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EEUU, Pandemia, Coronavirus

El dólar y la plaga

Sobre una discusión vigente en Estados Unidos, que toma características personales

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El dinero ha aniquilado más almas que el hierro cuerpos.
Francis Scott Fitzgerald

Hace poco un amigo me contó que un fin de semana su cuenta de banco amaneció en rojo. Tiene un buen trabajo, y desde que llegó a este país, dos décadas atrás, no había estado un solo día desempleado. Para facilitar los desembolsos y no olvidarlos, acostumbra a prefigurar los pagos. Los débitos eran automáticos; solo que, al parecer, un gasto extra dejó sin fondos la cuenta. “Es una sensación muy desagradable. Es deber más de lo que tienes”, y añadió: “te imaginas cuantas personas aquí están sin trabajo y no saben cómo pagar sus casas, sus autos, las deudas de las tarjetas”.

En efecto, la muy desagradable sensación de sentirse delicuent account y al mismo tiempo no serlo por voluntad e indolencia provoca ira, malestar, desconcierto. Casi todos los bancos y entidades crediticias están ayudando a los deudores. Pero sabemos que los pagos diferidos no pueden ser eternos. El consumo representa en Estados Unidos más del 80 % de su economía; en la sociedad de mercado existe un real encadenamiento productivo: una industria que se para detiene a decenas o cientos de empresas, a veces sin evidentes conexiones productivas.

Al revisar el antecedente cercano a lo que estamos viviendo, la mal llamada Gripe Española que comenzó en 1917, comprobamos que a pesar de la I Guerra Mundial (1914-1918) y el alto costo en vidas y en recursos materiales, la recuperación económica pudo ser rápida en contraste con los devastadores efectos que sobre la salud mental y física de las personas tuvo la pandemia. Se calcula que la Gran Guerra mató entre nueve y diez millones de personas con unos veinte millones de heridos y mutilados. Como consecuencia de la pandemia de la influenza tipo A-H1N1 subtipo, fallecieron entre el 6 y el 8 % de los infestados, o sea, de 50 a 100 millones de seres humanos, diez veces las pérdidas de la guerra.

En los difíciles días de posguerra, y a pesar del aislamiento de los enfermos, hubo necesidad de cerrar espacios públicos como cines, bares, escuelas y fronteras. En ciertos documentos se refiere que el uso de mascarillas se hizo obligatorio, con multas de 100 dólares, poco más de 3.000 dólares al cambio actual. Sin un medicamento útil, salvo el plasma de los sobrevivientes, los estados tuvieron la misma disyuntiva que ahora: cuándo, cómo y dónde abrir la economía. Las preguntas tal vez se tornen retóricas en medio de la posguerra, con Europa devastada en más de un 40 % y Estados Unidos emergiendo como potencia hegemónica a nivel mundial. No había opciones: muy pronto debieron salir a transformar las fábricas de muerte y destrucción en industrias de paz, fábricas de bienes y servicios.

Como entonces, la discusión de hoy toma características personales: si uno está a favor de una desescalada lo más rápida posible para favorecer el regreso a los talleres, las escuelas y los campos, es un rufián irresponsable; no cree en los científicos y solo le importa reflotar la economía por intereses partidistas. Si la persona predica a favor de continuar el encierro, y estimular la enseñanza y los trabajos a distancia porque la ciencia advierte que aún no estamos en la segunda ola de contagios, esa persona es un desalmado que apuesta por el desastre para que fracase la reelección del presidente.

En tales antípodas, irreconciliables, se pierde la seriedad, la perspectiva del qué hacer y cómo hacerlo lo mejor posible. Por lo pronto, para este escribidor, habría dos cosas esenciales, conciliadoras en busca de un centro. Una, la pandemia, aunque advertida por muy pocos, sobre todo cineastas de ciencia-ficción, sobrepasó la capacidad de respuesta clínica y material de naciones tan distantes y diversas como China, Irán, México y Estados Unidos. Culpar a individuos en retrospectiva carece de sentido ahora. Que los juzguen los tribunales o “su” Dios, después. Dos, en un mundo tan polarizado y politizado, en sociedades donde la salud pública a nivel primario es deficitaria a pesar de su desarrollo, el “cerco” al virus fue un fracaso desde el principio. No tiene por qué seguir “escapándose”.

