Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Creyentes, Fanatismo, Covid-19

Cavilaciones teológicas

En una encuesta reciente, dos tercios de los creyentes opinaron que el Covid-19 era obra de Dios para castigar a la humanidad

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El sufrimiento es más conveniente y beneficioso que la felicidad. En el sufrimiento Dios proporciona fortaleza mientras que en la felicidad el alma demuestra su flaqueza y su imperfección. En el sufrimiento el alma adquiere y practica la virtud y se vuelve pura, sabia y cautelosa
«La noche oscura del alma», San Juan de la Cruz

La Iglesia católica ha tratado siempre de sublimar el sufrimiento y la muerte: el Muero porque no muero, de Santa Teresa (1515-1582) y de San Juan de la Cruz (1542-1591); y el Ven, muerte, tan escondida, de Juan Escrivá ca.1430-ca.1503.

En la antigüedad, esa era su manera de consolar a los pobres para que soportaran con resignación las injusticias de la opresión feudal. Y los persuadía a que se consideraran privilegiados por ser los más favorecidos en la lista de las bienaventuranzas: «Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el Reino de los Cielos». Reino, al parecer, con diferentes grados de bienestar y, por consiguiente, de clases sociales.

Sufrir privaciones y dolores era una manera de acumular méritos para alcanzar un alto sitio en el escalafón de los premiados. Mientras más sufrimientos en la vida, mayores goces después de la muerte.

No es pues de extrañar la popularidad de los cilicios, las flagelaciones y las penitencias; hasta el martirio se aceptaba con excepcional deleite.

Otra manera de justificar y enaltecer la miseria consistía en proclamar que la riqueza era un impedimento para la salvación eterna, invocándose la parábola del camello y el ojo de la aguja; obstáculo del que estaban exentos la nobleza y la propia Iglesia, cuyos miembros no solo disfrutaban de prebendas terrenales, sino que con sus tiaras y oropeles se deslizaban sin dificultad por el diminuto orificio para ser luego, muchos de ellos, honrados con aureolas de santidad.

Aberraciones típicas del oscurantismo, pero no exclusivas de la Edad Media, ya que aún se difunden y practican con los mismos fines. Basta escuchar los sermones de los telepredicadores protestantes y católicos, que amedrentan con la amenaza del fuego eterno a sus adeptos, hasta el punto de que hay quienes profesan insólito culto a un sufrimiento purificador que los absuelva. No en balde, en una encuesta reciente, dos tercios de los creyentes opinaron que el Covid-19 era obra de Dios para castigar a la humanidad. Un flagelo divino que debía aceptarse con arrepentimiento y resignación.

Y, aunque factores políticos intervinieron también en sus decisiones, muchos fanáticos religiosos murieron confiados en que su fe los salvaría del contagio. Una señora me dijo: «mi vacuna es san Judas Tadeo». No en balde, la pandemia hizo estragos en los retrógrados enclaves fundamentalistas y en los sectores menos educados de la población

Varios prominentes propagadores de teorías anti-vacunación de los canales televisivos cristianos fueron infectados por el Covid-19, como las siguientes personalidades de extrema derecha: Dick Farrell, Phil Valentine and Bob Enyart que murieron sin vacunarse contra el virus.

El teleevangelista Marcus Lamb, fundador del canal de televisión Christian Daystar Television Network, que regularmente promueve propaganda antivacunas, murió después de contagiarse con el virus, por no estar vacunado.

Durante la pandemia, ese canal difundió información falsa y prestó su espacio a invitados que propagaban teorías conspirativas, ampliamente desmentidas por la ciencia.

Daystar, localizado en Texas, es el canal de televisión cristiano más grande de EEUU, y el segundo en el mundo, con millones de televidentes.

Miles de personas murieron por escuchar a esos charlatanes.

Según las últimas cifras publicadas, 1.169.666 personas murieron en EEUU víctimas de la pandemia del Covid-19; de las cuales, 93.224 eran residentes de la Florida. De haber obedecido los consejos de los científicos y si no se hubieran aferrado a sus atavismos religiosos, y de no haber prestado atención a las mentiras de blogueros incultos y políticos desalmados, muchas de esas muertes se habrían evitado.


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