Autobiografía de un triunfador
Iacocca fue, sin proponérselo, el ideólogo de una incipiente perestroika que intentó tomar cuerpo entre algunos ministros y funcionarios castristas
Ha muerto Lee Iacocca, a los 94 años, un icono de la industria automotriz y padre del rescate empresarial en los Estados Unidos, será recordado por la creación de modelos de autos clásicos para la cultura estadounidense como el Ford Mustang, los minivan y los SUV, también por evitar la bancarrota de la compañía Chrysler con un método nada ortodoxo.
Pero el hijo de inmigrantes italianos nunca sospechó que entre sus palmarés tenía el éxito de haber impactado el mundo empresarial estatal del régimen cubano a mitad de los años 80 del siglo pasado. Su repercusión logró penetrar “la barrera de bagazo” con que Fidel Castro había aislado a Cuba y contradictoriamente, su doctrina llegó precisamente de la mano de uno de los comunistas más connotados con que contaba el buró político y el consejo de estado de entonces.
Iacocca fue, sin proponérselo, el ideólogo de una incipiente perestroika que intentó tomar cuerpo entre algunos ministros y funcionarios castristas.
En 1984 se realizó la primera graduación de la escuela superior de economía creada por el régimen para que los dirigentes alcanzaran un nivel educacional superior.
El acto de entrega de diplomas sirvió de pretexto para nombrar el centro de estudios como Ernesto Che Guevara y comenzar a destacar los supuestos valores del pensamiento económico del Che, algo que después se convertiría en corriente oficial, materia obligatoria para los aspirantes a economistas de todo el país y base ideológica para la campaña de “rectificación de errores” desatada por el régimen contra aparentes revisionistas y “perestroikos”.
Los supuestos valores del pensamiento económico del guerrillero argentino serían defendidos por el vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez, designado como el orador principal de la velada. El viejo comunista era considerado como una de las mentes más lúcidas del grupo de poder que sobrevivía alrededor de Fidel Castro pese a las purgas y los periódicos “pases de cuenta”.
Carlos Rafael comenzó su intervención alabando a quienes habían redescubierto las intenciones económicas del Che, al que acusó de haber intentado forzar el momento social que se vivía en la Cuba de los 60, con esquemas socialistas para los que el país no se encontraba preparado. Aunque según él, ahora sí las condiciones sociales estaban creadas para introducir, de a poco, las ideas del Che.
Y entonces el discurso de Carlos Rafael dio un giro de 180 grados dejando fuera de lugar a los atentos graduados: El dirigente comunista no quería que los recién graduados fueran como el Che, quería que fueran como un empresario americano nombrado Lee Iacocca, a quien definía como sinónimo de arriesgado, agresivo, consagrado a su papel, dispuesto a ponerlo todo en juego con tal de conseguir el avance económico de su negocio, su empresa, el país.
Como el vicepresidente estaba claro que ninguno de los recién graduados tenía la menor idea de quién era el empresario estadounidense, les había traído un inusual regalo. Asombrados cada uno de los estudiantes recibió, junto con el título de licenciado en economía, la autobiografía de un triunfador, un libro recién editado en el extranjero que les permitirá conocer el pensamiento económico de Iacocca, no el del Che.
Carlos Rafael les insistió que se centraran en la actitud del empresario y les conto pasajes del libro como cuando increpó a una camarera que mal lo atendía en un café y le insistió que si no estaba enamorada de su trabajo mejor renunciara porque no llegaría a ningún lado. O cuando regaño a un ejecutivo porque presumió de llevar más de un mes sin ver a su familia. Este último ejemplo impactó a los graduados, la revolución siempre les había pedido que se consagraran, que fueran como Bóxer, el caballo de la granja de Orwell, y resulta que según Carlos Rafael esto demostraba una mala planificación, no servían esos que trabajaban todos los días y no llegaban a ningún lado. Además, tener tiempo para la familia era también tener tiempo para descansar la mente.
Igualmente les narró con detalles como consiguió devolver hasta el último centavo del préstamo millonario que logró arrancarle al gobierno para salvar a la tercera empresa automotriz de los Estados Unidos.
El libro se convirtió en el folletín del momento, todos lo comentaban y hasta jugaban a ser Iacocca en funciones, aunque algunos solo consiguieron imitar la pose del ejecutivo en la portada.
¿Ya te lo leíste?”, se preguntaban los graduados cuando se encontraban, “al tipo hasta lo tronaron”, decían entre risas, sin mencionar al “santo”, transpolando la anécdota del empresario con Henry Ford a su realidad insular, “un jefe histérico y majadero se la cogió con él”.
Otros estaban preocupados por lo que creían había sido un desliz de Carlos Rafael, porque la aparición de Iacocca en sus vidas los separó del elemental maniqueo con que habían sobrevivido hasta ahora, “allá están los malos, aquí los buenos”.
Sus brújulas se volvieron locas cuando un año después comenzaron a llegar los primeros ecos de la glasnost y la perestroika soviética. Los parlamentos de Gorbachov parecían sacados del libro de Iacocca, o el regalo de Carlos Rafael, como lo llamaban los más cautos. Más el régimen de La Habana no hacia suyo el espíritu de Moscú.
Por eso en la primera oportunidad que tuvieron de reencontrarse con el Vicepresidente un grupo de antiguos alumnos se atrevió a adelantarle las coincidencias entre los principios que les indujo a estudiar y lo que la rectificación soviética promulgaba.
“No son tiempos de paralelismos”, les dijo el avezado dirigente, “estamos en un gran peligro, nuestro futuro depende de la manera en que enfrentemos la crisis que se nos avecina”, “ese libro quedó viejo para nuestra realidad”, y se alejó del grupo, dejándolos más confundidos que antes. Esa misma tarde, varios de ellos sacaron a Iacocca de sus libreros, otros lo llevaron de la oficina a sus casas, y entonces cayó en manos de sus hijos y de los amigos de sus hijos.
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