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Siete señas del Castro que llevas dentro

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Siete señas de identidad por las cuales reconocer al Castro que usted lleva dentro:

-Usted pasa mucho más tiempo hablando mal de la gente, o ejerciendo la crítica sobre los demás, que el que invierte en apuntar el lado positivo de las cosas. Siempre o casi siempre que un tema sale a relucir en su conversación –sobre todo si se trata de una persona-, usted se concentra en reseñar sus defectos o carencias.

-Usted es dueño de una oratoria imparable y es invitado, pongamos, a presentar el libro de un colega suyo. Sorpresivamente, el público presente ha pasado más tiempo escuchándolo a usted –todos aquellos que no terminaron durmiéndose desconsideradamente— que al propio autor del volumen presentado. Usted no sabe callarse.

-A usted le encanta chotear, pero no tolera que lo choteen. Como el Castro niño que jugaba béisbol con los chicos pobres de Birán, usted es el dueño del bate y la pelota. Si se aproxima el noveno inning y está perdiendo, suspende el juego por lluvia.

-Usted desprecia a su mujer en público, y suele tratarla mal en privado.

-Usted entiende por libertad de expresión aquellas expresiones que coinciden con, o no perjudican su idea de la justicia. No es justo esto o aquello que se está diciendo, y nadie mejor que usted para saberlo.

-Usted no devuelve favores a no ser que le convenga, puntualmente, devolver favores. Los favores fueron hechos para ser recibidos por usted, que a fin de cuentas es lo importante.

-Usted tiene una idea absurda y desproporcionada de su propio valor y, en consecuencia, desprecia todo aquello que no se ajusta a tal evidencia.



De la Paz: Salud para todos

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un artículo de Luis de la Paz

No deja de sorprender la reacción de muchas personas ante el plan de salud que propone el presidente Barack Obama. El proyecto sin duda alguna tiene muchos defectos, pero es una muy buena iniciativa. No se puede olvidar que hoy en día sólo existen para la clase trabajadora y los estudiantes costosísimos seguros privados, que en muchas ocasiones son inaccesibles por las altas primas, los elevados copagos y las cada vez más crecientes restricciones por parte de las aseguradoras para aprobar los tratamientos indicados por los galenos y los medicamentos recetados. Estas realidades no se pueden desconocer. Tampoco que, según datos reflejados en la prensa, más de 40 millones de personas carecen de seguro médico en los Estados Unidos.

El debate no es nuevo. Ya durante la administración de Harry Truman, en los años cuarenta, hubo fuertes discusiones cuando se propuso establecer un plan de seguro de salud a nivel nacional. Los críticos de entonces se oponían, como los de ahora, a la llamada “medicina socializada”. No fue hasta 1965, bajo el gobierno de Lyndon Johnson, que se legalizaron los programas de asistencia a la salud, medicare y medicaid, deficientes en muchos renglones, pero que le proporcionan asistencia a muchos.

En las reuniones públicas para discutir el asunto, se ven muchos rostros de personas mayores, algunas ya retiradas y otras próximas a la edad de jubilación. Sin embargo, son las más airadas, las que se manifiestan más intranquilas, argumentando que si se “socializa” la asistencia médica se va a afectar la calidad de la misma, además de estar llevando al país hacia el socialismo y el comunismo. Pero todos los países de Europa y los miembros del G8, que se supone agrupa a las naciones más desarrolladas y prósperas del planeta, disponen de programas de asistencia médica subvencionada por sus gobiernos, y ninguno ha caído en el socialismo o comunismo destructor de las libertades y la vida privada. Por otra parte, los favorecidos en la actualidad por el programa de medicaid y medicare en los Estados Unidos están siendo pagados por el gobierno sin que ello haya afectado sus libertades. Lo que se está pidiendo con el plan de Obama es llevar esos mismos beneficios, o parecidos, al resto de los habitantes de Estados Unidos.

