Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Cuba, EEUU, Elecciones

Problemas ideológicos

En los sistemas totalitarios el individuo debe ser su propio policía del silencio

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Han arrancado las carreras por la presidencia de Estados Unidos, y como escribiera José Martí, hace más de 140 años, “Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aún los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor”.

Los golpes bajos y los epítetos humillantes no son ajenos a la democracia norteamericana, sin duda imperfecta, pero que es, hasta ahora, la más estable y duradera de la modernidad. El correctivo a fallos de diseño y ejecución electoral han sido los balances de poder: ningún presidente, por muy popular que sea, está por encima del Congreso y de la Corte Suprema. Legisladores y magistrados pueden cortar las piernas de aquellos ejecutivos que pretendan saltarse la Constitución y los acuerdos parlamentarios.

Por eso llama la atención la declaración del presidente Joe Biden de que nuestra democracia está en peligro, aludiendo sin duda a la muy probable elección del oponente republicano, Donald Trump. La estrategia demócrata de etiquetar a los “trumpistas” de personas desagradables, agresivos y sobre todo “descerebrados” viene desde la época de Hilary Clinton, quien tuvo que desdecirse cuando los calificó de “deplorables”. Podría admitirse que tanto del líder, Donaldo, como muchos “Maga”, tienen un discurso poco elaborado, directo, y a veces hiriente. Lo que es inadmisible es la generalización, sobre todo cuando se trata de un contrario político, no de un enemigo al cual hay que aplastar, incluso desparecer.

Esta declaración imprudente y desfasada de nuestro presidente trae malos recuerdos a quienes hemos vivido siendo un “peligro” para el régimen cubano. Todo comenzaba con que fulano de tal tenía “problemas ideológicos”. Era —es todavía— como un juicio clínico. Sin embargo, parece que la “enfermedad ideológica” ha cambiado en el glosario con el tiempo. Estar débil, flojito ideológicamente para los comunistas cubanos en los sesenta era usar saco y corbata, mascar chicle, estar pelú, o tener una etiqueta Levis, o Lee en el pantalón. Oír a los Beatles o a los Rolling Stones era casi insurrección. Tampoco olvidar que los homosexuales y los intelectuales —estos últimos para el Che— no eran personas confiables por no ser auténticamente revolucionarios.

En los inicios de los 70 la anemia de ideas revolucionarias era fácil de identificar, porque los enfermos decían señora o señor y no compañero, o daban propinas en los restaurantes —¡los trabajadores tienen su salario!—, recibían cartas o llamadas de sus familiares en el extranjero, y un síntoma grave era oír la Voz de las Américas, leer Hola, Selecciones —las viejas, apolilladas— o cualquier libro que no saliera de la imprenta nacional, exceptuando las publicaciones soviéticas como Sputnik y Novedades de Moscú.

En los 80 cualquiera que no comprendiera la metamorfosis de gusanos a mariposas en la llamada Comunidad, podía estar en el pródromo de las “debilidades ideológicas”. Algo similar a la redefinición clínica del padecimiento en los 90 cuando las religiones —idealismo, “pensamiento mágico”— dejaron de ser un impedimento para ser comunistas —materialismo, “pensamiento real y objetivo’. Para esa época, Sputnik y Novedades de Moscú fueron peores síntomas que Hola o Selecciones, ahora entradas por “inmunes” dirigentes y embajadores desde México y Argentina.

El Vademécum ideológico del Castrismo incluye ahora la Continuidad como último estado de salubridad total. Cualquier fiebrecilla o estornudo filosófico que discrepe de cada paso dado por la Continuidad puede considerarse que ha contraído un doloroso “problema ideológico”. Como suele suceder desde los primeros tiempos del Castrismo, una vez hecho el diagnostico, la segunda parte del tratamiento suele ser aislarlo del resto de la población para evitar que la “debilidad de ideas” se trasmita. El método y la eficacia con que fueron tratados los Síndromes de Lage y de Robertico así lo prueban.

En los sistemas totalitarios, como en la antigüedad, el individuo debe, en vez de una campanita o un cencerro, aprender sonarse a sí mismo, ser su propio policía del silencio. Hay un momento en el cual el “problemático ideológico” debe sentir miedo, que lo vigilan, que no encaja en el resto de la sociedad. Sabe de tantos débiles de pensamiento como él, pero no puede saber quiénes ni cuántos. Como el objetivo los doctores del pensamiento es identificar al descarriado y hacerlo regresar al redil filosófico, algunos débiles optan por callar, escabullirse, simular que no están contaminados. Otros por escapar. Pero no irán lejos si el verdugo ideológico los tortura con la culpa y el resentimiento.

En la Isla la profilaxis había sido efectiva. Lo llaman lucha o trabajo ideológico. ¿En qué consiste el trabajo ideológico con las masas, fortalecer el músculo político? Reside en recuperar más los corazones que los cerebros, sobre los cuales se erige cualquier proceso social transformador. Una vez perdido el corazón, no hay razón que el cerebro comprenda. Como el objetivo primero ya no es factible, habría que trabajar sobre el amansamiento, la indefensión, la aceptación de la inmutabilidad como única vía de sobrevivencia.

A eso están dedicados comisarios e intelectuales orgánicos; sembrar en la mente de los compatriotas que no existen alternativas. Todo cambio fuera del social-castrismo es contrario a la Patria. Cuba-Patria-Socialismo es una trinidad sagrada e indestructible. Sin ellos no hay ni habrá nada —llegados a este punto de irracionalidad, se recuerda la caída del Tercer Reich y los suicidios de oficiales y sus familias para no aceptar la derrota.

Toda la terapéutica continuista se basa en un solo predicamento: orientación única de un departamento único, del único partido a través de la única fuente de información-formación. Desgraciadamente para los comisarios, la mal llamada Batalla de Ideas se desarrolla ahora en terrenos con muchos frentes. El principal de todos es, y pareciera un chiste, el prometido vasito de leche. Sin ese líquido nutricio no habrá regreso, si es que aún es posible, al pasado. O como hubiera deseado cantar el poeta: toda la ideología de Cuba cabe en un vaso de leche.

De regreso al inicio de este artículo, me preocupa que ambos bandos electorales se proclamen salvadores de la república norteamericana. Que sin uno u otro no habrá país, y que el otro es el peligro. Que quienes no apoyamos a uno de los partidos o a sus candidatos tenemos un “problema”. Parece que no se dan cuenta tampoco que toda la gloria de un presidente norteamericano cabe en un sencillo galón de gasolina.


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