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Biden, Embargo, Sanciones

A la segunda… ¿va la vencida?

La incertidumbre tiene muchas lecturas. Puede que el gran dilema sea que el embargo nunca ha funcionado como tal, y que el nombrado bloqueo tampoco es de “arranca pescuezo”

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Las medidas anunciadas por la administración Biden para descompresión de la caldera insular tiene amigos y archienemigos —archi, superioridad. Se trata, como bien ha dicho el régimen, de pasos tibios, no trascendentes. Quizá es solo recular en algunas sanciones implantadas en la Era Trump. El presidente norteamericano sabe que la relación con Cuba es un tema convertido con el tiempo, una pujante comunidad y varios congresistas cubanoamericanos en asunto doméstico. Aumentar el monto de remesas, los vuelos a la Isla, e incluso facilitar viajes y limitadas inversiones no tendrán un impacto determinante en la economía del régimen. Pero puede que si sea simbólico y político.

Simbólico porque el gobierno demócrata una vez más trata de favorecer cambios en la Isla a través del dialogo y el acompañamiento. Lo intentaron con diversos estilos Carter, Clinton, Obama; ahora lo hace el otoñal Joe Biden. El fracaso del entendimiento podría haberse debido a que en las tres administraciones anteriores el timing histórico no estaba a su favor. En la Isla existía un liderazgo omnímodo, unipersonal. El Difunto aún vivía para hacer y deshacer según su muy buen olfato de sobreviviente. El embargo y el Imperio como amenaza a la soberanía cubana eran cartas marcadas, de triunfo.

Político porque desaparecido el Líder Máximo, y en bancarrota económica e ideológica, puede que el timing para ciertos cambios este dado ahora. Así parece a los asesores del inquilino de la Casa Blanca. En el credo demócrata, con más relaciones aparecen mayores oportunidades. Ellos opinan que en un sistema cerrado, sin intercambio exterior, un pequeño boquete abierto hacia afuera provocaría la ruptura y el cambio del sistema. Pura física elemental. Lo hizo notar el Difunto con su carta-reprimenda el Hermano Obama. Mucho se ha hablado de la fracasada apertura, mediatizada, en la cual el régimen no hizo cambios sustanciales. Un pequeño movimiento en esos días y el Difunto y sus recalcitrantes no hubieran muerto con las botas puestas entre sedas y alcanfores.

Existe una teoría llamada triangulación en la práctica de las relaciones humanas. Tal hipótesis refiere que cuando dos seres humanos o sistemas entran en pugna, recurren a un tercero para aliviar la tensión. Es lo mismo del tercer culpable o el chivo expiatorio. En el caso del llamado diferendo histórico Cuba-Estados Unidos, es una relación de odio-amor desde los mismísimos comienzos de la república; todos los males entre cubanos iban a enviarse al Norte, triangulando así el conflicto, real o supuesto, y al cual alimentaron los norteños con sus enmiendas y ocupaciones militares.

Es muy probable que los asesores del actual presidente crean que es hora de “destriangularse”: dejar que las aguas negras del Continuismo sigan su curso hacia la sentina de la Historia. La mejor opción para el cambio: hacer como que se hace y no hacer nada. Tendrían razón en algo: mientras exista un vínculo legal entre el embargo —la Ley Helms-Burton es un blindaje congresional— y Cuba, toda la tensión y sus resultados nefastos derivaran hacia el culpable habitual. Puede que el gran dilema sea que el embargo nunca ha funcionado como tal, y que el nombrado bloqueo tampoco es de “arranca pescuezo”. La incertidumbre tiene muchas lecturas. El catalogado asedio económico, financiero y comercial a la Isla ha funcionado como propaganda para un bando y para el otro, nunca para bien del pueblo cubano, excepto para buscar mejor vida allí donde lo acogen, también por razones políticas.

Esta es la segunda oportunidad para el régimen, lo sabe, y muchos desean que la aproveche para mejorar la infame vida de los cubanos. Mientras unos opinan que las elites continuistas no harán cambios para favorecer ciertas libertades económicas y políticas en la Isla, otros creen que no tienen opciones si desean mantener privilegios al estilo piñata sandinista. A los primeros los asiste el análisis de los personajes actuales —los visibles— mediocres y sin reconocimiento público. A los que se muestran optimistas con algunos cambios los respalda el sentido común: la oligarquía comunista no debe perder la ocasión, incluso con urgencia; se acerca una probable debacle eleccionaria para los demócratas.

Estados Unidos necesita paz en esta parte del mundo. Y esa podría dársela la involucionaria Isla de Cuba, que necesita contener la próxima insurrección que se le viene encima a base de McDonald’s y Coca-Cola. El levantamiento del embargo de uno en fondo y tomando distancias podría ser algo pactado hace tiempo, empañado temporalmente por el 11J. Sin duda puede verse también como una traición por una buena parte del exilio; desde la Calle 8 no es muy patriótico tomarse un café mientras patean y disparan contra la multitud indefensa.

Tienen razón los que afirman que hace años entramos en una nueva era geopolítica. El mundo se reordenó en base a intereses y seguridades ambientales más que en ideologías. La invasión rusa a Ucrania ha sido el último aldabonazo. De eso, a no dudarlo, están conscientes cubanos y norteños. El primer paso en la dirección adecuada es parar el absurdo, desparecer el triángulo; que sea el pueblo de Cuba, todo, quien se siente a la mesa y negocie. Habrá que tener paciencia, gandinga y mucho coraje para hacer necesarias concesiones de un lado y de otro.

Los cambios hechos por la administración Biden pueden parecer imperceptibles. Pero así empieza todo. Tocará al régimen cubano hacer los suyos y amplificar el mapa de posibilidades. Ellos están en control ahora y negarlo es delirante. No habrá otro momento histórico en largo tiempo. Parafraseando a García Márquez, para estirpes como la cubana, condenadas a 120 años de pugnacidad, habrá pocas oportunidades como esta en la tierra.


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