Otros argumentan que el plan de salud rompería el trato médico-paciente. Eso es una burla. Esa relación no existe hace mucho tiempo. La correspondencia vigente es médico-aseguradora y paciente-aseguradora. Tanto el profesional como el enfermo están a merced de los burócratas de las compañías de seguros, que no miran la salud como un servicio, sino como un negocio. Hay que dejar a un lado esa equivocada idea y concentrarse en la medicina como un servicio, no como una industria.

De cualquier manera, el propósito presidencial enfrenta circunstancias difíciles. Si hoy en día una compañía de seguro rechaza a un paciente por tener “condiciones preexistentes”, se niega a pagar tratamientos u objeta cubrir una medicina porque es muy costosa, nada pasa. Pero con el gobierno eso no ocurrirá, porque no es políticamente correcto. Esta situación pudiera conducir a excesos de tratamiento, como ocurre con los pacientes bajo el programa de medicaid y medicare, que, según se ha denunciado, son sometidos a pruebas innecesarias, pagadas por el programa, lo que lo ha estado desangrando. Basta una mirada a la prensa, a los reportes de individuos y compañías encausadas por robos y fraude a los dos programas sociales. Por otra parte, el presidente propone que su plan sea obligatorio y plantea mensualidades individuales y familiares que muchos no podrán afrontar.

Una manera de encarar la situación es estableciendo el programa federal, pero dejando abiertas las puertas a aquellos que deseen continuar con seguros privados. Los costos se podrán mitigar estableciendo un impuesto federal para todos los trabajadores, y otro en las comunidades locales. Esos fondos sólo podrán disponerse para el programa y no se podrían recortar presupuestos ya existentes para la salud. Algo más a considerar sería establecer pagos fijos por servicios médicos y tratamientos, con vista a evitar una espiral de precios.

Los que saben, deben sacar cuentas y hacer sus cálculos. Los ciudadanos deberían sentirse satisfechos de estos pasos. A veces basta una visita al médico, una conversación con un especialista, para sentirse mejor, para derribar preocupaciones y temores.

El debate continuará. Es lo que hace grande a los Estados Unidos. Pero como ocurrió en 1945 con Truman, que fue completado por Johnson, parece que Obama concluirá lo que de manera persistente se comenzó a plantear durante la administración de Clinton. El reto es duro. Los intereses contra los que hay que luchar son muy poderosos. Esperemos que los resultados sean sabios, por el bien de todos.

 



Peña: Instantánea sobre Honduras

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un artículo de Oscar Peña

Es muy triste que no hayan tenido éxitos las gestiones y esfuerzos conciliatorios del presidente de Costa Rica, Oscar Arias, para buscar una solución salomónica para Honduras. Todos los latinoamericanos lo debemos lamentar. Realmente ninguna de las dos partes estuvo a la altura de lo que se esperaba de ellas. Como pudo observarse, la postura de Mel Zelaya fue en todo momento prepotente. En ningún instante mostró arrepentimiento por la maniobra que intentaba hacer para instaurar el método vitalicio en el poder, estilo Fidel Castro y Chávez. Es tan torpe que hasta mencionó que al regresar iba ajustar cuentas. Y el gobierno de Roberto Micheletti, por su parte -aun teniendo razón-, tampoco ha sabido ser atractivo y ha estado cerrado a buscar un reajuste que tenga el consenso de todas las partes, nacionales e internacionales.

Sacar a Mel Zelaya del país fue un grave fallo. Contando con una base legal y apoyo de todos los poderes constitucionales de la nación hondureña y del propio partido de Zelaya, debieron enjuiciarlo, como en una oportunidad se proyectó en Estados Unidos con el presidente Richard Nixon, obligándolo a renunciar. Ese craso error ha posibilitado que el foco internacional sólo esté hoy de una parte, y que los corruptos y seudo-demócratas sean vistos fuera de Honduras como víctimas, cuando la realidad es que son parte de un equipo que con trampas democráticas quiere perpetuarse en el poder.

