Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Descubrimiento, Colón, Cartografía

Cuba, Cantino, Castilla

Colón, junto a su pericia y visión de navegante, llevaba siempre presente en su mente un mundo bíblico

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Caracterizado por su profusión de rosas de los vientos, el planisferio de Cantino (1502) aspira a trascender una simple carta geográfica, un atlas o un mapamundi de la época. El mostrar los más recientes descubrimientos de los navegantes portugueses lo han hecho particularmente atractivo para historiadores y académicos desde hace tiempo. El brindar información estratégica detallada y actualizada, en una época donde aumentaba con celeridad el conocimiento marítimo, lo convirtió en especialmente valioso a principios del siglo XVI.

Dos explicaciones se disputan su origen. Una señala que Alberto Cantino, que había sido enviado a Portugal por Ercole I d’Este, duque de Ferrara, logró encargarlo a un cartógrafo oficial portugués, quien hizo una copia del patrón cartográfico real, el llamado Padrão Real, conservado en Armazéns da India. Otra, sustentada por la falta de pruebas históricas que acompañen a la anterior explicación y a la presencia de numerosos errores en el mapa, es que este fue adquirido subrepticiamente poco después de haber sido elaborado para algún noble o cliente oficial. Por una carta de Cantino al duque de Ferrara, el 19 de noviembre de 1502, se sabe que el primero pagó 12 ducados de oro, una cantidad considerable para la época, por la obra.

Hay un detalle que me llama la atención desde que vi el planisferio de Cantino. Entre los trazos que representan a medias los continentes de América del Sur y del Norte hay una isla que espera, contra toda esperanza, formar parte de un paso por mar hacia Cathay y las Islas de las Especias. Esa tierra se indica ser del Rey de las Antillas de Castilla o nombrarse Antilia, una isla o un archipiélago de leyenda. Ese lugar, pese a su forma torpe o quizá por ello, parece ser Cuba.

Los descubrimientos geográficos para los europeos de Cristóbal Colón no solo establecieron nuevas rutas y mundos, o avaricias y robos según la mirada, sino también contribuyeron al desplazamiento de Jerusalén como centro del mundo en los mapas: el mítico lugar tan cercano y lejano donde todo llega y todo parte.

Colón, junto a su pericia y visión de navegante, llevaba siempre presente en su mente un mundo bíblico; buscaba las apariencias frente y se empecinaba en haber descubierto islas y más isla no solo por un afán de riqueza, sino para acercar su visión a lo que anhelaba.

Así escribe al Papa, en febrero de 1502, de que entre los cientos de islas descubiertas por él estaban Tarsis, Cethia, Ofaz y Cipangu [Japón]; Ofir, la región bíblica desde donde el rey Salomón recibía tributos regulares de oro, marfil, pavos reales y simios; “tierras inmensamente infinitas”, y que “en esa vecindad se encuentra el Paraíso Terrestre”. Mantenía públicamente la convicción de que había llegado a Asia, y murió con ese error.

Colón dudaba sobre si Cuba era una isla o un continente. Durante su primer viaje la mencionaba como tierra firme, aunque en varias ocasiones se refirió a ella como una isla. Después, en su segundo viaje, declaró públicamente que Cuba era tierra firme. Pero no se limitó a ello. Hizo firmar a su tripulación un juramento se reiteraba el carácter continental de Cuba que, de incumplirse, implicaría el corte de la lengua. La razón era simple, si Cuba era una isla, Colón no había llegado a Asia.

Por otra parte, cualquier cartógrafo de aquella época que no estuviera de acuerdo con la estimación de Colón de la circunferencia de la Tierra, se vería obligado a concluir que Colón no pudo haber llegado a la costa asiática y por tanto que su Cuba era una tierra desconocida y probablemente una isla.

De ahí que en algunos mapas de la época Cuba apareciera sin nombre, como una masa de tierra de forma circular, mal ubicada o simplemente no existiera.

Ese error de Colón se trasladó a los mapas de su tiempo. En el mapa mundial de Johann Ruysch, creado entre 1507 y 1508, este pintó una gran isla en su lugar, dejándola sin nombre. Los mapas de Waldseemüller de 1507 y 1516 etiquetan erróneamente a Cuba como “Isabella”, mientras que en el segundo llega incluso a categorizar un área del territorio continental de México como Terra de Cuba, Asie Partis. El Schöner Globe de 1520 marca la Tierra de Cuba en una masa de tierra flotante donde debería estar América del Norte, con Japón flotando tentadoramente cerca a través de un canal de mar abierto. Otro documento de esa época que “olvidó” a Cuba fue el mapa del Nuevo Mundo de Alessandro Zorzig. La costa asiática muestra un contorno no muy diferente a la masa continental de los planisferios portugueses. Sin embargo, no hay Cuba en ese mapa. La única tierra que podría serlo es la costa asiática, continental y de forma triangular. A lo largo de dicha costa se encuentran nombres que Colón dio a lugares del Nuevo Mundo. La intransigencia de Colón respecto a su error sobre Cuba afectó no solo a los mapas, sino también inició una racha de malentendidos que aún persiste.

Bibliografía:

Blog de JS Tennant, “Columbus and the Idea of Cuba”.
Donald L. McGuirk (1988), The Depiction of Cuba on the Ruysch World Map, Terrae Incognitae, 20:1, pp. 89-97.


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