Actualizado: 29/04/2024 14:55
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Congreso UJC, Felicidad, Cuba

Crea tu (In) felicidad

La consigna del nuevo congreso de la UJC deposita en cada joven la responsabilidad de construir su propio bienestar, algo que más parece una burla que una aspiración

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La Continuidad será recordaba, además de por su ineptitud y ser fiduciaria del desastre involucionario, por sus frases hechas, ridículas, pedestres, verdaderos insultos a la inteligencia humana. Cada “lema” o consigna se supera a sí misma, como si los autores pretendieran emular con aquellos de los sesenta, setenta y ochenta. Debían repetirse en los matutinos escolares y en las actividades políticas: “Solo los cristales se rajan, el Partido es inmortal”, “Donde nace un comunista mueren las dificultades”, “El que no salte es yanqui” y otras, eso sí, peor elaboradas que “Condénenme, no importa, la Historia me absolverá”, auto adjudicaba por el Máximo Líder sin pedir licencia a Adolf Hitler por una muy parecida, en el juicio por el llamado Putsch de Múnich o de la Cervecería.

Después de la “resistencia creativa” parecía que nada podía superarse. Pero como la juventud es divino tesoro, Aylín Álvarez García, primera secretaria del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), ha lanzado como consigna para el nuevo congreso de las juventudes comunistas “Crea tu Felicidad”. En una breve entrevista, la heredera del batón juvenil usa el recurso de la paradoja descontextualizadora. A la pregunta retórica del periodista de por qué en condiciones económicas tan adversas se cita un congreso nacional, la juvenil comunista responde con esta perla: “esa es una razón de fuerza mayor por la que creemos que es el momento idóneo… para debatir con pasión, pero sin complacencia, sobre la responsabilidad que tenemos con el presente y futuro de las nuevas generaciones”.

Sin duda, llaman la atención el lema-consigna, el contexto, y el concepto de felicidad autogenerada que enarbola la máxima figura de los jóvenes marxistas-leninistas insulares. Según la R.A.E., el lema en su tercera acepción es una norma que regula o parece regular la conducta de alguien. De tal modo, los lemas o consignas —hay pequeñas diferencias— pretenden que un colectivo humano y en un contexto determinado, interiorice y ejecute el mandato. En el Pequeño Príncipe el Farolero enciende y apaga el farol para iluminar el día y declarar la noche. A pesar de su importancia, no sabe por qué lo hace. Solo dice: “lo hago porque es la consigna”. Los niños cubanos están obligados en todos los centros escolares del país y desde hace cinco décadas a jurar ante la bandera de su patria que serán comunistas como el Che —el argentino Ernesto Guevara. El cardenal Ortega solía decir que le hubiera gustado que los pequeños juraran ser pioneros por Cuba y ser como José Martí.

La consigna para este nuevo congreso —“Crea tu Felicidad”— deposita en cada joven la responsabilidad de construir su propio bienestar, algo que desde una elemental metafísica podría tener sentido. Pero “aterrizando” las palabras en la situación actual de la Isla, más parece una burla que una aspiración. El contexto no puede ser más sombrío, y no por el Imperialismo, sospechoso habitual, o por los brazos caídos, una suerte de protesta silente donde el pueblo hace como si trabajara y el gobierno como si pagara. El meollo está en el propio sistema, probadamente disfuncional y políticamente anclado en el siglo XX cuando nos acercamos al final del primer cuarto el Siglo XXI. El por qué el liderazgo comunista mantiene palos a las ruedas de la historia tiene varias explicaciones. La más evidente es que se trata de mantener el poder absoluto a como dé lugar.

