Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Rectificaciones, Errores, Continuidad

La incompetencia aprendida

¿Por qué el régimen cubano repite el mismo error tantas veces?

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Los seres humanos aprendemos por estímulos exteriores e interiores. Los estímulos que provienen del ambiente comienzan desde los primeros días de vida, y dependen de la familia. Todo parece indicar que en el vientre materno los fetos pueden identificar la voz de la madre, y al nacer, conocer el olor de ellas. La llamada sonrisa social a los pocos meses no es otra cosa que la respuesta a la sonrisa de padres y adultos. Es un mecanismo que se repetirá hasta la muerte. Aprendizaje mediante estimulo y respuesta. Los estímulos interiores son instintivos, y tendrán que ver con cada especie. Buscar el seno materno y el chupeteo son cosas con las que nace el bebé. Pero no puede pararse hasta los seis meses. Los herbívoros de la sabana, en cambio, deben levantarse en cuatro patas y aprender a correr a solo minutos de haber nacido. De la diferencia entre correr a tiempo y quedarse quieto depende la vida. Singularidades y misterios de la naturaleza. El mamífero incapaz de moverse al nacer será quien domine y transforme toda la Creación.

Aunque el fenómeno del aprendizaje en el ser humano es más complejo que la simple relación estimulo-respuesta, podríamos afirmar que es la base sobre la cual se sostiene todo el edificio del conocimiento. Cuando un individuo logra conocer sus capacidades de aprendizaje —tiempos, métodos, aptitudes— se dice que ha aprendido a aprender. Y aquí interviene un factor esencial: solo se aprende a aprender si hay motivación y voluntad para hacerlo. Se aprenden o desaprenden cosas buenas y cosas malas o no productivas, insanas.

Si tomáramos en analogía la indefensión aprendida, un mecanismo psicológico que explica como dejamos de defendernos y pusilánimes optamos por la inacción, podríamos inferir que también existe la incompetencia aprendida: aquella donde la incapacidad para hacer bien las cosas se adquiere como hábito, “conocimiento”.

Sería algo así como desaprender a hacer lo correcto, o aprender a hacer lo incorrecto una y otra vez, sin tener conciencia del mal ni arrepentimiento por el resultado. En efecto, parece un absurdo. Más no se puede negar que es un patrón que se cumple en ciertos individuos y lo llamamos desidia, y en países donde la historia se repite como tragedia y como comedia, y la llamamos Latinoamérica. Cuba podría ser mejor ejemplo como hacer infeliz e improductivo a todo un país.

La pregunta obligada es, ¿Por qué un ser humano o un gobierno repetiría el mismo error tantas veces? ¿Por qué insistir en hacer una cosa siempre deficiente, a medias, a cualquier hora y en cualquier sitio? La respuesta suele ser sencilla: porque no hay consecuencias. Si a cada error la persona o el gobierno tuvieran que pagar un alto precio, probablemente la falla no sucedería tantas veces —el ser humano y los pueblos desmemoriados suelen chocar con la misma piedra.

El policía multa la infracción de tránsito con adustez, cara de pocos amigos —estímulo. El chofer pide clemencia con cara de ovino degollado —respuesta. El oficial dice que la multa es pedagógica –estimulo aversivo. El chofer jamás olvidará la señal de Pare en esa calle —memoria asustadiza. Un gobierno va a elecciones por segunda vez y pierde de manera escandalosa. Debe aprender que ha sido ineficaz, no ha dado la talla en el trabajo para el cual fue elegido. El pueblo lo castiga a través del voto. Pero si no hay elecciones, o los votantes son indiferentes, de nuevo sufrirán la ineptitud porque habrán repetido el error inicial. No han aprendido nada. Y podría venir lo peor: la violencia de Estado para aplacar la ira de quienes se equivocaron la primera vez o no tuvieron urnas para expresar sus derechos. “La violencia es el último recurso del incompetente”, escribió el futurista Issac Asimov. En ambas situaciones, individuales y sociales, la desmemoria, el olvido culposo, es la causa de repetir el error. O como dijo el filósofo español Jorge de Santayana, “aquel que no conoce su historia está condenado repetirla”.

