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Emigración, Exilio, Reforma Migratoria

Pasajeros sin destino

Una actividad febril ocupa sin sosiego la imaginación del país desde que el Gobierno cubano anunció a fines de año que eliminaría la tristemente célebre tarjeta blanca

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La noción de que una isla es un lugar del cual no puedes escapar surgió tarde en mi juventud. No había cumplido 30 años cuando me vi enredado en el más notorio de los escándalos literarios de la Revolución: el caso del poeta Heberto Padilla, de 1971. Padilla había sido arrestado y todo indicaba que el próximo sería yo, por haberme destacado como un escritor disidente. Entonces se apareció en mi casa un novelista llamado Ezequiel Vieta, del doble de mi edad, que se declaraba como “fan incondicional” de mi literatura. Había que hacer un esfuerzo de imaginación para aceptar que un delgado librito de 100 páginas alcanzaba el rango de “literatura”. El caso es que Ezequiel, no sé de qué manera, se había agenciado de un coche Hillman Triumph, nuevo de paquete y se presentaba en mi casa para ofrecerme la llave de ignición y ponerlo a mi servicio. “Toma el carro y huye”, me dijo. “No te dejes capturar”. Tuve la cautela de no herir sus sentimientos, pero tuve que explicarle que Cuba no tenía fronteras terrestres con otros países y que el movimiento estaba limitado hasta las costas. “Sí”, respondió, meditativo. “Cierto. Es el problema de las islas” “Además, Ezequiel”, le dije, “no te olvides que el combustible está racionado”.

Bueno, parece ser una condición insular. Recuerdo que a la primera persona que le escuché el tema fue precisamente a la que luego sería la mujer de Padilla, ella misma una poetisa, Belkis Cuza Malé. Trabajaba en el órgano oficial del Partido, el rotativo Granma, una especie de Pravda cubano pero con más páginas y vivos titulares en tipos rojos. Pedían la expulsión de Belkis del comité de la Juventud Comunista debido a un embrollo de tipo más bien literario. Citó una frase del gran novelista cubano Alejo Carpentier sobre la gente que vive en las islas que tienen la eterna necesidad de abandonarlas. Se pueden imaginar el efecto que eso causó, las sospechas que levantó, sobre las intenciones de la infeliz. El cuento es mucho más largo pero me extenderé en otra ocasión. El caso es que Belkis libró con una amonestación. Pero yo nunca olvidé la impresión que me causó la frase de Alejo memorizada por Belkis. Aunque todavía la persecución sobre mí tardaría algunos años en hacerme sentir el peso opresor de la Isla.

Pero les confieso que yo por aquella época no tenía la menor intención de irme, ni aunque Ezequiel me hubiese agenciado un Hillman anfibio. Pese a que me persiguieran, Cuba y su Revolución era una aventura que yo no quería perderme por nada del mundo. Había peligros, por supuesto, pero qué verdadera aventura no los tiene. En realidad, uno se creía pertenecer a un conglomerado social muy privilegiado. Éramos un pueblo de elegidos. Nada que ver con estas decenas sino centenares de miles de cubanos que están haciendo filas desde hace días frente a las oficinas de solicitud de pasaportes. Es lo que me informan amigos y parientes desde Cuba, en el consabido lenguaje en clave. Es como si trataran de ganar distancia de un volcán. Lo curioso, sin embargo, es que huyen de un volcán que se apaga. El pueblo elegido huye.

Las autoridades afirman que se habilitan unas 200 oficinas, dispuestas a lo largo del país. Expedir pasaportes es su misión. Pasaportes como quien distribuye los productos de la cartilla de racionamiento. Y las colas, organizadas como se han acostumbrado los cubanos durante medio siglo de escaseces. Nombran unas especies de delegados —a veces voluntarios, a veces por una modesta paga— que mantienen cinco o seis puestos en la fila mientras uno se puede retirar hacia otras labores.

“Oye, están locos”, me dice Many Bouza, pero en lenguaje claro y abierto, porque nos estamos tomando unja cerveza aquí, en Miami. Many tiene una oficina de bienes inmuebles y maneja un Mercedez Benz. Nos hicimos amigos hace pocos años cuando descubrimos que coincidimos en la misma zona de operaciones del Escambray, cuando la limpia de alzados. “Mis primos están vendiendo su apartamento en La Habana por 15 mil dólares. Y todavía no saben para dónde van, ni qué va a hacer donde aterricen, ni de qué van a vivir. Tampoco saben que los 15 mil dólares no le alcanzan ni para un mes de vida”.

