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Damas de Blanco

El ejército desuniformado

Al ver a ese “pueblo airado” abalanzarse contra las Damas de Blanco, los televidentes deberían saber que “el pueblo” puede ser el ejército desuniformado

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Hemos visto por televisión las imágenes de las Damas de Blanco portando gladiolos y recorriendo las calles de La Habana, acosadas por una marea de insultos. Un día tras otro, hasta el domingo, las Damas continuarán recordando que 53 esposos, padres, hermanos continúan en prisión desde la Primavera Negra de 2003.

Primero peregrinaron sin incidentes hasta el templo del Sagrado Corazón de Jesús y en el camino repartieron gladiolos a los transeúntes. El martes 16, acudieron a una misa en la iglesia de San Juan de Letrán, pidieron libertad para sus familiares frente a la sede de la Unión de Periodistas de Cuba y, poco después, hasta el fin de la marcha, fueron acosadas verbalmente por centenares de contramanifestantes. Coreaban "Cuba sí, yankis no", "Gusanas", "Pin-pon-fuera, abajo la gusanera", y obscenidades surtidas. Agentes de civil impedían, presuntamente, que el pueblo enardecido agrediera a las treinta mujeres.

Al día siguiente, en Párraga, los contramanifestantes pasaron del dicho al hecho. Después de asistir a una misa en la iglesia de Santa Bárbara, las Damas se encaminaron a la casa de un ex preso político, cuando estalló el mítin de repudio. Unos trescientos “espontáneos” comenzaron gritando "¡vendepatrias!", "¡gusanas!", "¡viva la revolución!". "¡Viva Zapata!", "¡libertad para los presos!", respondían las Damas. Un gran despliegue de policías y agentes de civil monitoreaba la agresión. Hubo empujones, golpes, mujeres arrastradas por la calle, magulladuras. Cuando las Damas se negaron a ser evacuadas del lugar en dos autobuses (“esto es un secuestro”, gritaban), fueron reducidas y embutidas por la fuerza en los ómnibus. Reina Luisa Tamayo, madre de Orlando Zapata, fue golpeada en la espalda. Laura Pollán terminó con un brazo enyesado. El periodista Carlos Serpa Maceira tiene una herida en el cuello; Mayra Morejón, una contusión en el cuello, y otras presentan golpes en cabezas y brazos.

La televisión cubana emitió el miércoles imágenes de los sucesos, algo sin precedentes, y acusó a las mujeres de estar financiadas por Estados Unidos para desprestigiar a la Revolución.

Ellas declararon que continuarían la semana de protestas, que no se dejarían intimidar. De modo que el jueves salieron de nuevo. Visitaron la iglesia de la Merced, patrona de los presos, caminaron por Obispo, atravesaron el Parque Central y subieron por Neptuno hasta completar cuatro kilómetros de recorrido, acosadas verbalmente por centenares de contramanifestantes. Pero en esta ocasión un cordón de seguridad impidió cualquier contacto físico. Se hizo evidente que la nueva orden era evitar las imágenes del día anterior que dieron la vuelta al mundo. "Esta calle es de Fidel", gritaban, aunque ya el comandante no puede hacer uso de su propiedad.

Cualquier televidente despistado, al ver a unas decenas de mujeres vestidas de blanco abrirse paso entre una muralla multitudinaria de insultos, tendrá la equívoca percepción de que frente a la protesta mínima, casi simbólica, de las Damas, se alza un pueblo entero en defensa de la Revolución. Y que la policía las protege para que ese “pueblo enardecido” no las aplaste con su sagrada ira.

La realidad es mucho más perversa.

En el blog Penúltimos días (http://www.penultimosdias.com/) se constata que una misma “ciudadana espontánea” desplegada ahora contra las Damas de Blanco, participó el 20 de noviembre y el 10 de diciembre del año pasado en sendos actos contra Reinaldo Escobar y contra las Damas de Blanco. ¿Es casual su presencia cada vez que se producen estos actos? De la misma manera, el conocido agente Rodney aparece tanto en el acto de repudio a Escobar, como el día 18 de marzo contra las Damas de Blanco.

