Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Embargo, Créditos

Laberinto

¿Por qué otorgarle el privilegio de facilitarle las compras a un gobierno con un pésimo historial de crédito?

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Hasta ahora, durante décadas hemos visto que el debate de cómo restablecer en Cuba un estado de derecho y una democracia duradera se ha centrado en los dos extremos de “mantener el embargo comercial” para no dar oxígeno al régimen hasta que legalice partidos políticos y emprenda reformas hacia un estado de derecho y una legítima democracia o “levantar el embargo” para quitarles el pretexto de plaza sitiada y de infeliz víctima del Imperialismolegalizándose las visitas de ciudadanos norteamericanos a la Isla para que, mediante el contacto persona a persona, se influya al pueblo cubano en la necesidad de cambios democráticos y el establecimiento de un estado de derecho. Ambos criterios divergentes van precedidos de otras variadas argumentaciones que por extensas no vamos a enumerar en su totalidad.

Sin embargo, nunca he escuchado explicaciones objetivas de la justeza del embargo y que las hay de sobra. Por lo general cuando se aborda este tema todo queda en que “se legalicen partidos políticos y se convoque a elecciones libres” lo que por lo menos a mí me deja más bien un amargo sabor de imposición, prepotencia y tutelaje que en nada ayuda a la transición y que más bien la obstaculiza.

En los antagonismos, especialmente en los políticos y en sociedades culturalmente intolerantes como las que heredamos de la colonización española con todas las secuelas de despotismo, terquedad, arbitrariedad e intransigencia, una exposición mesurada, clara y objetiva de los razonamientos es más convincente que la imposición.

Creo que Estados Unidos tiene en sus manos el instrumento idóneo para acelerar una transición hacia la democracia en Cuba si aborda la cuestión de la forma que debe hacerse y que llegue a la comprensión no solo de la dirigencia de ese país sino de todos los cubanos en general dentro y fuera de la Isla. Digo dentro y fuera de Cuba porque la mayoría desconocen los fundamentos morales y de justicia en mantenerlo y que no tiene nada que ver con el “Si no haces esto o lo otro el embargo se mantiene”.

Si analizamos esta cuestión a través de un prisma totalmente económico y despolitizado se puede afirmar que levantar las sanciones económicas al régimen, como proponen muchos, incluyendo algunos congresistas republicanos que representan a sectores agrícolas norteamericanos que abogan por ello, es tremendamente injusto y hasta resulta discriminatorio para los ciudadanos estadounidenses. Me explico:

En Estados Unidos aunque parezca lo contrario, hay más control y supervisión que en cualquier otro país sobre sus ciudadanos. Y todo comienza con el historial de crédito del individuo, misión difícil pero perfeccionada por EQUIFAX, EXPERIAN Y TRANSUNION, tres instituciones que se dedican a computar y calcular ininterrumpidamente el promedio crediticio de los norteamericanos. La ecuación es muy simple: si tienes buen promedio de crédito en esos cómputos puedes comprar lo que desees de acuerdo a tus posibilidades; si por el contrario no es satisfactorio para las instituciones financieras, entonces se te complica la vida y se te hace casi imposible adquirir ningún bien a tasas de interés razonables, o probablemente no seas capaz de adquirir absolutamente nada a crédito. Carlos Marx definió muy bien este asunto del crédito en sus Cuadernos de París cuando afirmaba que el crédito era “la expresión monetaria de la moral de una persona”.

Por lo tanto, si el Gobierno cubano no paga sus deudas con los principales países capitalistas desde hace décadas, y además no ha sido capaz de honrar sus compromisos financieros con decenas de otros países acreedores (la más reciente disputa de la deuda de 1,2 billones de dólares con Rumanía es un buen ejemplo), ¿no resulta inmoral y discriminatorio que Estados Unidos le concedieran créditos al régimen de la Habana?

Mientras que cualquier ciudadano norteamericano al dejar de pagar su hipoteca por un par de meses o las letras mensuales del automóvil, se le va al piso el historial de crédito y con ello las facilidades crediticias, ¿por qué otorgarle este privilegio a un gobierno que si se somete a las normativas de EQUIFAX, EXPERIAN y TRANSUNION no clasifica ni para comprar un velocípedo?

No estoy analizando al gobierno cuyo ex presidente propuso asestar el primer golpe nuclear contra Estados Unidos, no estoy analizando al personaje que solo cuatro meses antes del 11 de Septiembre de 2001 manifestara en Teherán que junto a los iraníes pondrían al “Imperio” de rodillas; tampoco he querido analizar al régimen que encarceló a decenas de escritores y periodistas independientes. Ni al que confiscó todas las propiedades norteamericanas en la Isla valoradas en billones de dólares sin ninguna compensación. Estoy simplemente analizando a un Gobierno como un sujeto más en la arena de la economía de mercado y su mejor juez, el Señor Crédito.

