Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Humor: La columna de Ramón

Carta a Daniel Santos (II)

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Eso me pone a mí con el ala deprimida. Los tendones de esta ala cobardita, que me hicieron alejarme del pollo al que supuestamente pertenece, se engarrotan ante la disyuntiva cuando deje de ser yunta: he sido traidor según versiones taquigráficas del Consejo de Estado, solamente por no estar de acuerdo con la taquigrafía que me provocaba taquicardia, aunque antes yo la llamaba taquicurdia.

Si a ti, por ser independentista y anticolonial, te perdonan todos los defecticos adquiridos, y pudiste ejercer como "El Jefe" antes de que llegara el otro a cambiar los aromas, bien puedo yo seguir en lo mío. Total, no me traiciono a mi mismo, que soy tropa, batallón, ejército oriental occidentalizado e impedimenta. Aunque tengo muy clara la diferencia entre lo que dicen que soy, allá en las cavernas ideológicas e idiomáticas del atolón, y lo que creo ser. Al menos soy un poco lo que seré y no lo que he sido.

El Rey Sol largó un día el petate de que el Estado era él. Se me parece mucho a lo que emana corporalmente el caporal de mi tierra, y hay que ver en que estado me ha dejado para ser lo que soy yo. O de seguro yo no he estado en ese estado. En fin, que la colonia marea y te disturbia el turbio mondongo cerebral del yo, y hasta el Benny queda en ridículo con su Hoy como ayer, pues el ayer es malo y el hoy no tiene futuro o anda cerrado por reformas, y vuelvo a caer en tu estado reformatorio.

No puedo tampoco, y eso duele, cantar como tú, aquello de "Vengo a decirle adiós a los muchachos". El Tíbiri tábara dispersó a los muchachos que ya no lo son tanto. Y si me pongo a pensar a donde voy a ir a decirles adiós, si ya soy, en todas las versiones taquigráficas, un traidor, por mi anticolonialismo e independentismo, el sitio me está vedado, incluyendo El Vedado que para mi persona non grata se ha ensanchado geográficamente desde La Tinta, allá en Baracoa, hasta Guane y sus remates.

Sólo me queda, en la búsqueda utópica de ese perfume que dure, morirme alguna vez varias veces, como hiciste tú en la leyenda que te armaron o que fuiste agrandando con el cemento del desparpajo emocional. Hubo tantas versiones de tu muerte que hasta llegué a pensar, tras tanto pollo para fricasé, que habían muchísimos Danieles muy poco Santos.

Una decía que siete pistoleros del Cartel de Medellín te habían lanzado al otro barrio, según una nota dejada en una cabina telefónica. Se nota que era falsa la nota, pues no te dejabas introducir en cabina ni en nota; y siete, aunque es buen número para cualquier tipo de charada, no valía contigo, que eras más que sastrecillo y más que valiente. Otros dijeron que habías colgado el guante cantando Bigote e' gato,en un tugurio de la calle 8 de Miami. Y varios te mataron oralmente con diversos chulos irritados que te acusaban de un delito hermoso: levantamiento de hembras. Así, con merecida ubicuidad, te estaban salcochando, a la misma hora y el mismo día, en la calle 116 y Lexington, en el club Tíbiri Tábara de Colombia, y cantando un tango frente a la tumba de Gardel; todas de puñaladas traperas, bazookas dirigidas al cuerpo pecador, pistola, arcabuz o trabuco. Además de reírme, la diversidad del ñampie me hace pensar que mucha gente te quería ver morir.

Pero, sabio y filosófico, estabas muriendo a tu hora y en tu día, o haciendo como que lo hacías, con el corazón desparramado tras tanto cuerpo de mujer. Fue la vida, con su disparo silencioso, quien acabó contigo una noche, el 27 de noviembre de 1992 en Ocala, La Florida, a pesar, o tal vez precisamente por haberle encontrado el meollo al Tíbiri, que tiene, como en el ying y el yang, su Tábara oculto. Lo proclamaste en otro ensayo musical que reza: "Yo no sé nada/ yo llegué ahora mismo/ si algo paso/ yo no estaba ahí".

Por eso no estoy donde querían que estuviera, oliendo a lo que quiero ser, sin echarme colonias, o siendo colonial entre los brazos amorosos de la noche que elija. Y el perfume recogido en aquel país que pude llevarme en la mochila de mi cuerpo, no me lo quita ni Dios. Menos esos perfumistas indecentes que no saben que los discípulos de Daniel Santos no cabemos en sus cubículos particulares, por mucho calabozo que inventen, y mucho pollo con dos alas con el que solemente puede hacerse un plato: el fracasé.

Con dos gardenias en la sopapa,

Ramón


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