La debilidad principal en la campaña internacional para dar en la diana de una solución ha sido la actitud muy parcializada del rector de la OEA frente a los intentos de bifurcar los caminos democráticos, y el asesoramiento a Zelaya desde la Habana, Caracas y Managua. Es inconcebible que personalidades del régimen cubano y de Venezuela sean los abanderados de la defensa de la democracia. Eso está dado por las debilidades de la dirección de la OEA y por la frágil anatomía de nuestros pueblos. En ese ambiente de confusiones, el llamado de Zelaya a organizar la resistencia civil, las protestas y la violencia a su favor manipulando a pequeños grupos populares que no saben que son teledirigidos, llevarán a Honduras al peligro de la anarquía social y el enfrentamiento entre hermanos.

Corresponde a la comunidad internacional, especialmente a la latinoamericana, tanto a los pueblos como a los gobiernos, otorgar una solidaridad plena y total al deseo mayoritario de los hondureños, sea efectuando un referéndum nacional o sabiendo escuchar a los que defienden al gobierno. Asumiendo esa actitud no sólo se defiende el Estado de derecho y la legalidad en Honduras, sino también la viabilidad de las instituciones democráticas de la región. Que no se dejen utilizar las débiles y sanas estructuras democráticas por ambiciosos de poder que, en nombre de los pueblos, intentar apoderarse de nuestros países.

Ojo, mucho ojo. El desorden social es contra la democracia.

El llamado Frente de Resistencia Popular a favor de Mel Zelaya está poniendo el énfasis en el fortalecimiento del combate, y han convocado para hoy a una huelga general de dos días tratando de fabricar y provocar que se tenga que ejercer algún tipo de fuerza bruta por las autoridades hondureñas. Algún día sabrán nuestros pueblos latinoamericanos que esas ideas de liberación nacional y transformación social que han hundido a Cuba y hunden a Venezuela son una falacia que atrasa y somete. No hay sistema perfecto, pero saber buscar el medio es una buena decisión.

Por las anteriores razones, la batalla política de Honduras no es solamente de los hondureños. Es una de las más importantes que tenemos los hijos de América Latina por preservar un espacio de libertad. No es ocioso reiterarlo: Mel Zelaya quería clonarse como un Fidel Castro, como un Hugo Chávez. Como también lo están intentando Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales.

Aprovecho para reiterar que el culpable de nuestros problemas somos nosotros mismos. No echemos nuestras culpas a otros países. Todavía no hemos dejado de ser pueblos manejados y coheteados por nuestros líderes. Se impone en nuestros países no la orden, sino el convencimiento.

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Montaner: El académico que escribía como un funcionario

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Una respuesta de Carlos Alberto Montaner a Arturo López-Calleja, alias Arturo López-Levy

En una web publicada en Suecia, Cuba Nuestra, alguien se toma la molestia de escribir un artículo en mi contra. Me lo mandan. Está lleno de una curiosa e inesperada hostilidad. Lo recorre algo así como un estudiado rencor estratégico de funcionario obligado al ataque. El tono no se compadece con una simple discrepancia de opiniones. Lo firma un señor llamado Arturo López Levy. Francamente, no sé quién es. No recuerdo haberlo conocido jamás.

Pregunto. Es un profesor cubano radicado en Denver, me dicen. Sigo preguntando. Me extraña tanta ira. Los académicos no escriben así, visceralmente. Esa prosa tiene un apasionado tufillo a periodismo oficial cubano. Parece una cosa panfletaria y tosca de Juventud Rebelde. Quizás por eso vale la pena responder.

