Actualizado: 22/04/2024 20:20
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LA COLUMNA DE RAMÓN

Carta a Rachel Dekeirsgeiter

Decirte mariposa cuando ejercías de bicha.

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No es lo mismo ser testigo de ese paisaje cosmopolita que asistir a un guateque por donde se paseen macizas bielorrusas en overoles de mecánico. El Tokio de Villaverde tenía ese toque mágico que compartían los otros 900 locales de la capital, sin consumo mínimo, mangas largas u otras restricciones que se pusieron de moda más tarde. Ninguno de los músicos había recibido la orden Alejo Carpentier porque el novelista esta todavía vivo y lejano, precisamente en París.

Villaverde ejercía otro cargo, junto al de chulo y manager. Era tu marido. Tal vez había adquirido en la relajada Francia la costumbre de no importarle mucho quién te llevaba al tatami mientras hubiera monedas de por medio. Quizá era un tipo desprejuiciado y abierto hasta el amanecer, o que su condición de cónyuge le garantizaba precisamente ascendencia sobre ti. Lo más probable es que su condición matrimonial fuera simbólica, y la ejerciera como el que posee un título de propiedad sobre una máquina de juego y placer. No sé. A mí ese mundo perverso y nocturno me es completamente desconocido. Del mundo de la noche no pasé de la simple observancia en las guardias cederistas.

Entonces pasó lo que tenía que pasar. Cuentan que te hiciste amante del cantante del conjunto, un tal Alberto Jiménez Rebollar, que descansaba su laringe sobre tu remanso, y se dedicaba el resto de la madrugada a rebollar como albañil. No hay como el descanso activo. Tras una larga sesión de alaridos armónicos —era baladista, así que supongo que tras balar tanto iba luego a por lana, y no precisamente lana Turner—, semental paredes y piso, sábanas, techos, colchones y cuanta superficie fuera propicia, le garantizaban unas entradas más vaginales que económicas.

Hasta ahí, el cuadro era normal. Una francesa sin amante era muy mal vista por la sociedad de la Época y le garantizaba su Encanto. Una noche de 1931 alguien cortó tus alas mórbidas de una morbida. Entraste a los titulares fría y desnuda, en una casa de la calle San Miguel y Amistad, justamente al lado del hotel Astor. Apareciste asesinada y francesa en la bañadera, escenario brutal pero higiénico. A partir de ese momento no tuviste reposo. La prensa se dedicó a airear tu vida promiscua con saña —y con Villaverde, y con Rebollar, y con una larga lista de clientes que no ha llegado a nuestros días porque aquel gobierno de Gerardo Machado sería una mierda pero la discreción funcionaba—.

Te convertiste en un misterio y hasta en letra de tango de la supuesta autoría de Armando Valdespí, que decía en sus cristalinos versos rioplatenses: "Era Rachel la francesita más hermosa / era una rosa del jardín de la ilusión. / Para los hombres fue muñeca caprichosa, / fue muñeca que voló de flor en flor". Claro que el tango adorna siempre las cosas a la manera de Barbarabarito Diez en el danzonete. No volabas precisamente de flor en flor. Dado tu oficio corpóreo, cumpliendo a cabalidad las ordenanzas municipales, saltabas de tallo en tallo, de tronco a tronquito, sin discriminación. Cumplías, nocturna y esmerada, alegre y bien dispuesta, una máxima martiana: "Con todos y para el bien de todos".

Nunca se encontró a tu asesino. Los años le echaron polvo a las investigaciones y nunca se pasó de la mala luz de las sospechas, como tampoco los forenses se pusieron de acuerdo en tu postura —que algunos favorecidos alaban por su efectividad imaginativa—. Unos dicen que de cúbito supino. Otros, que de cúbito prono —yo pienso que era cúbito porno— o ventral. Rígida y hermosa, ensangrentada sobre el fondo blanco de aquella bañera, se acabó tu diversión muchos años antes de que llegara el comandante y mandara a parar. Te hiciste misterio del interior, y no se habló de otra cosa durante muchos meses en la capital, con lo cual seguiste, sin mucha conciencia por tu parte, ejerciendo lo que mejor sabías: estar de boca en boca.

En estos tiempos se habría aclarado el asunto. Hubieran exonerado al mújsico Rebollar de toda sospecha, sobre todo si se tomaban en cuenta sus guardias, trabajos voluntarios y su actitud combativa. Sobre todo porque nunca aceptó ofertas del enemigo para abandonar el territorio. Lo hubiera defendido la empresa Ignacio Piñeiro. Pesarían sus múltiples diplomas, sus retornos de giras y embajadas culturales. Pero al gusano de Villaverde le habría caído un veinte de mayo encima, por explotador, maceta, y por ejercer un oficio con nombre capitalista.

Quiero despedirme con otros versos del tango, aunque exagerados y fantasiosos. Creo que es el mejor homenaje a tu entrega sacrificada como técnica extranjera: "En una noche de bebida y de cocó / plegó sus alas de sencilla mariposa, / la linda rosa de París se marchitó…". Hay que ver lo que llega a hacer la poesía con ciertas zonas de la vida. Decirte mariposa cuando ejercías de bicha. Lo de la noche de bebida, lo entiendo. Pero me sigue dando vueltas en la cabeza lo del cocó.

Enternecido y semblatorio,
Ramón


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