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Documento, Represión

La importancia de un llamamiento por una Cuba mejor

No podemos temer al diálogo si queremos un futuro mejor para Cuba

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Después del contundente artículo de Geandy Pavón sobre el “Llamamiento urgente por una Cuba mejor y posible” queda muy poco por decir sobre este documento, sus virtudes y sus detractores.

El documento no dice nada diferente respecto a las muchas cosas que hemos estado pensando quienes creemos en un cambio pacífico hacia la democracia, el ejercicio pleno de las libertades y los derechos humanos, la justicia social y la autodeterminación nacional.

El documento no es un decálogo de la buena política. En muchos sentidos pudiera resultar omiso respecto a asuntos vitales, sea porque los redactores los olvidaron involuntariamente, o porque son temas que no son actualmente partes del consenso que es necesario construir. Pues al final en este último punto —el consenso— radica la mayor virtud del llamamiento.

Como resultado de nuestras falencias culturales democráticas, a veces no apreciamos debidamente el valor del consenso, que no es otra cosa que aceptar los compromisos si ellos asumen lo fundamental de nuestras propuestas, aun cuando tengamos que dejar a un lado temas que pueden parecernos importantes, pero que son prescindibles para los fines a alcanzar. E incluso aceptar otros que no nos resultan orgánicos, pero que no afectan la columna vertebral de nuestra propuesta. Los corporativistas democráticos definían esto de manera brillante como un arreglo en el que la mejor propuesta de todos es la segunda mejor propuesta de cada cual.

Aquí se logró. Y es lo que permite que personas de credos políticos diversos, de la Isla y de la diáspora, con experiencias vitales totalmente diferentes, hayan logrado confluir en un documento de esta naturaleza. Es una señal de que avanzamos en lo que resulta más importante: ser capaces de conversar, de romper —para fines específicos— los ismos que nos separan (y que seguirán existiendo para otros, como condición del pluralismo y la diversidad) y de superar la fragmentación social y política que ha sido la condición de la gobernabilidad autoritaria en la Isla.

No podemos temer al diálogo si queremos un futuro mejor para Cuba. El diálogo, entre amigos y adversarios, es perentorio en la Cuba actual. Lo necesitamos para el cambio en Cuba, pero también para cambiar nosotros mismos. El problema no está en dialogar con el poder, sino en hacerlo sin transigir en cuestiones medulares, sin caer en tentaciones baratas y sin terminar siendo apuntalamientos del poder opresivo que hoy caracteriza al sistema político cubano. Y huelga anotar que lo que propone el llamamiento dista mucho de una propuesta de dialogo aquiescente con el status quo existente.

Por todo ello, quiero resaltar el valor de los firmantes de este llamamiento, y en particular los que lo hicieron desde la Isla. Quiero felicitar al petit comité que inició esto y que más de una vez tuvo que sobreponerse a los rigores de los desacuerdos, y en particular reconocer el aporte decisivo de dos personas: Ariel Hidalgo y Juan Antonio Blanco.

Creo que más que un documento —de los que hay otros y muy valiosos— aquí se ha tratado de otro paso para edificar esa “inmensa minoría” que hace conmover a los autoritarismos.

Sea porque temen a la idea de minorías activas.

Sea porque les horrorizan las inmensidades morales.

Y si es así, ya estamos construyendo la Cuba Mejor y Posible que propugnan los firmantes y muchos otros que no se han decidido a hacerlo. Y que todos necesitamos.


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