Por fin doy con varias personas que lo conocen íntimamente de cuando vivía en Cuba. La primera sorpresa es que no se llama Arturo López Levy, sino Arturo López-Calleja y es pariente del yerno de Raúl Castro. Interesante. Utiliza un alias. De dónde sacó el Levy, pregunto. De un bisabuelo materno, me dicen. ¿Por qué cambió de nombre? Para penetrar la colonia judía en Cuba, agregan. Luego se fue a Israel. ¿Penetrar? ¿Cumplía una misión? ¿Es un agente? Sí, afirman rotundamente. Lo reclutaron cuando estudiaba en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales adscrito al Minrex. Entonces era un joven y prometedor comunista. Fue oficial de las Fuerzas Armadas. Quien esto alega lo conocía de aquellos años. ¿Esta información es record público, indago? No lo sé, me responden, pero sin duda el FBI y los israelíes están bien enterados. El expediente es abultado, añaden.

Nada de esto me consta. Tal vez sea falso o inexacto. No lo sé. No quiero ser injusto y estas acusaciones no se desprenden de documentos oficiales sino de personas que lo conocen. Yo he sido falsamente acusado de terrorista y agente de la CIA por la Seguridad del Estado en una campaña sistemática de desinformación y sé lo desagradable que puede ser todo esto. Ignoro, pues, si el señor López-Calleja, alias López Levy, es un agente sembrado en el mundo académico, como el matrimonio Álvarez, o si se sólo se trata de una persona aburrida con ganas de polemizar que utiliza, inocentemente, la prosa del “aparato”. Ya podrá él, si lo cree conveniente, negar o aclarar estos puntos oscuros de su biografía, o tal vez decida mantenerse callado.

En todo caso, lo que me resulta evidente es que el señor López-Calleja no discute de buena fe. Su intención no es demostrar mis errores de juicio, o mis pifias intelectuales, lo que sería legítimo, sino tratar de probar mi supuesta incoherencia ética para descalificarme in totum, práctica abominable para todo aquel que ame el fair play en cualquier debate honrado.

Honduras

¿Cómo lo hace? Primero, confunde y distorsiona lo que he escrito sobre los recientes sucesos de Honduras (todos esos papeles se pueden leer en www.firmaspress.com) para inmediatamente construir un absurdo silogismo: “Montaner apoya el golpe en Honduras (lo que jamás he escrito); Montaner dice ser un demócrata que quiere la democracia para Cuba (lo que es cierto); ergo, Montaner es éticamente incoherente”. O sea, aparentemente no coincidir con la sesgada visión sobre el episodio de Honduras que tiene el señor López-Calleja me incapacita moralmente en el tema cubano.

¿Por qué hay que tomar al pie de la letra la opinión de este caballero o la información que maneja en un tema tan complejo como el hondureño? ¿Qué pasó realmente en Honduras? Una buena descripción, mucho más ponderada, es la que hace el Dr. Ricardo Arias Calderón, ex vicepresidente de Panamá, ex presidente de la Internacional Demócrata Cristiana, uno de los grandes estadistas de América Latina, viejo luchador por la libertad y el imperio de la ley, quien a su avanzada edad está alejado de todo sectarismo:

“La crisis comenzó cuando el presidente Zelaya no presentó el presupuesto en el año 2008 para su aprobación por el Congreso Nacional; intentó destituir al jefe de las Fuerzas Armadas sin tener facultad constitucional para ello, pero la Corte Suprema de Justicia se lo impidió; insistió en una consulta popular, no prevista por la Constitución Nacional de Honduras ni por la ley, sin explicar lo que encontraba mal o inadecuado en la Constitución vigente y qué es lo que deseaba que se modificara de ella”.

“En Derecho Público los funcionarios únicamente pueden hacer aquello que la ley explícitamente les permite, y el Presidente Zelaya, siendo el mayor y más alto de los servidores públicos se salió de ese marco legal. Todo indica que lo que buscaba, entre otras cosas, era poder volver a reelegirse, siguiendo el ejemplo de Hugo Chávez. Más grave aún fue que desoyó las advertencias del Tribunal Supremo de Elecciones, de la Corte Suprema de Justicia, de la Procuraduría de la Nación, de la gran mayoría de miembros de gobierno y oposición del Congreso, y entre otros del Defensor de los Derechos Ciudadanos quienes le advirtieron que lo que intentaba hacer era ilegal y que no podían avalarlo”.

