Actualizado: 29/04/2024 2:09
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cuba

La columna de Ramón

Carta a la muñeca Barbie

Los niños cubanos siguieron esperando su muñeca nacional, a merced de tu presencia tentadora.

Enviar Imprimir

A mí me prohibieron jugar de niño a las casitas. Y más estrictamente, vestir y desvestir muñecas. Entonces no te conocía, y lo que más a mano tenía en materia pornográfica eran las Linas de cartón de la revista Mujeres. En la clandestinidad cortaba aquel cuerpecito menudo e imberbe —hubiera sido más desolado recortar berbes barbados—, y esperaba el día en que brotaran, inflamados como duraznos en primavera, un par de apetecibles protuberancias en sus pechos. Era difícil excitarse así, pero Dios le dio Barbie a quien no tiene quijá.

Ya mayorcito, y cada vez con más pública impudicia, fui encontrando otras Linas bajo la luna. Linas menstruantes y crecientes, que desvestía con la práctica de aquellas desolaciones solitarias. Y entonces llegaste tú, sin las protuberancias de Marilyn Monroe, con cierto hieratismo, estilizada y distante, a poblar mis arrebatos poblanos, y la tersura de tu plástico, tan diferente al que se usaba para la fabricación de zapatos Kikos.

Pero, qué significa una muñeca ante el destino patrio. Mucho, digo yo. Sin una buena muñeca no se puede tener pulso firme para guiar los destinos de un país. La muñeca más reconocida era literaria y chambona, y la enterraba la pérfida Magdalena en la arena. Era la muñeca sin brazos que describió el Apóstol, en cuya vida secreta practicó, como yo, el desvestimiento de muñequitas varias, a quienes sorbía seso y corazón. Nuestro amado guía espiritual —no confundir con Amado Trinidad— entendió esa razón, y ordenó investigar en secreto cómo vencer al enemigo también en ese terreno.

Y en un laboratorio habanero comenzaron las pruebas a finales de los años sesenta. Se experimentó con bagazo, con sacarosa, con pasta de mártires y con residuos de ideología burguesa. Más allá de una figura regordeta, con expresiva cara de torta a la que llamaron Lilí, no hubo resultados palpables. La goma hedía. La carne artificial se manchaba, y su color rosado flamenco era un insulto a nuestra idiosincrasia. Había que ir a más. Y se logró. Los abnegados científicos cubanos lograron fabricar una pasta consistente y maleable que fue primero probada como macarrones en varias Escuelas en el Campo, y con lo que más tarde pudieron fabricarse un par de botas cañeras.

Solamente tenían un defecto: no avanzaban. El compañero que se prestó para probar aquellas botas victoriosas sufrió un infarto —masivo, eso sí— al querer avanzar victorioso hacia el porvenir. Hubo que amputarle las dos piernas y seguir corrigiendo, tarea que ha resultado todo un éxito. Desde el gobierno nos corrigen cada día, y la caca abunda, inunda, penetra y se perpetúa. Pero el plástico logrado en aquellas ocultas pruebas no fue un total fracaso. Es un excelente sustituto del queso parmesano para cubrir pizzas.

Los niños cubanos siguieron esperando su muñeca nacional, a merced de tu presencia tentadora, con ese peligroso mensaje subliminal que nos obliga, ya creciditos, a buscarte en cada hembra, aunque la apariencia exterior fuera de taína mal conservada, alérgica al casabe. No nos importa —a mí jamás me ha molestado— que te hubieran adjudicado un novio, también plastificado, ese tal Ken, que ha resultado, a la larga, un mariquita delirante. Estoy acostumbrado a las manipulaciones. Treinta y siete años de manipulación de alimentos me han servido para no desdeñar el manjar que representas. Desde aquí lo confieso: eres mi dieta nacional, un delicioso manjarete.