Veamos algunos errores graves, corregibles: el seguimiento de los enfermos y sus contactos, una medida vital para cortar la cadena de transmisión debe implementarse con una disciplina castrense. Hay subregistro y sobre registro de casos positivos; el chequeo y contra chequeo de la data por entidades independientes es vital para la transparencia. Ha habido publicaciones carentes de ética y de responsabilidad como dar por sentado ciertos medicamentos o desaconsejar su uso. Las autoridades, quizás por una mal entendida libertad, no han aplicado las medidas coercitivas a tiempo y en todos los lugares; quien no use de la mascarilla en público podría ser considerado, y no es una exageración, homicida culposo en potencia. A todo esto, hay que añadir la confusión del ciudadano común, para quien nadie dice la verdad. Deberían regresar las conferencias de prensa ejecutivo-fuerza de tarea diarias.

Para este escribidor, no cabe duda de que hay que salir a trabajar y abrir las escuelas. Pero debe ser un proceso, particularizado y de responsabilidad individual. Es importante que la población entienda algo muy sencillo: el covid-19 llegó para quedarse y solo se detendrá cuando una vacuna impida su entrada al organismo humano. Mientras tanto, es un virus que mata. Así de sencillo.

Según Mark Schaller de la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, Canadá, deberíamos convertir este problema en una oportunidad. La oportunidad de adquirir una psicología que impida el contagio. Él ha descrito el distanciamiento social, el frecuente lavado de manos y otras actividades de evitación como un sistema inmunológico de conducta: maneras de ser y comportarnos que nos harían inmunes a futuros patógenos.

Puede que las estadísticas cubanas no sean reales, y hay historia y motivos para no creer en ellas. Es difícil admitir que con las malas condiciones higiénicas y de alimentación en la Isla no haya más casos graves y los hospitales no tengan colapsados sus servicios de emergencia. También es muy raro que en la era de los teléfonos celulares no envíen desde Cuba imágenes de decenas de muertos, y salas de terapia intensiva atestadas. O el régimen tiene un control absoluto del ciberespacio denunciante, o han hecho bien su tarea las autoridades sanitarias. Es cierto que todo se facilita en un país totalitario, con intervenciones precisas, puntuales, cuadra por cuadra y barrio por barrio, según la canción cederista. Que están parados en menos de cien muertos hace dos meses es un chiste cruel. Que tienen hasta ahora un buen control de la epidemia y vigilancia de los daños colaterales, parece una verdad de Perogrullo.

¿Necesitarán ciertos hombres regímenes que los controlen, como párvulos, para cuidar de su salud? ¿Es la salud publica un derecho, un deber, o ambas cosas? ¿Por qué el país más poderoso de la Tierra tiene inmunidad de barro, y ha sido incapaz de coordinar una política sanitaria de obligatorio cumplimiento? ¿Lo impiden sus leyes o este guirigay político eleccionario? ¿Pueden los errores de casi todos convertirse en los errores de un solo hombre, el candidato rojo o el azul?

Ante la angustia de mi amigo por su cuenta en números rojos, cubano como yo, se me ocurrió recordarle que por lo menos tenía trabajo, y otros millones no. De alguna manera saldremos de esta. Como un carrusel, en este país, a veces vamos en picada para después remontar en la próxima curva. Algo siempre se pierde en estas circunstancias. Solo que debemos procurar que no sea la vida, pues esa no se recupera. Peor pinta el panorama en Cuba; apenas hay covid-19 pero quien no tenga un familiar en el extranjero para poner dólares en una tarjeta de débito ni siquiera tendrá tarjeta o números rojos. Así que despedí a mi amigo con una frase que se me ha hecho habitual en estos tiempos: ¿No estás tú en la tierra de los libres y el hogar de los valientes?

Publicado en Habaneciendo.com. Blog del autor.


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