“La Iglesia encabezada por Cardenal Oscar A. Rodríguez, y todos los obispos miembros de la Conferencia Episcopal de Honduras (C.E.H.) en un comunicado de prensa del 2 de julio apoyan la decisión de retirar al presidente Zelaya de su cargo por cuanto que al violentar el artículo constitucional 329, cesó de inmediato, tal como reza la norma, en el desempeño del cargo; y solicita a la O. E. A. que preste atención a todos los actos de ilegalidad que por mano del presidente Zelaya venían sucediendo. Las Iglesias Católica y Evangélica, en conjunto han dado su apoyo al nuevo gobierno dirigido por el liberal Roberto Micheletti Baín, presidente del Congreso Nacional en funciones ejecutivas. El documento de la C.E.H. afirma que en Honduras “las instituciones del Estado democrático hondureño, están en vigencia y que sus ejecutorias en materia jurídico-legal han sido apegadas a derecho. Los tres poderes del Estado… están en vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución”.

El liberalismo

¿Es Ricardo Arias Calderón un propagandista como los de Granma, pero al revés, como dice de mí el señor López-Calleja? ¿Lo son el respetado cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga y todos los obispos hondureños? ¿Lo son los centenares de analistas y articulistas que encuentran que en Honduras se ha producido un choque de poderes? Pero si absurda e injusta es esa descalificación moral que pretende imponerme por el tema de Honduras, cuando entra en el terreno ideológico sus alegatos se vuelven casi cómicos.

Asegura el señor López-Calleja (con una metáfora bastante pueril, por cierto), que mi “supuesto pensamiento liberal es un closet de contradicciones más grande que el teatro nacional” porque no coincido con Milton Friedman o con mis amigos libertarios del Cato Institute en el tema del embargo o en el de los viajes de los no cubanos a la Isla. Podría decirle que tampoco coincido con Friedman en su propuesta de eliminar los bancos públicos de emisión de moneda, pero eso me llevaría a explicarle que el liberalismo no es una secta dogmática, como el partido comunista al que él perteneció, y nada tiene que ver con las rígidas supersticiones del marxismo leninismo en que se formó, sino que se trata de una corriente abierta a muchas tendencias e interpretaciones, como puede comprobar cualquiera que asista a una reunión de la Mont Pelerin y escuche al propio hijo de Milton Friedman, el brillante David, mostrar respetuosamente su desacuerdo con algunas posturas de su augusto padre.

Es una lástima que los años de formación académica norteamericana no le hayan servido al señor López-Calleja para saber que el respeto por el pensamiento ajeno no significa la sujeción incondicional a todas sus ideas o propuestas, aunque disculpo su opinión porque me figuro que son las viejas secuelas que le quedan de cuando aplaudía sin chistar cualquier estupidez proferida por el dictador cubano, como me cuentan quienes entonces fueron sus compañeros de estudio y recuerdan su encendida militancia.

En todo caso, si el señor López-Calleja desea conocer los fundamentos de mi interpretación personal del pensamiento liberal, puede adquirir en Amazon todos o algunos de los cinco libros que he escrito sobre el tema: Libertad, la clave de la prosperidad, No perdamos también el siglo XXI, La libertad y sus enemigos, Las columnas de la libertad y La última batalla de la guerra fría. Sin ánimo de ofender, entre otras razones porque no creo que el señor López-Calleja tenga un pelo de tonto, creo que también se beneficiaría del Manual del perfecto idiota latinoamericano y de El regreso del idiota, estos últimos escritos en colaboración con Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza. Algunas personas me han confesado que entendieron mejor los problemas del desarrollo tras repasarlos.