Cómo, con qué y dónde construir esa felicidad por decreto

Y eso nos lleva al concepto mismo de felicidad o bienestar. La felicidad es un estado emocional. Es una sensación, sobre todo, subjetiva, pero con una fuerte ligazón al contexto, a la situación económica y social donde se desarrolla el individuo. Se puede ser feliz como los monjes trapenses y cartujos fuera del mundo y el bullicio, viviendo en una celda, orando todo el día, comiendo con frugalidad. Y se puede ser infeliz siendo multimillonario y famoso como Steve Jobs, quien a punto de morir con 56 años preferiría cambiarlo todo por algo más de vida. De ese modo, pudiera pensarse que la felicidad es una opción individual con asideros en la lógica y en la realidad. Se “escoge” estar bien, bienestar, porque se puede, primero que todo, redundancia escogida, escoger.

La ONU ha creado un índice de felicidad mundial basándose en entrevistas personales, y lo que han llamado calidad de vida: cinco áreas como bienestar físico, material, social desarrollo y emocional. Cuba no aparece en el ranking. No se aclara si por ausencia de encuestadores o mutismo de los encuestados. En 2018 llego a estar en el lugar 157, uno de los últimos —se podría pensar que esta lista, como otras, es también “espuria”.

El asunto es que la felicidad depende mucho de metas concretas y sueños por realizar, allí donde es posible hacerlo. Si las aspiraciones y objetivos no están conectados con la realidad, con las oportunidades, y si cada acción en pos del fin se frustra, el individuo se deprime, y termina por vegetar, o vivir en una pesadilla. En el caso de la juventud, por su propia naturaleza física, emocional e intelectual, no debe existir otra idea que no sea ser feliz, sentirse bien, obviar el sufrimiento, el tormento. Una joven es, más que todo, una sonrisa. Un joven triste, sin embargo, es un enigma.

Las preguntas que deberían hacerse la convocante, y el congreso de los jóvenes comunistas cubanos, serían cómo, con qué y dónde construir esa felicidad por decreto. Cómo las juventudes de hoy podrían tener acceso libre a la información, a diseminarla, compartirla. Cómo trabajando algunas horas a la semana podrían tener ahorros para comprarse ropas y zapatos de su gusto, sin que nadie “de afuera” los vistiera, o provea la “moneda del enemigo”. Cómo poder rentarse con unos amigos, y comenzar el vuelo independiente, fuera del nido familiar. Cómo economizar y poder salir al extranjero para ver que el mundo no es malo ni bueno, sino, sencillamente, es. Cómo invitar a la novia(o) a un cine, a un hotel, a un paseo en barco con su propia economía, trabajando a tiempo parcial en el negocio del padre o de un amigo mientras por las noches asiste a la universidad que desee con el programa y la línea ideológica o religiosa que escoja. Cómo un joven no comunista, incluso anticomunista, puede aspirar a dirigir una empresa, un ministerio, ser parte del Parlamento donde están representadas todas las corrientes políticas en un país inclusivo, democrático. Cómo ese mismo joven puede pertenecer al cualquier partido político o a ninguno sin dar explicaciones del por qué, y tener las mismas posibilidades que alguien convertido por la Constitución en “vanguardia de la sociedad”.

Los jóvenes comunistas también podrían preguntarse con seriedad por qué la mayoría de sus coetáneos escapa de suelo Patrio, y dejar de echarle la culpa al vecino del Norte. Por qué ninguno, una vez en tierras lejanas, regresa a Cuba en balsa, en el tren de aterrizaje de un avión, en un viaje para ver “los mogotes de Pinar del Rio”.

El bienestar personal, ¿es algo que se decreta, se asigna en un congreso? Bien vendría a los convocantes citar a un grupo de jóvenes cubanos recién llegados al Imperio para que narraran sus experiencias, buenas y malas, tras emigrar hacia donde ellos pronosticaron serian infelices. Tal vez dirán, con Pablo Milanés: “No es perfecto, más se acerca a lo que yo, simplemente soñé”. Los jóvenes comunistas deberían aprender a aprender. Porque ese es uno de los problemas fundamentales de la mentalidad totalitaria. Creen saberlo todo. Resolverlo todo. Imponerlo todo. Hasta la felicidad.


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