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La mirada en el ombligo

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Cuba es un país distorsionado por sus elites. Entre otras cosas, por eso quien sería su presidente idóneo es acusado por el gobierno cubano de terrorista, mientras el verdadero terrorista lleva cincuenta años gobernando, y dividiendo, a los cubanos.

Las elites cubanas han construido un país inexistente, profusamente decorado en base a cuotas cada vez más inoperantes de estridencia, egolatría y exhibicionismo. El problema cubano no puede resolverse no porque no tenga solución, no porque el totalitarismo se haya consolidado y mucho menos porque haya nacido un pícaro de opereta por el estilo de Fidel Castro, sino porque la cultura asimilada no encuentra referencias a partir de las cuales reformarse: las referencias deben constituirlas sus elites, y sus elites están más ocupadas en promoverse, o proyectarse, a sí mismas, en hacer girar la noria de su “trascendencia”. Un diálogo de sordos que se extiende ya demasiado en el tiempo.

Además, las elites, en su mayoría –las excepciones son marginales-, cojean de la misma pata que la cultura predominante. Si las esferas llamadas a reformar la seudo-cultura nacional, a establecer modelos alternativos de comparación, a redefinir sus paradigmas, a ofrecerse como referencia, son incapaces de transformarse, ¿qué puede esperarse del resto?

Hay una frase que ejemplifica perfectamente lo anterior, que cito de memoria y cuyo autor ahora mismo no recuerdo –quien recuerde el nombre y la frase literalmente, por favor, que me “aclare la mente”. Dice algo así como que “el choteo es la respuesta cultural del pueblo cubano a la falta de seriedad de sus elites”. Nunca mejor dicho: es ahora, luego de dos años de tribuna sin Fidel Castro, cuando esta falta de seriedad, y por extensión de capacidad, puede aquilatarse en toda su lastimosa dimensión. Cuesta cada vez más trabajo tomarse en serio a las elites cubanas.

En su libro Cuba: Claves para una conciencia en crisis, edición de 1983, Carlos Alberto Montaner pone el dedo sobre la llaga: “El castrismo es la última expresión, la caricatura final de los delirios de grandeza cubanos”. También podría decirse que la cultura vigente es la última expresión, la caricatura final de los delirios de grandeza de las elites cubanas. Pero Montaner lo define todavía mejor en el libro de marras: “La desgracia no está en las percusiones rítmicas de los negros, sino en la demencia mesiánica, en la hipertrofia de nuestra apreciación histórica, en nuestra manía de vernos el ombligo a través de un microscopio”.

Cuba necesita de sus elites una reacción pragmática, y humilde, al problema de la disolución nacional. O al problema de la involución nacional. Pero sus elites insisten en mirar para otro lado. Ya se sabe para dónde.



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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