Finalmente, como veo que el señor López-Calleja se interesa en los postulados del liberalismo y acaso esté en una fase primaria de conversión, termino con un credo liberal muy elemental que alguna vez recogí en una charla organizada por la Internacional Liberal dirigida a jóvenes estudiantes deseosos de precisar cuál era el mínimo común denominador del pensamiento liberal:

“¿Qué creen, en suma, los liberales? Los liberales sostenemos siete creencias fundamentales extraídas, insisto, de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:

• Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valor supremo de la comunidad.

• Creemos en la propiedad privada, para que ambas −libertad y responsabilidad− puedan ser realmente ejercidas.

• Creemos en la convivencia dentro de un Estado de Derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona.

• Creemos en que el mercado −un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios− es la forma más eficaz o menos imperfecta de realizar las transacciones económicas.

• Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.

• Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas, siempre y cuando se respeten los derechos de las minorías.

• Creemos en que el gobierno −mientras menos, mejor−, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obediente a las leyes, debe estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos”.

Amén.

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No al bloqueo contra Honduras

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El bloqueo a Honduras se profundiza. Bloqueo, este sí, porque, a diferencia del embargo al régimen castrista, estamos ante un acoso circular, en masa. No se trata de la negativa de un Estado a ofrecerle créditos a quienes se han declarado sus enemigos jurados durante décadas, como es el caso de Estados Unidos respecto a Cuba. Se trata de un complot de la comunidad internacional prácticamente en pleno, que insiste en desconocer las leyes, las instituciones democráticas y la soberanía hondureñas.

Todos los Goliat contra el David hondureño. Acaba de sumarse a la comparsa la Unión Europea, anunciando que suspende el envío de decenas de millones de euros en ayuda financiera, tras la negativa –afincada en las leyes y la Constitución hondureñas- del presidente Roberto Micheletti a negociar la reposición de Manuel Zelaya. Antes el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo habían detenido créditos estimados en alrededor de 200 millones de dólares. Mientras Washington, que ya había cancelado sus ayudas militares, advierte a Micheletti que suspenderá las restantes “si la mediación emprendida por el presidente costarricense Oscar Arias fracasa (…) con eventuales consecuencias a largo plazo para las relaciones entre Honduras y Estados Unidos”.

Si Estados con una tradición democrática asentada, como varios de los europeos y los propios Estados Unidos, no son capaces de entender lo que ha pasado en Honduras, o se pliegan interesadamente a los designios del llamado “socialismo del siglo XXI”, ¿qué se puede esperar del resto? Cuando todos deberían estar halándole las orejas a Zelaya, ofendidos ante las reiteradas violaciones constitucionales y de procedimiento de las que es responsable, presionándolo para que desista en sus intenciones de sabotear desde adentro la democracia, resulta que hacen a la inversa: Se aprestan a rendir por hambre a los demócratas hondureños, contribuyendo a la desestabilización que Hugo Chávez financia a golpe de petrodólares. Da vergüenza ajena, y no se puede sino sentir el más profundo desprecio, ante esta recua de amorales, impostores, cómplices del castrochavismo y tontos útiles. La democracia es mucho más que un presidente electo, y bajo ninguna circunstancia un presidente electo puede estar por encima de la ley y las instituciones democráticas, so pena de convertir el Estado de derecho en una caricatura de sí mismo.

Qué más da, exclamarán algunos, si a fin de cuentas vivimos en un mundo caricatural. Pero a los cubanos –a algunos al menos-, que hemos crecido con el sonsonete del “bloqueo” al oído, nos parece particularmente repugnante este intento en masa de rendir a Honduras a la fuerza. Un intento protagonizado por los mismos que durante décadas han pedido, desde un discurso humanitario que ahora se revela profundamente hipócrita, el fin del embargo a Cuba.

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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