Actualizado: 28/03/2024 20:07
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LA COLUMNA DE RAMÓN

Carta a Carlos Puebla (I)

Si en algo llevaba razón su guarachita eufórica fue en el enunciado doloroso: 'Se acabó la diversión' y comenzó el diversionismo.

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Eran cantos elementales a pesar de todo, gracejos directos, nacionalistas, de los que divierten a pesar de estar anunciando que "se acabó la diversión". Y así, sucesivo, imparable, loco porque siguieran pasando cosas para fabricar otras supuestas guarachas eventuales, mediante la discreta fórmula de estrofa-estribillo, hasta el desvanecimiento de cualquier duda y de la concurrencia.

Analizaré, con mi lupa de lupanar, la letra de esa significativa creación suya donde inventaría —¿quién los inventaría?— los males que asolaban nuestra flacucha, anémica y poco endémica República, y en la que anunciaba que bajaba Dios a extirparlos, a detenerlos —¿a posponerlos o intercambiarlos?— como Deus ex machina, de fly por el center, y paraba en seco, con su manaza protectora, toda algarabía y relajo.

Se quedó en la epidermis, no se me ofenda. Dijo lo que hizo el Comandante cuando mandó a parar, pero no le pasó por la tripa del tropo enunciar —que no denunciar— el modo, la metodología, la manera en que detuvió el torrente de alegría sana —y en verdad un poco dispareja— de aquella capital que se abría al mundo sin necesidad de Papas o Boniatos.

Saco bisturí y martillo neumático. Repito y pongo macarrones, aunque sean macarrones de proa, y completo el crucigrama a partir de esa estróbica suyita: "Se acabó la diversión/ llegó el comandante y mandó a parar". ¿Y qué hizo el genio de la lámpara? Veamos:

-La verde gramínea crecía como siglos atrás. ÉL viólo, reflexionolo, y no estuvo de acuerdo. Dijo: "Mezclad esta hierba con esta otra". Y así se hizo. A partir de ahí la caña dio una leche espesa y lenta, muy sana, pero poca.

-Las vacas pastaban, saltaban sobre el pasto, pastoril, varonil y alegremente. ÉL viólo, pensólo, y le pareció mal. Dijo: "Rebobinad el bovino". Y surgieron espléndidos ejemplares de F-1, F-2 y F-3, mezclas de Holsteines con Mástines, Cebuses cebáceos con vacas del Rhin. Y entonces dieron un café levemente turbio, de aceptable calidad, pero poco.

-Vio ÉL que usábanse el playwood y el hormigón, probólo, y le pareció mal. Dijo: "Desconcertad el concreto. Escarbad las canteras". Y así se hizo. Las fábricas de cemento, a partir de ese día, produjeron una melcocha agradecida, pero poca.

-Cuando vio ÉL los cafetos serenos que parían en su tiempo, y maduraban en la sombra, como era tradicional, estudiólo, y se enfadó. "Ensamblad esta especie con la otra. Injertad, cambiad la tierra y el sustento". Y así se hizo. Entonces el cafeto produjo una arenilla parecida al cemento. Pero poca.

Y cambió la noche por el día, la luz por la sombra, las carrozas del carnaval por tractores rusos, los Beatles por Pello el Afrocán. Nada escapaba de su visión renovadora. Y he de decirle que si en algo llevaba razón su guarachita eufórica fue en el enunciado doloroso: "Se acabó la diversión" y comenzó el diversionismo. Todo lo cambiólo por cambolos. Todo lo anterior analizólo, reflexionólo, batiólo, rebatiólo, argumentólo, destrozólo, trastocólo, pensólo, virólo con vitriolo, y terminó llamando a los bolos.

Y usted, más pancho que Los Panchos, violo y cantólo. Se atrevió, incluso, a culpar —en un intento de homenaje fallido— a una pobre mujer, Emiliana, de la escasez de café. Tal vez estaba echándola palante, chivateando a la humilde señora, que nadie sabe cómo conseguía aprovisionarse del néctar, cantando aquello tan desfachatado de "Si no fuera por Emiliana nos quedaríamos con las ganas… de tomar café, de tomar café, de toooomaaaar café". Qué horror.

Se me acaba el espacio, que no el tiempo. Me gustaría hablar también de ciertos aciertos suyos, para que esto no quede en empujadera o pleito municipal. Reconoceré en la próxima su veta de vate, y algunos reflejos de su ojo dorado, aunque quisiera haber dicho lo contrario. Me viene a la mente aquel temita, tan difundido —¿o difuminado?— que le hizo al argentino que ahora usan los muchachos en los pulóveres. Tuvo cierta razón en un verso específico, cuando, hablando sin mucho permiso desde el pueblo cubano, le dijo: "aquí se queda la clara…".

Tenía razón. Quedó la clara. La yema escapó desaforada.

Esperando la recurva,
Ramón


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