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Perú

La singularidad del Perú

Personalidades como Manuel González Prada, Víctor Raúl Haya de La Torre y José Carlos Mariátegui abrieron el campo de lo político inspirándose ante todo en lo social

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Más allá del dilema electoral que ha mantenido en vilo a la sociedad peruana tras el resultado de la primera vuelta electoral que dio como favoritos a Keiko Fujimori, hija del controvertido ex presidente Alberto Fujimori, y a Ollanta Humala perdedor de la anterior elección presidencial por su alianza con el presidente venezolano Hugo Chávez, de lo que hoy reniega, conviene recordar la singularidad del Perú debido a la riqueza del pensamiento político que allí se gestó tras el advenimiento de la era republicana cuyo impacto decisivo no solo se hizo sentir el propio país, sino que trascendió al resto del continente, generando una influencia decisiva en la historia de las ideas políticas de la región. Personalidades como Manuel González Prada, Víctor Raúl Haya de La Torre y José Carlos Mariátegui abrieron el campo de lo político inspirándose ante todo en lo social y planteándose la interrogante de lo que significaba la democracia en un país como el Perú, con una enorme agenda social pendiente determinada por problemas de carácter étnico y de origen social.

Que personalidades tan opuestas a los regímenes autoritarios como es el caso de Mario Vargas Llosa apoyaran la candidatura de Ollanta Humala, además del hecho de que las encuestas arrojaran porcentajes similares para ambos candidatos antes de las elecciones, demuestra la profunda sensibilidad democrática alcanzada por los peruanos. En realidad lo que las encuestas demostraron es que un alto porcentaje de electores, tanto los de un bando como los del otro, no votan por los candidatos sino que votan por la democracia. Rara vez se ha visto en un proceso electoral una dinámica semejante. Muchos de los que apoyan a Keiko Fujimori, lo hacen para evitar que Ollanta Humala ―considerado como un aliado de Hugo Chávez― no imponga en el Perú una política semejante a la que Hugo Chávez ha impuesto en Venezuela, resueltamente reñida con la democracia. Aquellos que apoyan a Humala lo hacen por las mismas razones: oponerse a una vuelta del sistema autoritario de Fujimori y sus prácticas contrarias a la democracia. Ambos mandos consideran que la democracia peligra en el Perú. Ambos coinciden en que es necesario preservarla y para ello se debe optar por el mal menor. Ambas sensibilidades votan por la preservación de la democracia: ambos en el fondo comparten la misma visión; ambos están de acuerdo.

Tras la independencia, la cultura política que surge en América Latina no se caracteriza por haber producido un corpus de ideas, una creencia, o una visión del mundo que lograra aglutinar a las mayorías como lo logró la Revolución Francesa, que impuso las normas republicanas, marco referencial que hasta ahora ha regido los destinos de Francia, al igual que EEUU, que forjó un código liberal de conducta política que se impuso como patrón identitario.

La tendencia latinoamericana ha sido la de la defensa de los intereses de los grupos sociales según el origen de casta de sus élites. En América Latina, en donde se practica un nacionalismo epidérmico, no se ha logrado un corpus de ideas que otorgue coherencia a una idea de nación que represente al conjunto de sus habitantes y que les de un sentimiento de pertenencia más allá de su origen social y étnico, tal vez con la excepción del Brasil y de Chile, en donde, por lo menos, en el seno de sus elites, privan los intereses nacionales en lugar de las ideologías de turno. (El régimen de Pinochet no fue una excepción, pues contrariamente a la versión canónica, el golpe de Estado no tuvo como origen la fidelidad al anticomunismo de Washington, sino, según la idea de las FFAA compartida por un porcentaje amplio de los chilenos, se trataba de librar a Chile de caer en la experiencia cubana. Igualmente el golpe militar de 1964 en el Brasil, tuvo como origen los mismos parámetros; lo que no justifica en lo absoluto los métodos empleados en su propósito).

Esa falta de un pensamiento político, exento de consideraciones sociológicas, ha dificultado el acceso a un pensamiento político moderno y, por ende, al surgimiento de una tradición democrática sólida, de ahí la fragilidad que manifiestan los latinoamericanos en cuanto al lugar que ocupan o que deben ocupar en el conjunto de las naciones. En lugar de posturas políticas, manifiestan un estado de ánimo que se traduce por un malestar o un resentimiento con relación a EEUU y a Europa. La fragilidad del sentimiento democrático se manifiesta en la fascinación infantil por los caudillos; ese padre providencial que prolonga la infancia.

El debate que hoy tiene lugar en el Perú lleva el sello del legado de las tres personalidades que mencionamos y que hicieron sentir su impronta por haber percibido al país social y contemplar lo político desde esa perspectiva: hecho novedoso en el entonces panorama intelectual del continente.

