Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La columna de Ramón

Carta al doctor Bernabé Ordaz (II)

Urge el apoyo para celebrar en Cuba, con asistencia de loqueros de todo el planeta, una Cumbre de los No Alienados.

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-Al Hombre le dio por las cortinas rompevientos. Hasta ese momento a nadie le había sucedido nada con el viento, pero el pueblo se volcó de a lleno a sembrar pinos, robles, casuarinas, ceibas —mochas y de las otras—, sequoias californianas, tamarindos —que aprietan la boca antes y después, y acanas guilleneanas. Casi al unísono, se decretó la guerra al marabú, que no había conspirado contra el gobierno. Muchos cubanos no habían visto hasta ese momento un marabú en su vida, pero allá fueron, a no dejar enemigo vivo.

Usted tiró una placa encima de dos de las naves, aumentando así en 2.278 la capacidad de su hospital, por si las moscas.

-A finales de los sesenta llego el delirio: la zafra de los Diez Millones.

Usted se dio por vencido y creo los Hospitales de día, a donde acudía la gente a pasarla bien haciendo muñequitos, collares, búcaros, lamparitas artesanales, pulsos de semillas pulsos de la situación, hamacas con papel de periódico, etc.

Entonces, a la parafrenia que produce la parafernalia, vinieron a unirse nuevas modalidades de quimbe: nadie dormía, porque el enemigo no descansaba. Y un asombroso y nunca visto dejarse llevar —lo mismo por las olas que por la palabra— resumido en un lema sonoro: "a donde sea, cuando sea, y para lo que sea, Comandante en Jefe, ordene"... que según estudiosos de la Universidad de Sydney, es el síntoma primero del desprendimiento del alma de su envase natural.

Desaparecieron los días festivos, esos remansos de paz donde la familia se unía para verse las caras o para matarse alegremente a puñaladas. Cero carnaval, cero Navidad, cero Semana Santa. Los padres dejaron de ver a sus hijos y recordaban que eran padres cuando les llegaba la comunicación de que fulanito de tal había muerto heroicamente en Monaquimbundo, allá por África. Casualmente, el africano que mencionaban en la carta llevaba sus mismos apellidos.

Al Jefe le dio por: echarle a los chinos-querer a los chinos. Maldecir a la Unión Soviética-afirmar que éramos descendientes del Ejército Rojo. Y comenzó a hablar más tiempo, media hora más, seis horas más, ocho horas redondas, como si quisiera cumplir su jornada laboral allí, de pie, en una tribuna, mientras a la concurrencia se le iba derritiendo el poco seso que le quedaba. Nadie comprendió que El Hombre batía su propio récord, y que, como sospechaba que algunos malagradecidos estaban un poco hartos de verle hasta en la inexistente sopa, quería vengarse apareciendo en el libro Guinnes.

Usted se dio cuenta de que, de alguna manera inexplicable o remota, se había contagiado, o traía también mala intención de hechura desde sus anos mozos. Nacer en Bauta, a veces provoca una roña inexplicable, y ciertos delirios de grandeza. Así que decidió seguirle la rima y a considerar insano a todo el que pareciera insatisfecho o cauteloso.