A mis 67, reflexiones de un exprofesor de marxismo-leninismo en Cuba
Al descarnar el cuerpo de un sistema ideológico forrado con el complejo lenguaje hegeliano, el esqueleto se compone de ideas simples, cuya antigüedad rivaliza con la civilización
Tengo 67 recién cumplidos en Tennessee, la muerte me acecha pegada a una enfermedad crónica, distendida con el trabajo duro en un almacén de la transnacional Ricoh, donde participo de los derechos laborales que jamás tuve ni medianamente en mi patria durante 62 años de dictadura del proletariado, cuyas esencias enseñé a cientos de alumnos, parafraseando a Karl Marx cuando dijo que en 1871 los comuneros de París habían intentado “la locura de tomar el cielo por asalto”.
El marxismo-leninismo presume de ser un “comunismo científico”, sistema complejo de ideas que Lenin llamara “doctrina” al escribir un breve texto muy difundido, titulado “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (Zúrich, 1913), donde afirma:
“La doctrina de Marx es omnipotente porque es verdadera. Es completa y armónica, y brinda a los hombres una concepción integral del mundo”.
Tan rotunda aseveración en pleno siglo veinte equivale a la última de las profecías, bajo la influencia del determinismo científico predominante en el mundo occidental, capitalismo industrial en marcha, imperios coloniales enganchados al europeo centrismo, con la paradoja de que esta renovada ideología proclamó sin ambages arrasar con el capital, enarbolando la dictadura de su producto social mayor, los obreros asalariados.
Lo significativo es que al descarnar el cuerpo de un sistema ideológico forrado con el complejo lenguaje hegeliano, el esqueleto se compone de ideas simples, cuya antigüedad rivaliza con la civilización:
Los trabajadores, obreros de una fábrica, empleados de comercio, campesinos, artesanos, inclusive científicos, son los que producen la riqueza, los que sirven, en tanto los dueños existen cual parásitos sociales, acopiando la mayor porción del valor generado, debido a detentar la propiedad de cuanto es básico para producir.
Una lógica engañosa indica que suprimiendo a los propietarios, la llamada burguesía, no debería afectarse la producción, con la ventaja de sumar al reparto común los valores acaparados por esta minoría egoísta.
Sin embargo, surge un problema de inmediato porque alguien, un ente colectivo, deberá asumir la propiedad confiscada.
Surgieron dos respuestas posibles desde la izquierda anti propietarios: la colectivización creando empresas privadas bajo una economía de mercado, es decir, autogestión cooperativa, o la estatización de las propiedades arrebatadas.
La primera solución creó el anarquismo en sus variantes, la segunda el comunismo marxista.
Las cooperativas basadas en la propiedad privada han logrado un éxito limitado, correspondiente a su capacidad de competir con otras formas de gestión capitalista.
El éxito, y también el fracaso estruendoso, han acompañado hasta el presente al comunismo científico. Sumando territorios y población, en los años ochenta del pasado siglo, bajo el nombre asociado a repúblicas socialistas, con un partido único de tipo leninista, obviando peculiaridades nacionales y/o de liderazgo, los marxistas ganaron el poder en 13 Estados, con unos 33 millones de km2 y más de 1.700 millones de habitantes.
Lo peculiar es que de la totalidad solo algunas excepciones corresponden a territorios donde burgueses y proletarios constituían la contradicción fundamental de la sociedad, tal y como reza la doctrina.
Un asunto de mayor gravedad se hizo evidente cuando Marx, Engels, Lenin y demás sucesores modernos, desestimaron las consecuencias económicas del paso de la propiedad privada capitalista a la estatal bajo la dictadura comunista. Ya en el citado manifiesto de 1848 Marx ponía un parche al posible descosido:
“Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan”.
Los hechos han demostrado que Marx, ratón de bibliotecas británicas, polemista implacable, en nombre de una economía que estudió hasta el colmo de publicar un enorme volumen titulado Das Kapital, estaba equivocado.
No es necesaria una larga lista de datos para demostrar el error, basta con ojear la historia del llamado socialismo real o echarle un vistazo a la Cuba de hoy. Pero jamás los creyentes aceptarán el fallo de la fe, los doctrinarios siempre encontrarán los párrafos adecuados para acomodar los hechos a la verdad preconcebida.
Al caer la URSS tres cuartos de siglo después del noviembre rojo de 1917, las rémoras sobrevivientes a lo que un día se llamó Sistema Socialista Mundial representan algo peor: una combinación de dictadura comunista con capitalismo en China y Vietnam, en tanto Cuba y Corea del Norte se aferran a la ortodoxia de la dictadura unipartidista, bajo un reinado de absolutismo feudal, con una población cada día más empobrecida, sometida a un sistema represivo militar, apoyado por el control social extremo.
Rusia por su parte intenta revivir el imperio de los zares cuando la humanidad se afana por un encuentro cercano con otros seres del universo.
Marx no conoció el motor eléctrico de Tesla; Lenin desapareció sin saber que el átomo podía dejar de serlo y a Stalin lo dejaron morir antes de experimentar la magia de un dedo sobre la pantalla sensible de los teléfonos celulares; invenciones de un capitalismo indetenible muy a pesar del Armagedón pronosticado por los marxistas leninistas.
Las relaciones capitalistas de producción no se han convertido en freno para el desarrollo de las fuerzas productivas, según sentenciara el judío de Tréveris en su célebre Grundrisse de 1857.
Los burgueses son imprescindibles creadores de riqueza.
José Martí, apóstol de las libertades para los cubanos, pensador de profunda sencillez, desde su exilio en Estados Unidos, también comentó sobre los fallos de un Marx que según el cubano, “anduvo de prisa y como en la sombra”.
Su diagnóstico resultó certero:
“De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios. El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre”. (Publicado en La América, Nueva York, abril de 1884)
EPILOGO:
Siendo quien escribe periodista del sistema estatal (año 1994), asistió a una sesión de video bajo citación del departamento ideológico del Partido Comunista de Cuba en la hoy llamada Isla de la Juventud. Jamás olvidaré aquellas palabras de Fidel Castro, dichas con énfasis de juramento hasta hoy reafirmado por sus sucesores:
“Mientras viva no permitiré dos cosas: ni pluripartidismo, ni economía de mercado”.
Estamos de nuevo ante el Rubicón, y como César dos mil años atrás la suerte está echada.
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