Fidel Castro comprendió muy temprano que no bastaba monopolizar el poder. Era necesario monopolizar el discurso, de modo que convirtió todos los medios de difusión en vehículos de agitación y propaganda. El siguiente paso fue controlar la calle. Bajo el lema “la calle es de los revolucionarios”, cualquier manifestación pública de discrepancia sería desde entonces neutralizada, por no decir aplastada.

El 1959, muchos cubanos colocaron en la puerta de sus hogares unas placas metálicas que rezaban “Esta es tu casa, Fidel”. Y él hizo extensiva la invitación a las calles, avenidas, plazas y parques. “Este es tu país, Fidel”, se dijo a sí mismo.

Pero la represión debería ejercerse con astucia. La televisión oficial nos bombardeaba con escenas de manifestaciones reprimidas a golpes, disparos y gases lacrimógenos en todos los confines del planeta donde las masas oprimidas se rebelaban contra el capitalismo. Sería contraproducente ofrecer la misma imagen en las calles de la Isla.

Un sistema de movilización perfectamente organizado llenó la Plaza de la Revolución una y otra vez para escuchar la palabra orientadora del líder. Como una estrella de rock, el Comandante necesitaba que cada concentración rompiera récords. La adhesión debería ser abrumadora, un abuso estadístico, y la espontaneidad sería estimulada.

Cuando más de diez mil cubanos ocuparon la embajada de Perú en 1980, el sistema, perfectamente engrasado, lanzó contra ellos una marcha del pueblo combatiente. A partir de ahí, se organizaron los mítines de repudio: palizas y escarnio público organizados, alentados y monitoreados por los cuerpos represivos disfrazados de “ciudadanos airados”. Se movilizó, incluso, a estudiantes de karate de los dojos de la capital, pertenecientes al Ministerio del Interior, para que practicaran sus katas contra la escoria.

Cuando el maleconazo de 1994, el Contingente Blas Roca fue armado con garrotes sospechosamente homogéneos y batieron a los manifestantes con una eficacia paramilitar.

Militantes del Partido, policías y militares de paisano, o simples delincuentes, han sido movilizados una y otra vez, travestidos de pueblo, para escarnecer a la poeta María Elena Cruz Varela, al periodista Reinaldo Escobar o al escritor Ángel Santiesteban. También han servido para llenar el cine donde se proyectó la película Alicia en el pueblo de maravilla, con la orden estricta de abuchearla.

En un país donde la palabra está estrictamente racionada, no se puede permitir que la calle se convierta en tribuna, pero dejando siempre muy claro que es el propio pueblo el que destrozaría a los disidentes si las fuerzas del orden no los protegieran. Una coreografía perfecta de poli bueno / poli malo, donde ambos cuerpos de baile juegan su papel para que brille allá a lo lejos la prima ballerina assoluta.

Contaba Jesús Díaz que recién ocurridos los sucesos de la Plaza de Tiananmen, Fidel Castro se reunió con un pequeño grupo de intelectuales. Alguien le preguntó qué creía acerca de lo ocurrido en China, a lo que el comandante respondió, ante el asombro de todos, que aquello había sido “una barbaridad”. Y más tarde aclaró que en esos casos es imperdonable desplegar soldados y tanques. Lo más adecuado el vestir de civil a los soldados. Que sea el pueblo chino, indignado, el que aplaste a los disidentes. De donde se deduce que al decir “barbaridad”, Castro pensaba en la palabra “estupidez”. Un genio de la publicidad como él nunca habría caído en esos burdos errores de imagen.

De modo que si un día toca sacar los tanques a la calle, decretarán carnavales sorpresa y los disfrazarán de carrozas. Los cañonazos se producirán justo a las nueve de la noche para confundir al personal.

En el prólogo del Che Guevara a Guerra del Pueblo, ejército del Pueblo, basado en los escritos del vicegeneral Vo Nguyen Giap, se afirma que “ejército y pueblo no son sino la misma cosa, lo que una vez más se ve corroborado en la síntesis magnífica que hiciera Camilo [Cienfuegos]: "el ejército es el pueblo uniformado". Una afirmación reversible que los televidentes deberían tener en cuenta al ver a ese “pueblo airado” abalanzarse contra las Damas de Blanco. En Cuba, “el pueblo” puede ser el ejército desuniformado.


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