Actualizado: 02/05/2024 23:14
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La Columna de Ramón

Carta a Quintín Banderas

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Lo definen así: "Era de raza negra, temperamento difícil, de mal físico y poca cultura". La hostia. Y eso que viajó a España, aunque no precisamente a cultivarse, sino enyesado, encanado, preso por su alzamiento en la guerra chiquita, que fue una guerra de mucho tropelaje y poca tropa, donde el mayor combate parece haber sido una bronca tumultuaria en una fiesta de Alamar.

Ser feo no es un motivo incuestionable para andar guerreando. Los mismos Borbones eran espantosos y tuvieron sus guerras lejanas. Eran inteligentes. Mal físico pero con su barniz cultural. Armaban las conflagraciones sin ir a verlas. Y se divertían con un mapa en la biblioteca. Usted no tuvo esa suerte, es decir, jamás vio una biblioteca, tal vez por lo de la raza negra, el mal físico y, sobre todo, por el temperamento difícil. Eso lo lanzó a la manigua, aunque ya desde 1851 andaba buscando pelea. Ahora los libros del régimen glorifican cualquier cosa, y mencionan que se entregó a la causa libertaria, cuando usted no se entregaba ni a la policía. El temperamento, la raza y la fealdad, unidos, huelen a machete de la Guardia Rural. Igual habría muerto de un botellazo. Hay personas que no saben estar calladas.

Y a todos esos defectos se suma haber nacido en Santiago de Cuba el 10 de enero de 1837. Mala cosa. Creo que fue el puntillazo, a pesar de que usted no podía remediar una cosa así. Pudo nacer en 1838, causándole graves dolencias a su señora mamá, y tal vez, con tanta incubación, habría sido más horroroso y con un temperamento diez veces más endiablado. Cuando se nace en el mal año de 1837, está cantado que treinta y un años más tarde le toca manigua, y si es redentora, mejor.

Muchos pusilánimes llaman "ardor guerrero" a la inconsistencia moral y al defecto de no saber domar los instintos. Glorifican a ciertos individuos inadaptados que sólo saben desgraciarle la tranquilidad a los demás. Y las trifulcas, por muy nacionalistas que sean, son el caldo de cultivo para gente que morirá una mala noche en un callejón de navajazo rastrero. Casi todos los grandes héroes de la guerra fueron niños que acumularon roña durante el crecimiento. Si así no fuera —y que me desmienta Freud— no se adornaran tanto los hombros, el pecho y la cabeza con tantas cosas vistosas, ni inventaran órdenes para hacerse más mejores, ni su lenguaje fuera tan conciso y seco.

Cuando llega la paz se les ve por ahí inconformes y malhumorados. Menos mal que en su caso, armadita la República y con muchos años de matojo en sus costillas, se puso a buscar trabajo, pero ya los bares del puerto tenían matones de sobra. El jabonero Sabatés le ofreció la única plaza para la que le vio cualificado: sereno. Sabatés era catalán, y por eso su apreciación del carácter humano se nublaba con los números. No había nadie en este mundo menos sereno que Quintín Banderas. No sé qué le verían los fabricantes de jabón, pues Crusellas le contrató luego para promocionar sus productos, lo que a mí me huele muy mal. Tal vez usted olía peor.

De todos modos, en la actualidad como que se olvidaron de su figura. Tal vez solamente se le recuerda cuando se arma la de San Quintín, que parece un dicho apropiado para su carácter. Ese poco control nervioso suyo le llevó a la perdición. Y la época tampoco le ayudó mucho. Ver el país lleno de españoles mandando, subleva a cualquiera. Por suerte los tiempos han cambiado o yo no tengo tan poca cultura o peor físico, y no me da por ir por Las Ramblas o Lincoln Road escupiendo alemanes.

Queda de usted, sin muchas Banderas
Ramón


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