Manuel González Prada y Ulloa (1844-1918), descendiente de la oligarquía criolla, fue una influencia temprana, y percibió que la naturaleza social del Perú requería una revolución social profunda. Su deseo de empaparse del Perú ignorado lo llevó a recorrer las regiones de la Sierra donde vive el mayor porcentaje de la población indígena; actitud que marca el punto de partida del desarrollo de una conciencia moderna en el Perú: el germen de la aparición de una noción de ciudadanía, de pertenencia nacional; lo que significa la ruptura de la lógica oligárquica criolla y la consecuencia que conlleva: la marginación de la población indígena. Por supuesto que semejante postura lo enfrentó a la oligarquía criolla de la cual provenía. González Prada era, además, un radical anticlerical y también un crítico acerbo del carácter conservador de la creación literaria peruana. Aunando ambas prácticas fundó el Círculo Literario (1821) el cual dio origen al Partido de Unión Nacional. Su experiencia europea dura siete años —la emprendió cuando ya era un adulto dueño de una sólida formación intelectual y del dominio de varios idiomas. Llega a París en 1891 donde frecuenta a Renán y a los círculos de los Parnasianos, pues su vocación más profunda era la de poeta. En España (1896) se relaciona con Unamuno y se vincula con el movimiento anarquista catalán adoptando ese credo y convirtiéndose en partidario de la violencia política, sin llegar a la práctica del terrorismo. A su regreso al Perú apoya al movimiento obrero y funda la revista Germinal. Su actitud modernizadora lo conduce hasta a apoyar ideas feministas. Como hombre de letras emprende una renovación métrica y rítmica de la lírica en castellano, de ahí que se le considere un precursor del Modernismo americano.

Más tarde, cuando aparece en el espacio político peruano ese personaje mayor que es Víctor Raúl Haya de La Torre, éste no duda en reconocer la herencia de González Prada. Haya de La Torre también emprende un recorrido por las zonas de la Sierra y también aúna su acción política con la cultural. Primero se relaciona con el mundo sindical, luego emprende la fundación de universidades populares a las que le da el nombre de González Prada. Pero Haya de La Torre va más allá del legado del maestro. Es el primero en plantearse la dimensión Indo Americana, el sentido de la democracia, y de lo que es la democracia en el contexto social del Perú. Ante la influencia que ejercía la Internacional Socialista desde Moscú, Haya de La Torre demostró una independencia total, de allí que fuera objeto de agresivas campañas por parte de quienes profesaban el credo moscovita. Haya de La Torre demostraba su vocación de libertad de pensamiento permitiéndose aseveraciones como la de considerar al régimen ruso como un capitalismo de Estado y de ninguna manera que tuviese un carácter socialista. Y en oposición al axioma de Lenin que consideraba el imperialismo como la fase suprema del capitalismo, para Haya de La Torre en América Latina el capitalismo se manifestaba como el estado inicial del capitalismo dadas las relaciones de dependencia que mantenía con las grandes potencias. Consideraba, además, que no habría socialismo sin desarrollo del capitalismo. La corriente política que representaba Haya de La Torre tuvo una influencia mayor en el continente. Sin el pensamiento de Haya de La torre, no se podría entender el desarrollo de las ideas socialdemócratas en Latinoamérica.

La tercera personalidad peruana que marcó el pensamiento político peruano y latinoamericano fue José Carlos Mariátegui quien optó por el marxismo, pero un marxismo que adaptó a la sociedad peruana. Tanto Haya de La Torre como Mariátegui fueron combatidos por la corriente ortodoxa afiliada a Moscú. Sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, que escribió cuando apenas tenía poco más de treinta años, es una obra que hasta ahora no ha tenido descendientes. Las corrientes marxistas se han limitado a los manuales soviéticos y al no menos dogmático y limitado manual de divulgación de Marta Harnecker, Principios del Marxismo Leninismo. Mariátegui viaja a Europa y en particular su estadía italiana lo marcó particularmente porque es testigo del ascenso del fascismo. Contrariamente a tantos intelectuales que se dejaron seducir por el fenómeno, él percibió de inmediato su carácter como “una respuesta a una crisis social profunda: el precio que paga una sociedad en crisis debido al fallo de la izquierda”. Mariátegui muere a los 35 años.

En la actualidad no se puede afirmar que el Perú esté atravesando una crisis social profunda, como sucedió en Venezuela cuando el país se entregó de manera suicida en brazos de un candidato a caudillo con rasgos fascistas. Si escuchamos a Mariátegui, el legado democrático del que han hecho gala los ciudadanos de Perú hace que se pueda abrigar la esperanza.



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