Actualizado: 02/05/2024 23:14
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¿Por quién doblan las campanas?

Cuba y las campanadas del cambio en el Día de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona Nacional.

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Me atrevo a pedirle prestado el título de su conocido libro a Ernest Hemingway, en razón de sus vínculos sentimentales con la Virgen de la Caridad, a quien en su momento quiso regalar la medalla del Premio Nobel que le otorgaron en 1954.

La víspera de este 8 de septiembre, fiesta de la Virgen de la Caridad, fueron bendecidas las nuevas campanas de la Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Regalo del Papa, las campanas llegaron a Cuba a través de la generosidad de la Casa Generalicia de los Padres Salecianos de Roma, en su Departamento de Misiones. Es un juego de seis campanas, de diverso tamaño, que tocan a través de un sistema de relojería, para ser más exactos, por un sistema computarizado. Esto es un carillón (cuya definición, según el Diccionario enciclopédico U.T.E.H.A., es "juego de campanas en número variable, instalado en una torre o campanario, que se hace sonar por medio de un teclado o mecanismo de relojería…).

Las viejas campanas de El Cobre sonarán en otras iglesias de la diócesis o se exhibirán a los peregrinos en la Basílica Santuario de Nuestra Señora. Alguna quizás pasará al Museo Arquidiocesano de la Catedral santiaguera. Esas viejas campanas han sonado a lo largo de varios siglos en el templo más emblemático de Cuba, el que convoca a mayor devoción y tiene un significado más universal, y al mismo tiempo, más típicamente nacional. El templo de María, la casa de todos.

El mejor sonido

¿Por qué y por quién doblan las campanas?, nos pudiéramos preguntar. En el pasado, las campanas convocaron a los fieles para la oración. Eran la voz de Dios, nos decían de niños, que nos llama al culto, a la catequesis, al encuentro con los hermanos, y a que todos nos encontremos con nuestro padre Dios.

Estas campanas convocaron a los cobreros en aquella fecha memorable en que celebraron su recién conquistada libertad. Después de más de cien años de apalencamientos y luchas, lo mismo jurídicas y diplomáticas que con el machete en la mano, hasta que al fin les fue reconocida su libertad por el mismísimo Rey de España. Y el párroco, que con ellos había luchado, y por ellos, les leyó las actas de libertad frente al Santuario, a los pies de la Virgen y al sonido de las campanas repicantes. Porque nunca suenan mejor las campanas como cuando convocan y proclaman la libertad.

Y sonaron esas campanas en aquella mañana de soles en la que el recién estrenado presidente de la recién proclamada República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, fue a rendirle honores a la Virgen de la Caridad, con solemne Te Deum, banderas desplegadas y campanas al vuelo.

Y sonaron las campanas en aquella misa convocada por el Ejército Mambí, cuando el general Shafter no permitió que las tropas de Calixto García entraran en Santiago tras la derrota de los españoles, para la firma del armisticio bajo la Ceiba centenaria que hace sólo cinco años cayó, como de un rayo, tras larga enfermedad desatendida. Allí, a los pies de la Virgen, con Jesús Rabí como representante de Calixto García, se proclamó la libertad de Cuba, a lo mambí, bajo el tronar de las campanas y en la casa de la madre común.


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