Ya sabemos que en Cuba nunca han existido verdaderos culpables ni consecuencias dolorosas para la alta jerarquía. Y no es solo por ser desmemoriadamente tropicales; o que cierta luminosidad y brisa bloquean los recuerdos tristes. Hay una especie de no-remordimiento, de conducta psicopática, de no empatía en quienes gobiernan por el sufrimiento de un pueblo que vive las mismas equivocaciones una tras otra. Tampoco es un fenómeno nuevo. El primer tercio de la República se vivió entre generales y doctores que trajeron la manigua y sus desavenencias al despacho presidencial. El madrugón del 10 de marzo de 1952 se zanjó con un solo muerto, un ebrio arrollado en la calle 51 de Marianao. Y después del sangriento 13 de marzo del 1957, las “clases vivas” por miles se agolparon frente al Palacio Presidencial para aplaudir al ileso general golpista.

Ante la perpetuación del error, un hijo de vecino se pregunta, ¿lo hacen a propósito? La capacidad para hacer infeliz a todo el pueblo —y tirarles la culpa a otros— errar una y otra vez, ¿es un plan preconcebido? La escasez de comida y sonrisas, ¿busca a través de una paradoja incomprensible mantener el poder?

Hay políticos serios que creen en esa posibilidad. Aducen que los estómagos llenos y las almas contentas buscan, inevitablemente, mejorar sus vidas a través de metas a mediano y corto plazos. En cambio, los hambrientos y deprimidos-ansiosos solo desean llegar a mañana. No hay metas cuando el estómago chilla y el humor se avinagra. Los nuevos recolectores-cazadores cubanos pasan el día al acecho de un trozo de pollo, un pan acido, una pizza tumefacta para comer con un guiño de satisfacción y que nadie les hable de “política”.

Otra buena cantidad de estudiosos opinan que la incompetencia del régimen cubano tiene dos factores unívocos en sinergia. Uno, la actual dirigencia auto titulada Continuidad en realidad es una puesta en escena, una obra tragicómica. El guion y la selección de los actores depende de otros, ocultos en las patas del escenario. Desde allí les “soplan” la letra omitida o equivocada. El segundo elemento que caracteriza a la Continuidad es que, aunque lo desearan nunca podrían ser competentes. No tienen la menor idea de cómo se maneja una democracia productiva y moderna. Estos “muchachones” que frisan o pasan ya de los sesenta años solo conocen el ordeno y mando, la distorsión prosaica de la historia patria y universal, la subversión de los valores espirituales y religiosos, la negación del mercado y la propiedad privada, el irrespeto a las leyes -inviolables- de la economía y auto exculparse por cada error cometido.

De otra manera no nos podríamos explicar como el Designado ha dicho sin sonrojarse que “las nuevas medidas buscan corregir profundas distorsiones y desviaciones estructurales que lastran el desempeño económico, con el objetivo de superar la complejísima situación que enfrentamos hoy…” O sea, después de la Ofensiva Revolucionaria (1968), la autocrítica por la Zafra de los Diez Millones (1970), el Primer Congreso del Partido Comunista (1975), la Rectificación de Errores y Tendencias Negativas (1985-86), el Periodo Especial (1991-94), la Revolución Energética (2000), siete congresos del Partido y varios Plenos, los Lineamientos (línea y miento), y la Tarea Ordenamiento (orden y miento) ¿ahora tratan de corregir profundas distorsiones y desviaciones estructurales? ¿Cómo? ¿Es serio eso?

La única posibilidad de ser competentes —si conviene serlo, claro— es haciendo caso a las decenas de buenos economistas no comprometidos con la politiquería —deseaba escribir guataquería— que aún viven en la Isla, y a los del exilio, que tienen la “práctica” del mercado, hasta ahora la mejor solución conocida al problema del hambre y la desesperanza en el mundo. Tendrán que ceder poder, y aceptar que la incompetencia aprendida solo conduce al fracaso y a la repetición de los errores. El exilio, por su parte, tendrá que negociar, salvo casos muy notorios, desmedidamente ideológicos, con especialistas que todavía creen en la planificación económica centralizada.

No hay otra salida si se quiere sacar a Cuba del marasmo económico y social en que la ha metido la incompetencia aprendida e inducida. Nadie que no demuestre ser verdaderamente sincero y experto en su trabajo debe dirigir una actividad que afecta a millones de personas. “La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente” escribió el novelista español Francisco Ayala; lo sabría quien fue parte de la grandiosa —y políticamente frustrada— Generación del 27.


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