Actualizado: 25/04/2024 19:17
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LA COLUMNA DE RAMÓN

Carta a René Portocarrero

Nunca más se ha vuelto a ver la ciudad de La Habana con las luces de sus cuadros, como en una navidad perpetua.

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Así estaría completa la ciudad, a pesar de que testimonió usted la parte bonita. Debo mostrar aquí mi admiración por la técnica utilizada y, sobre todo, por los materiales que empleó: nada desguabina esos caserones; ni la lluvia enemiga e inesperada, ni la dejadez gubernamental, ni la imposibilidad ciudadana, ni el bloqueo —mental— ni el salitre mafioso. Nada arremete esa urbe suya que, de tan vivaz y palpitante, parece ubre que se abre.

Sospecho que todo fue el resultado de su desempeño como profesor de dibujo en la cárcel de La Habana, entre 1941 y 1943. Posiblemente allí fue madurando, ceremoniosamente, la gran idea de que el único modo de escapar de un sitio es dibujarlo como uno no quiere que sea. No sé cuántos discípulos suyos usaron sus enseñanzas en su provecho, dibujando planes de fuga, túneles poco populares y alcantarillados. La luz que logró darle a esa visión urbana es como la búsqueda de una protección contra el desamparo que la iba a castigar años más tarde. Así quedan sus trazos como torrentes que se deslizan hacia el pozo ciego de un sueño. Un ciego que no canta, pero que curiosamente, nos hará ver mejor.

Dicen que usted tenía una manera muy suya de aplicar el color, desligado por completo de los dogmas académicos. Eso es bueno. Saber desligarse de la academia siempre es saludable, sobre todo si la academia es militar o de la policía. Y aplicar el color también le da a uno cierto aire de libertad. Hay gente en el gobierno, para no ir más lejos, que uno no sabe qué pinta allí, empezando por Brocha Gorda, el de Biram. Un dogma es algo pesado, una losa, un grillete. Un dogma es como magma: se descuida uno y le inunda, llegando a solidificarse. Menos mal que siguió usted con esa manera muy suya. Ningún burócrata pudo nacionalizársela.

También pudo hacer murales, y hasta se destacó en esa técnica que en la Isla tiene tantos adeptos. Competir con los que hacen los murales de los CDR es tarea ardua y lleva constancia e imaginación, persistencia y materiales. Hay gente que tal vez no lo ve así, pero yo, en lo personal, prefiero ver el lánguido rostro de una de sus Floras, a los cinco mequetrefes que ahora le salen a uno hasta en la sopa. ¿Dije sopa? Estoy delirando con la delirancia de sus cuadros.

Vino a morirse en abril de 1983, un día siete, porque era tan cabalístico que el siete fue de suma importancia en su vida. Faltaba poco para el inicio del desmerengamiento, así que de todos los sietes posibles, no vino a agarrar el peor de esos pecados: los siete pescados capitales que reparten en esa capital que eternizó. Luego salieron de la ciudad real, como ratones de entre las ruinas de un bombardeo, ciertos especimenes que siguen quitándole los colores a los demás, y aplicando el color suyito en las limitaderas. No de balde el lema que me faltaba en sus paisajes urbanos, para que esa Habana sea La Habana, es ése tan simpático que reza: "Donde nace un comunista, mueren las dificultades".

Mire si no, que los difíciles nos vamos muriendo, y la dificultad mayor es extinguirlos a ellos.

Colorín coloreado,
Ramón


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