Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Autoridad, Ídolos, Represión

Aproximaciones a la represión (II)

Los factores a considerar cuando se analizan las opiniones de los cubanos sobre la represión impuesta por el régimen

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Durante la segunda mitad del siglo XIII, el monje y filósofo inglés Roger Bacon escribió Opus maius, un volumen de múltiples contenidos pero que esencialmente trataba sobre el error. Bacon atribuía los errores humanos a cuatro problemas que, en conjunto, él llamó offendicula, es decir, impedimentos u obstáculos a la verdad:

  1. La tendencia a encubrir la ignorancia propia fingiendo conocimiento
  2. El poder persuasivo de la autoridad
  3. La adhesión ciega a la costumbre
  4. La influencia de la opinión popular

Más de trescientos años después, otro Bacon, Francis, habló de lo mismo, y llamó “los cuatro ídolos” a las fuentes del error humano:

  1. El ídolo de la tribu: hábitos cognitivos universales propios de la especie humana
  2. El ídolo de la caverna: el chovinismo que nos lleva a1 desconfiar de todo lo que no proceda de nuestro propio clan
  3. El ídolo de la plaza del mercado: lo que el otro Bacon llamó “la opinión popular”
  4. El ídolo del teatro: las falsas doctrinas difundidas por la autoridad religiosa, científica o filosófica (añadiríamos la política) y que no se discuten dado “el poder persuasivo de la autoridad” al que hacía referencia el otro Bacon.

De modo que si analizamos las opiniones de los cubanos sobre la represión en la isla, deberíamos considerar varios factores. El primero de ellos es que para más del 90% de los cubanos que vivieron a su edad adulta el advenimiento de la “revolución” en 1959 y observaron su devenir en los años 60, ésta constituía un proceso emancipador de los males que asolaban a la República desde su nacimiento en 1902: nepotismo, caudillismo, enriquecimiento ilícito, corrupción, violencia política y escaso interés por el destino de los más vulnerables. Se abría una nueva era en la cual Cuba sería, citando a Martí, “con todos y para el bien de todos”. Y las nuevas leyes parecían corroborarlo: la ley de reforma agraria, la ley de reforma urbana, la universalización de la atención sanitaria y de la educación. Aunque al mismo tiempo se derogaran las libertades fundamentales, empezando por el derecho a decidir; las libertades de expresión y reunión y, progresivamente hasta culminar en 1969, la libertad económica. Por eso no es raro que una buena parte de la población se adhiriera al segundo punto de Roger Bacon y “el poder persuasivo de la autoridad” fuera asumido de modo bastante acrítico. Sería lo que el otro Bacon llamaría “el ídolo del teatro”, dadas las falsas doctrinas difundidas por la autoridad. Es hasta cierto punto comprensible que las personas de esa primera generación insistan en su percepción, en algunos casos hasta hoy. De lo contrario, sería como asumir que toda su vida ha sido un timo. Por otra parte, al tratarse de una opinión compartida, pesan en ello los últimos puntos de Roger Bacon: “La adhesión ciega a la costumbre” y “La influencia de la opinión popular”. Unos postulados que esta primera generación transmitió sin dudarlo a sus hijos, aunque estos, con el paso del tiempo empezaran a cuestionar las explicaciones recibidas.

No todos, desde luego, respondieron de la misma manera a esas exhortaciones a la obediencia, aunque algunos, por razones de conveniencia y para facilitar su ascenso en el escalafón, echaron mano al primer postulado de Roger Bacon: “La tendencia a encubrir la ignorancia propia fingiendo conocimiento”, o, en el peor de los casos, la tendencia a encubrir el conocimiento de la represión fingiendo su inexistencia.

Fidel Castro manipuló con muchísima eficacia el chovinismo. Primero, se dotó de un enemigo a su altura, es decir, a la altura que él mismo se atribuía. Estados Unidos era el causante de todos los males y cualquier acusación al nuevo régimen debería ser desestimada, justamente porque provenía del enemigo. Nuestra tribu debería en todo caso reafirmar nuestra razón con respecto a la razón ajena, aun cuando ignoráramos numerosos detalles e incluso si había pruebas en contra. Alguna explicación tendría que haber y la confianza en nuestros líderes tendría que ser superior a las dudas que nos suscitaran los argumentos en su contra. El ídolo de nuestra caverna es siempre más creíble que cualquier objeción de sospechoso origen. Incluso si tiene signos de veracidad.

Para el ciudadano medio es siempre más confortable descansar sus opiniones y criterios en una opinión superior, sea Dios, el cura de la localidad, el padre, el presidente, o Fidel Castro. La confianza se convierte en prueba una vez que aceptamos la autoridad moral de quien la emite.

Otro elemento importante es el punto de la ecuación en que se encuentra ese ciudadano que juzga la existencia o no de represión. Un campesino que recibe en 1960 una parcela de tierra y cuyos hijos tienen la oportunidad de estudiar en la ciudad, no valorará la represión del mismo modo que el propietario de un pequeño o gran negocio que fue expropiado por las nuevas leyes revolucionarias. Y no reaccionarán del mismo modo al valorar la existencia de represión los hijos de ese empresario, que los hijos del campesino anterior. Un homosexual que pasó por las UMAP no tendrá la misma visión que un heterosexual ignorante de aquellas circunstancias. O los hijos de los presos políticos. O los creyentes represaliados.

Ahora bien, en la medida que el nuevo gobierno ofrece posibilidades de estudiar y fomenta la aparición de jóvenes más cultos, estos no aceptan con la misma pasividad al “ídolo del teatro” con el “poder persuasivo de la autoridad”. En tanto que jóvenes, y en tanto que cultos, no se adhieren del mismo modo a la opinión pública ya formada, o a la presión social, sino que desarrollan su propio carácter contestatario. Y esto es, obviamente, mucho más acusado en las generaciones posteriores, aquellas para las cuales la “revolución” no representa ningún referente ideológico, o ningún referente de ningún tipo. O es, precisamente, referente de todo lo contrario.

Por otra parte, la “adhesión ciega a la costumbre” también varía con el paso del tiempo, sobre todo en un país que ha perdido todos sus referentes y se encuentra en un acelerado proceso de descomposición. Esto podría explicar que converjan las opiniones actuales de diferentes generaciones y contextos.

En cuanto al “ídolo de la tribu: hábitos cognitivos universales propios de la especie humana”, hay que considerar las dificultades de todos los seres humanos para cambiar de opinión y los sesgos cognitivos que nos hacen persistir incluso en el error, a pesar de evidencias en contra que vayan desmontando las bases de esa certeza.

Por todo ello, no es raro que entre nosotros, tras un larguísimo periodo sometidos al “ídolo del teatro” y los efectos de la opinión pública, haya una diversidad de opiniones respecto a la represión, y aunque existen circunstancias objetivas, hay versiones de la verdad que siguen siendo individuales, intransferibles.


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