Actualizado: 18/04/2024 23:36
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LA COLUMNA DE RAMÓN

Carta a Rita Longa

No fabricó saurios para evitar sospechas o malas interpretaciones, y que vieran en ello alegorías políticas. Así se salvó de que le colgaran el remoquete de Rita la Caimana.

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Así hay un terso torso en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, que sospecho no han visto con detenimiento los que inventaron Alamar. Y una formidable versión de la Muerte del Cisne en el Teatro Nacional de La Habana, animal fallecido por muerte natural o pesadumbre, y no de gripe aviar. Creo que hubo un disloque en el emplazamiento de esa obra. Yo la hubiera ubicado en la calle 23, delante del edificio del ICAIC. Si en resumidas cuentas se trata de la muerte del cisne, ningún lugar mejor. Y a dos cuadras del Cementerio, que evitaría su descomposición al aire libre.

Pifió luego con un par de bustos del apóstol, como para demostrar que usted le metía igualmente a la mascarada oficial que a una carroza de carnavales. Lo veo como gesto deportivo más que patriótico. Un alarde de habilidad y no alarde alabardero. Sin embargo, se le metió el indio en la sangre desde edad temprana, tal vez desde sus iniciales pininos en 1928, y sacó al pobre Hatuey de las etiquetas de cerveza, que era donde más podía refrescarse luego de la parrillada que le regalaron los españoles.

Como a un Dios tutelar, comenzó a ofrendarle imágenes al legendario Hatuey a diestro y siniestro, mostrando su destreza. Lo hacía diestro cuando el pobre indígena tuvo siempre perfil siniestro. No quiero ofrenderla con esta apreciación mía, puramente estética y nada racista. Siempre he querido merendarme a un indio, en su versión femenina si es posible, pero no me siento capaz de poder deglutir un ejemplar taíno como la del cacique rebelde, tan achatado en los polos y abultado en el ecuador. Veo a ciertas siboneyas más apetitosas y alfareras, y sería una delicia poder degustarlas con Lecuona de fondo.

La obsesión indígena la llevó lejos, hasta Morón. Allí plantó su Gallo, que si se observa de cerca y con detenimiento, tiene una sorprendente similitud con otro cacique fumador: Guamá, emparentado con este en el porte y las plumas. Y si retrocedemos un poco y nos alcanza la gasolina, nos damos un salto hasta la Laguna del Tesoro, donde consumó su delirio consumiendo toneladas de barro. Allí, en la orilla de aquel remanso paradisíaco, sin enterarse de que el socialismo les rodea, una manada de dulces indios realizan sus tareas de siempre detenidos en el tiempo. Podían ser detenidos también por la policía, pero, como nuestra policía no se sabe oriental por los manglares, los han dejado quietos y sin pedirles que se identifiquinsi.

Se nota que en aquel sitio cogió usted mangles bajitos. Uno caza sin casa. Otra lava sin lava. Otro, más allá, pesca algo que pudiera ser una jutía o un manjuarí, y en conjunto, son felices allí sin vigilancias ni compulsiones, sin observancias ni protuberancias ideológicas, lo que me hace pensar que el pleistoceno era mejor que estos años de buril y cuentas nuevas. No fabricó saurios para evitar así sospechas o malas interpretaciones, y que vieran en ello alegorías políticas. Así se salvó de que, en fabricando aligatores, le colgaran el remoquete de Rita la Caimana.

Sin embargo, su obra en sí y su trayectoria en mí —y hasta un poco en Ré— me obliga a hacer inflexiones y reflexiones en torno al torno de la escultura y la cultura. Una cultura suele tener un ministro al frente. Cultura es saber, y así el ministro tiene, entre otras desocupaciones, el intentar por todos los medios, que el culto no sepa, o no se acerque mucho a los que no sepan. Son de esa cepa peligrosa y, al final, terminan los ministros del ramo practicando arte similar al suyo de usted: la ex cultura.

Y de alguna manera remota y sombría, su profesión le ha dado ciertas instrucciones al Escultor Mayor, que nos esculpe hablando siete horas o más según su neura. Para toda obra se precisa primero el modelado en barro, el vaciado en yeso y, a posteriori, la fragua, si se decide metalizar el asunto. Esos pasos ha seguido nuestro Praxíteles caribeño, y enfangándonos en conjunto nada risueño, nos enyesó más tarde, vaciándonos. Así quedamos tiesos, detenidos —incluso por la policía, que sí se atreve—, marmóreos y marmóticos, vacíos y enviciados en y eso qué es. De lo que resulta pensar en lo felices que eran esos indios que todavía andan al borde del agua sin agarrar la canoa e irse de Caonao.

Se nos vino a morir el 29 de mayo del año 2000. Unos dicen que de un infarto. Otros, de una Longina de pecho, para mantener la cubana. La pude ver, en los últimos años, trabajando en aquel antro de mi infancia que fuera el cine Ambar, alias el meaíto, en la esquina vedadense de 14 y 15, que era mejor que estar en 3 y 2. Uno de esos días, Rine Leal le soltó esta salutación: "Ars brevis, Rita Longa", en lugar de vita longa. Fue bueno. No olvide que el que Rine último, Rine mejor.

Escultural e indígena,
Ramón


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