la vejación.

A estas alturas, ya ha escampado. Me convencí de que no sería buena idea asistir al concierto de X Alfonso. No estoy de ánimo. Desde horas tempranas de la mañana hemos visto ese despliegue de fuerza, comunicándose con walkie talkie, pendientes de cualquier cosa que puedan considerar amenazadora. Entonces ¿cómo se comportarán en el concierto? Al fin y al cabo, estoy hasta el último pelo de La Habana oculta y de lo que va quedando de esta, mi ciudad.


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