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Cuba, EEUU, Política

Farsa y desolación entre Cuba y Miami

Más fraccionada que nunca, pese a declaraciones de ocasión y poses de momento, la llamada “oposición” cubana transita una de sus horas más bajas

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Entre el atrincheramiento del pabellón geriátrico, que persiste en monopolizar el poder en Cuba, y las medidas del gobierno de Estados Unidos para provocar la algarabía del gallinero trumpista en Mami, transcurren las relaciones entre Washington y La Habana.

Más de cien grupos opositores suscriben en Miami el ‘Acuerdo por la Democracia en Cuba’”. Ante un titular tan luminoso uno espera al menos la Caída de Troya, el ejército napoleónico, las nunca presentes divisiones del Papa, la guerra de los tomates. Pero no, nada de ello ocurrirá. Simulación y engaño.

En esta ciudad algunos de los llamados “líderes del exilio” saludaron con el habitual blablablá la cancelación de los vuelos de las aerolíneas estadounidenses hacia diversos destinos en Cuba, salvo La Habana. En las afueras del restaurante Versailles hubo gritos de entusiasmo. Lástima que ni los líderes ni la chusma diligente reclamaran pastelitos y croquetas a los “charteadores”, que continuarán devolviéndonos y arrancándonos del nativo suelo.

Más fraccionada que nunca. Estancada en sus propósitos. Sin apoyo y reconocimiento dentro de la población y con una proyección que intenta definirse apenas bajo el oportunismo de la arena internacional, la oposición cubana transita una de sus horas más bajas.

A ello se añade —o lo antecede— que el régimen de La Habana no cesa en su objetivo de reprimir cualquier intento opositor, e impedir que el rechazo a su gestión trascienda al reducido ámbito del comentario hogareño, entre amigos o vecinos de confianza: las calles no han dejado de ser de Fidel; cabe agregar, por supuesto, desgraciadamente.

Nacida con independencia de Washington, la palabra “disidencia” tuvo un reconocimiento inicial para significar una posición contestataria pero no contrarrevolucionaria. La persistencia con la que llegó a abarcar todas las manifestaciones de oposición la convirtieron en una especie de portmanteau word ideológica, que definía al vocablo no por su valor en sí sino por los atributos políticos que se le añadían. Ello se ha perdido hoy día.

La separación que implicaba disentir se ha convertido en ruptura total. Y sin embargo, quienes practican esta postura no se preocupan por definirse como “contrarrevolucionarios”, “nuevos revolucionarios” o “restauradores”. O lo que sería mejor aún, conservadores en el mejor sentido de la palabra: una definición que los alejaría de reaccionarios.

Sin embargo, en cuanto a imagen en el exterior, continúan enfrentado el mismo problema: el argumento del dinero utilizado para demonizarlos a todos, aunque resulte injusto generalizar en cuanto a la recepción y el empleo de fondos que provienen de Washington o de Miami.

Imposible romper el círculo vicioso, que solo admite criterios ideológicos, cuando no se encierra en el simple fanatismo. El tratar de silenciar las críticas respondiendo a que sirven a los fines de La Habana es repetir la vieja táctica de aprovecharse de la conveniencia política para obtener objetivos personales. En uno y otro sentido, todo lo justifica el odio al enemigo.

Un ejemplo de ello es la continuación, en su andanza impúdica, de ese engendro gubernamental llamado Radio y TV Martí, cuya definición mayor transcurre de escándalo en escándalo, al estilo de telenovela latinoamericana: con la emoción y el desaire de cada nuevo capítulo.

Así el colocarse entre dos abismos conlleva una situación difícil. Si la desfachatez de unos supuestos opositores —cuyo mayor reclamo es la negativa del régimen a un nuevo recorrido por diversos países y el verse privados de los postres tras cualquier conferencia internacional— no es razón suficiente para abandonar la crítica constante a la situación en Cuba, tampoco el desmadre perenne en la isla debe convertirse en excusa que justifique a cualquiera que aparente rechazar aquello; bajo esa farsa donde cada seis meses el último cómico de bodega acude a reclamar la bandera del anticastrismo.

Si el cuentagotas de las torpes medidas de Trump no llega siquiera a la época de George W. Bush —ese expresidente que ayer fuera venerado por el exilio y hoy está olvidado—, uno además se lamenta que el actual destino de Cuba se resume en la palabra torpe de Díaz-Canel o el gesto avieso de Raúl Castro. Ningún consuelo, ninguna esperanza por parte alguna.


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