Pese a todo, la actividad es febril y ocupa sin sosiego la imaginación del país desde que el Gobierno anunció a fines de año que eliminaría la tristemente célebre tarjeta blanca. La resolución es vista como un equivalente de la legalización de la droga en otros países, o en los estados de la Unión que así lo han decidido. Con la diferencia de que en San Francisco o en Seatle te puedes atiborrar de marihuana, pero los cubanos lo único que van a tener por lo pronto es un documento de pastas de cartón, dentro del cual está su foto, su nombre y 32 páginas en blanco.

La nueva legislación que el Gobierno cubano puso en vigor este 14 de enero, según sus propias estadísticas, evitará que más del 99 % de la población de la Isla se vea obligada a sufrir engorrosos trámites burocráticos. Lo dice con aire triunfal y como si reivindicaran una causa más a favor del pueblo. Callan que, hasta la fecha, la sola pretensión de salir del país te convertía en un ciudadano bajo sospecha de actividad contrarrevolucionaria. Caías de inmediato bajo el escrutinio de los “servicios”.

Las cosas cambian. “Es la dialéctica”, hubiésemos dicho en nuestros años de descubrimiento y aprendizaje del marxismo. Te podían triturar hoy, pero mañana descubrían que era un error o alguien te quería salvar la vida. Entonces se acudía a la dialéctica. Era un bálsamo polivalente, se diría que mágico. Así que, tranquilo. Ahora te agencias una visa, te compras tu boleto, te presentas en el aeropuerto y espera la llamada de abordar. Es decir, los nacionales cubanos somos iguales que los extranjeros. Se cumple finalmente el sueño del famoso chascarrillo, el del niño cubano que quiere ser turista cuando sea grande.

Sin embargo, las esperanzas que se cifran en el 14 de enero parecen conducir desde ahora a un callejón sin salida. Yo no quiero pensar que sea una enorme burla del Gobierno cubano con sus súbditos, aunque de acuerdo a ciertas manifestaciones de personalidad tanto de Fidel como de Raúl, se puede esperar cualquier cosa. Sobre todo, porque ambos son muy vengativos. No quiere decir desde luego que no tengan razón en acabar de resolver un problema que a ellos les es imposible de todos modos dar solución. Pero también yo siento una cierta manifestación de orgullo herido, de carácter ofendido, en ellos. “Con todo lo que hemos tratado de hacer por ustedes, y miren cómo nos pagan”. Además, los dos son muy dados a la relación feudal con los que consideran sus subordinados. La educación que recibieron en la finca del despótico Ángel Castro. Recuerdo la frase que con más fuerza le oí repetir a Fidel: “El poder es para usarlo”. Lo cierto es que no existen muchos sitios que acepten cubanos sin visas, y los que no ofrecen inconvenientes en recibirlos, limitan de cualquier modo el tiempo de estancia. La situación es como aquella aldea cayún descrita por William Faulkner que Hollywood fabricó para una película: unas paredes falsas en la que tú abrías la puerta para caer directamente al océano.

No obstante, algunos modestos beneficios se pueden encontrar todavía hoy de la enrarecida actividad priorizada por la población. Por lo menos se sabe de algunos avispados propietarios de computadoras que te venden por el precio de un euro una lista “actualizada” de los países que aceptan cubanos cuyos pasaportes carezcan de visa. La relación cabe en una simple hoja de papel carta impresa por una sola cara. De todos los continentes, los asiáticos son los que se muestran más generosos, encabezados por Mongolia. Ya ustedes saben, aterrizar en Ulán Bator y más tarde a disfrutar de la espesa leche de yak tomada en el desierto de Gobi bajo cero y cercados por una jauría de lobos. Por su parte, los hermanos países africanos no se destacan como muy complacientes. Ni siquiera los angolanos y la historia de nuestros 2.000 combatientes internacionalistas muertos por su libertad parecen conmoverles. No solo te exigen visa, sino que enseñes la plata de que dispones. Y ésa es la otra espada de Damocles que pende sobre la masiva oleada de emigrantes que empuja en las colas. Nadie responde a la pregunta básica de quién paga los pasajes y con que qué se van a mantener en sus lugares de aterrizaje.

La respuesta a este dilema logístico se encuentra para muchos en el carácter emprendedor de los cubanos. El mismo Many Bouza me decía ayer una frase para mí memorable: “Ningún cubano sabe lo que vale hasta que llega a Estados Unidos”. Y Many, advierto, no es el cubano contrarrevolucionario típico de Miami. Es un hombre de éxito en esta ciudad, pero siempre me llama la atención con el candor que se refiere a los compañeros junto a los que luchó en Cuba. No le falta razón, por lo menos en lo que a las ventajas del desplazamiento se refiere. Como el ejemplo de aquel oscuro técnico de una planta local de Coca-Cola en La Habana, que terminó siendo presidente de ese emporio y uno de los hombres más ricos del mundo: Enrique Goizueta. En fin, que según Many, puede ser un simple asunto de dislocación.