Pero hay algo probablemente más injusto que la práctica discriminatoria de darle crédito a un régimen inmoral, como llamaría Marx a estos gobernantes y negárselo a ciudadanos norteamericanos que han tenido dificultades financieras para saldar sus deudas, y es el hecho de que, de acuerdo a las leyes norteamericanas dirigidas a incentivar a los inversionistas y empresarios, las empresas están autorizadas por el Internal Revenue Service de Estados Unidos a descontar de sus obligaciones de pagar impuestos las pérdidas incurridas en sus negocios como resultado de incumplimientos de pago por personas o instituciones que no han podido o no han querido honrar sus compromisos financieros.

¿Cómo se traduce esto al caso de Cuba? Muy sencillo, la corporación de granjeros John Doe de Iowa le vende a crédito 200 millones de dólares en trigo al Gobierno cubano; dichos dirigentes no honran la deuda y la John Doe Corporation, en su declaración de impuestos del 15 de Abril, hace lo que los americanos llaman el write off (el descuento de los impuestos que debe pagar) de esa pérdida, y al final los platos rotos los paga el contribuyente norteamericano, financiando a Castro indirectamente a través de IRS de Estados Unidos. Entre esos contribuyentes, por supuesto, los cientos de miles de cubanos que tuvieron que salir de Cuba huyendo del régimen que les negaba toda posibilidad de futuro y a una parte de los cuales se le confiscaron sus propiedades, incluyendo la vivienda que habitaban, y que sí cumplen con sus declaraciones de impuestos todos los años en los Estados Unidos.

Hasta aquí nos hemos referido solo al aspecto del crédito que lógicamente de levantarse el embargo sería una de las primeras ventajas a que recurriría el Gobierno cubano para comprar en la acera de enfrente las materias primas y los alimentos que necesita. Pero existen otros obstáculos para levantar el embargo y que deben ser expuestos con toda claridad para que los gobernantes en la Isla y el pueblo en general estén consientes de que sería imposible al Gobierno de Estados Unidos permitir inversiones en Cuba mientras se mantenga el sistema esclavista estatal de permitir la contratación de empleados solo a través de las agencias gubernamentales. Sencillamente las prácticas de la esclavitud se abolieron en Estados Unidos hace más de un siglo al costo de una sangrienta guerra civil con centenares de miles de muertos, y moralmente la patria de Lincoln no puede retroceder al pasado. Dejando bien claro que es la actual administración de la Isla la que impide las inversiones norteamericanas por sus prácticas esclavistas. Sin la libre contratación de sus empleados no podrán regresar esas inversiones.

Otro aspecto discriminatorio que obstaculiza el levantamiento del embargo es la prohibición por parte del Gobierno de Cuba para que los ciudadanos de ese país puedan ser verdaderos empresario y, participar en una genuina economía de mercado, más allá de remendar zapatos, reparar relojes o servir mesas. ¿Que Castro no lo va a permitir, como declaró el canciller Bruno Rodríguez no hace mucho en New York, alegando que lo que necesitaban eran millones en inversiones? Bueno, ese es un problema del Gobierno cubano. Los Estados Unidos tienen millones de ciudadanos de origen cubano muchos de los cuales con muy buen crédito y que pueden garantizar a sus familiares en Cuba los préstamos que necesiten para emprender negocios. Negar esa posibilidad es convertirse en cómplice de un apartheid económico en el cual moralmente no puede participar Estados Unidos.

¿No sería mucho más comprensible desde todo punto de vista que los cubanos residentes en Estados Unidos en lugar de enviar dinero constantemente a sus familiares para que subsistan y sean cada vez más dependientes del régimen que los explota, les proporcionen los recursos financieros para que ellos se pongan de pie e inicien su nueva vida por cuenta propia y rompan con el parasitismo que un régimen les ha inoculado como reflejo de su mismo proceder?

Si algo tiene que quedar bien claro al Gobierno cubano y a los que abogan por el levantamiento de las restricciones a los viajes turísticos de norteamericanos a Cuba que es otra de las ventajas que ocurriría de levantarse el embargo es que, mientras existan leyes que penalizan todo lo que el régimen considera que pueda retar su poder, el Gobierno de Estados Unidos no está en disposición de poner en peligro a sus ciudadanos ni suministrarle gratuitamente al régimen de la Habana más rehenes. Con Alan Gross ha tenido suficiente.

Los tanques pensantes del Gobierno cubano, esos economistas y oficiales responsables que con tanta dedicación trabajaron en el “Perfeccionamiento Empresarial”, y que ahora por los últimos decretos tratarán de implantar en toda Cuba dicho sistema de autogestión, deben comprender que en la actual globalización económica todo el engranaje jurídico que sea un obstáculo para las inversiones extranjeras, el financiamiento y todo proyecto conjunto de desarrollo, resulta imposible sin cambiar todas esas leyes represivas que coaccionan y obstruyen el incentivo a la inversión.

En un país donde las leyes están estructuradas para considerar como delito cualquier proceder que no convenga a los intereses de los gobernantes, no ofrece ningún atractivo al capital extranjero. Y sin este, por mucho que traten de “Perfeccionar” lo torcido, jamás lograrán enderezarlo. Que le pregunten a los yugoslavos, que experimentaron estos “perfeccionamientos” hace medio siglo, y terminaron desintegrándose como nación.


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