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Economía cubana

La lección puertorriqueña

La manera feroz como los efectos sociales destructivos del ajuste económico impactarán en la sociedad cubana es una responsabilidad política de los dirigentes

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Un día, a fines de octubre de 2009, disfruté una de las experiencias más agradables de mi vida. Fue un día en que desfilé, junto a decenas de miles de boricuas, contra los despidos practicados por el gobernador Fortuño, un neoliberal que, como es usual en los neoliberales, tiene pocas ideas, pero muy fijas. Y una de ellas, devastadora, es que las sociedades se gobiernan como se administra una boutique gringa de fantasías.

Aunque la inmensa mayoría de los habitantes de la Isla estaba segura de que había que reducir una burocracia excesiva y aletargada, objetaban la medida arguyendo que hacerlo de un golpe y en medio de una economía en crisis, condenaba a los despedidos a la pobreza, la indefensión y la presión sicológica del desempleo. Y por eso los boricuas salieron a protestar con la inteligencia y la seguridad en sí mismos que les caracteriza. Y lo han seguido haciendo cada vez que los chicos de La Fortaleza han dado un nuevo zarpazo al bienestar común en nombre de la recuperación económica.

A nivel internacional tanto el ajuste de Fortuño como las protestas han recibido atención, ganando vítores o condenas según las esquinas políticas. Y entre otros, el inefable Granma, quien le dedicó bastante espacio a los despidos de Fortuño, condenando “…las medidas de austeridad implementadas para solventar, a costa del pueblo, el déficit presupuestario”.

Valga aclarar, sin embargo, que lo que Fortuño hizo fue un jueguito de niños comparado con lo que quiere hacer Raúl Castro. Los despidos en Puerto Rico no llegaron a 30 mil, y fueron acompañados de una serie de compensaciones y programas insulares o federales que han actuado como un colchón para atenuar la caída de los perdedores. En Cuba se trata de medio millón en una primera fase, en una economía terriblemente constreñida y sin programas compensatorios significativos. Y, por supuesto, sin derecho a protestar pacíficamente, como hicieron dignamente los amigos puertorriqueños.

Manifestantes protestan contra el gobernador de Puerto Rico, Luis Foruño, en esta foto de archivo de octubre de 2009Foto

Manifestantes protestan contra el gobernador de Puerto Rico, Luis Foruño, en esta foto de archivo de octubre de 2009.

No tengo dudas de que la manera feroz como este ajuste se aplicará y como sus efectos sociales destructivos impactarán en la sociedad cubana son una responsabilidad política de los dirigentes cubanos. En primer lugar, porque están aplicando el ajuste en el peor momento imaginable y sin mecanismos paliativos. Y en segundo —lo que pudiera ser más importante—, porque a lo largo de los últimos 25 años han perdido muchas oportunidades de hacerlo de manera más favorable. Y dicen los chinos que las oportunidades, como las flechas y las palabras, nunca regresan.

  • Lo pudieron haber hecho en 1986, cuando era evidente que venía el derrumbe del sistema soviético y de sus subsidios. Pero en su lugar se empeñaron en una nueva francachela ideológica nacionalista y guevarista que desembocó en la más terrible crisis económica que haya vivido la sociedad cubana. A eso le llamaron Proceso de Rectificación.
  • Lo pudieron haber hecho tras superar los aspectos más lesivos de la crisis e iniciar una lenta recuperación desde 1996. Pero en su lugar se lanzaron a reprimir los breves espacios de debate público que se habían creado y a centralizar los nichos de mercado y actividad privada.
  • Lo pudieron haber hecho desde 2000, cuando Chávez empezó a pagar con sus excedentes petroleros. Pero en su lugar se produjo un dispendio monumental de recursos al calor de los planes seniles de Fidel Castro sobre la revolución energética y la batalla de ideas.
  • Finalmente, todavía era posible hacerlo con un costo menor entre 2006 y 2008, cuando la posición económica de la Isla mejoró. Pero en su lugar Raúl Castro se ocupó de ventilar mezquinas rencillas intraelite en función del poder de sus acólitos militares y de su propio clan.

No hay nada de valiente o de innovador en lo que está haciendo Raúl Castro. Y es así porque finalmente esta misma élite es la que ha estado en el poder durante cinco décadas y el estropicio que dicen superar es el mismo que ellos crearon. Y también lo es porque los cubanos, a diferencia de los boricuas no podrán protestar, no porque, como afirman los bedeles ideológicos del régimen, entiendan la justeza del ajuste. Es decir, la justeza de ser lanzado, junto con otro medio millón de personas, a un escenario de muchas incertidumbres y muy pocas perspectivas. Sino porque en Cuba no existe un Estado de Derecho que permita a sus ciudadanos protestar, realizar boicots y huelgas, paralizar a todo el país un día para poder hablar alto.

Una mujer en zancos participa en la manifestación contra el gobernador de Puerto Rico, Luis Fortuño, en esta foto de archivo de 2009Foto

Una mujer en zancos participa en la manifestación contra el gobernador de Puerto Rico, Luis Fortuño, en esta foto de archivo de 2009.

Esa es la importancia de la democracia. Y el resultado nefasto de su carencia. Carencia que muchos admiradores y sostenedores del mal llamado Socialismo Cubano consideran como un problema adjetivo, no esencial, secundario respecto a una serie de logros sociales que hoy se evaporan. Y que continuarán evaporándose según avance el ajuste que apenas comienza. Pues si de algo podemos estar seguros, es que restaurar las condiciones para la acumulación capitalista en Cuba implicará constreñimientos sociales mucho mayores que los que hoy estamos previendo. Y esa restauración es la meta final de los militares y del Clan Castro.

Quisiera que la sociedad cubana pudiera hacer lo que hicieron los boricuas en lo que fue —pensando en Stefan Zweig— un momento estelar. Quisiera que pudieran desfilar por sus avenidas desde puntos de partidas diferentes, y converger, por ejemplo, en La Rampa. Quiero imaginar muchas personas y muchas consignas —sindicales, comunitarias, feministas, estudiantiles, ambientalistas, profesionales, religiosas, etc.— escalando una tribuna sin jefes y diciendo libremente lo que piensan sobre el presente y el futuro del país.

Y también quisiera que hubiera una acróbata sobre zancos, como la vi aquella mañana de octubre en San Juan. Una mujer sobre los zancos más alegres que nunca había visto. Que bailaba con una escoba en la mano y cantaba una pegajosa tonadita:

“Qué nadie se canse —cantaba—, que esto es pa’empezar”.


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