Cierto que para una sociedad entrenada en una economía hecha para sacar aceite de las piedras, la supervivencia cotidiana tampoco debe ofrecer escollos insuperables.

El asunto, una vez más, radica donde siempre ha radicado para los cubanos en lo que concierne a la economía: en la reproducción del dinero. Porque no crean que ninguno piensa en destinos del Tercer Mundo. Se sabe que la primera gestión se dirige hacia la compra de visas de los países altamente desarrollados, hechos desde luego a la medida de Goizueta y de mi amigo Many. Grandes metrópolis, eso es lo que necesitamos. Desde luego que el personal diplomático radicado en Cuba dispuesto a escuchar ofertas razonables no es poco, y mucho menos melindroso. 5.000 (cinco mil) euros es el precio actual del mercado de visas en La Habana, con una lógica tendencia al alza, dado al enorme flujo que se avecina. Esto conlleva a su vez a deprimir el precio de los viejos inmuebles y propiedades abandonados por los cubanos de las primeras oleadas de emigrantes que, si no se han derrumbado, son las prendas de mayor valor (ya no se sabe cuántas veces han cambiado de mano) para la oferta.

Como es de suponer, los (las) emigrantes potenciales más jóvenes, son los (las) que gozan de mayor fortuna, por su equipamiento personal: la prostitución sigue siendo un negocio lucrativo y sin mayor trámite que el toma y daca. Contemplamos en este rubro un aumento lógico de los precios, al revés de los inmuebles. Y nada de pomitos de champú y un juego de ropa interior por el servicio. ¿Tú entiendes? En efectivo. La carne en alza, la mampostería en baja.

Las remesas de familiares radicados sobre todo en Miami constituyen una fuente permanente de apoyo para los que puedan contar con tal respaldo y, no faltaba más, mi hermano, tú no te preocupes si tienes que salir por Haití (acepta cubanos sin visa), que enseguida te rescato con un yate. De más está decir que un porcentaje de desheredados de la fortuna y del afecto familiar establecido en el sur de la Florida continuarán lidiando con los avatares del socialismo real. O como lo dijo un transeúnte a un periodista de la TV hispana de Miami: ¿Quién paga 5.000 euros por un negro?

Si bien es cierto que no suele haber respuestas públicas para casi ninguna de las acciones y conductas de los líderes cubanos, no está de más tratar de entender la naturaleza de lo que allí ocurre. Y yo creo que lo competente es buscar las claves en las diferencias entre los dos hermanos. Fidel era un líder nato. Lo quiso todo, amigos y enemigos, corrientes ideológicas a favor y en contra, todo el país, todo el pensamiento, todas las clases, y cada tornillo, cada libro, cada cabeza de ganado, De alguna manera era —en verdad— divino. Desde luego, también muy sabio. Fíjense si no que sus manos descansaban en la llave maestra de la válvula de escape de presión. Sabía cuándo tenía que abrirla para que la olla no estallara. Eso fueron las reiteradas crisis de balseros, Camarioca, Mariel, Cojímar. Y después se ufanaba que Cuba no iba a cometer los mismos errores de la Unión Soviética en cuanto a política migratoria. Ni cortina de hierro ni muro de Berlín. No obstante, los años han probado que era igual que ellos. Pero caía tan bien. Era tan simpático. Tan apuesto.

Raúl, no. Raúl es un administrador, un excelente organizador —¡cuidado con esto último! Además quiere dejar a sus hijos encaminados y fuera de peligro. Tiene esa impedimenta y por tal razón es conservador. Significa que a donde más lejos va a llegar es a la mera puntera de sus zapatos. En fin, que, a todo tirar, es un reformista. En este sentido, la audacia que se puede esperar de él, es el desmontaje de las audacias de Fidel. No es otro su empeño, y es toda su estrategia. Porque ha comprendido como nadie que donde se acaba la ideología, la única fuente de poder es el dinero. Dicho de manera más brutal: para eludir que el derrumbe de Cuba sea el mismo de la Unión Soviética pero diferido, es menester que el primero en acometer el derrumbe sea él pero reteniendo todo el poder. Está por ver si es un acuerdo secreto suyo con Fidel, como estrategia genial de supervivencia. Por lo pronto, den por seguro que ellos mismos decidieron hacer la transición de Lenin a Putin, aunque eludiendo a Gorbachov y su blandenguería.

Cuba autoriza a viajar a todos sus ciudadanos, pero que nadie puede hacerlo, es en verdad una de las soluciones práctica de Raúl Castro. Sacarse todos los problemas de arriba. No molesten más con los viajecitos. Ustedes vayan a donde les plazca y a donde les concedan visa. Saca el pasaporte y te vas. ¿Médico? Te vas. De ahí en adelante es un problema tuyo. De ustedes. Y no del Gobierno cubano.

Muerto el perro, se acabó la rabia, dice el refrán.


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