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Asamblea, Elecciones, Presidente

«Bartolo’s Chance» (La oportunidad de Bartolo)

¿Por qué poner a los diputados cubanos una película que, además de ser una comedia sórdida, nada tiene que ver con ellos ni con su sistema electoral?

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Un hombre sin defectos es un tonto
o un hipócrita del que debemos desconfiar.
Joseph Joubert

La falta de seriedad de los operadores del castrismo actual no tiene límites. Es clara expresión de lo insustancial del discurso, la insipidez de las ideas, de no tener propuestas audaces y prácticas para destrabar el barco-Isla encallado en el Hades de la Historia. El día previo a lo que llamaron votación para investir al presidente designado —en el juego de palabras no hay redundancia alguna— fue exhibida a los delegados de la Asamblea del Poder Popular la película Desde el Jardín (Being There en inglés) del director Hal Ashby como si se tratara de una novedad, cuarenta años después de su estreno (1979).

Cualquiera mínimamente cinéfilo conoce el filme, un clásico del séptimo arte. En Cuba fue mostrada en cines durante los ochenta. Tuvo buena acogida en el mundo intelectual, sobre todo por la crítica, como no podía ser de otra manera; la burla mordaz a los candidatos y el sistema norteamericano de elecciones son bazas políticas que no pueden desaprovecharse. No por gusto para el personaje de “Chauncey —Chance— Gardiner” —algo así como “Jardinero de la Oportunidad”— fue escogido Peter Sellers, quien hiciera carrera, entre otros recordados caracteres, con el atontado inspector Jacques Clouseau, en la saga de “La Pantera Rosa”. Para quienes no disfrutan la película en sus ángulos cáusticos, sus finísimas ironías, y desconocen la política norteña, este podría ser un filme lento, soporífero, desabrido. En fin, diría un hijo de vecino a quien gustan las películas de “patás y piñazos”, esto es tremendo “clavo”.

Nuestro José Martí en “Escenas Norteamericanas” también ensayaba ampliamente sobre los defectos —y también las virtudes— de la puja entre partidos y candidatos en tiempos de elecciones en el Norte durante el Siglo XIX. Ni la prensa ni los numerosos libros que sobre la democracia se han escrito, ocultan o tratan de disminuir los conflictos inherentes al libre mercado, el gobierno y la rama legislativa. Todo lo contrario: el cabildeo, la importancia del dinero, las trampas y los golpes bajos en las campañas electorales son parte del espectáculo. Hacer visibles esas manchas es una de las razones por las cuales el sistema democrático más viejo del mundo, sin golpes de Estado y 45 sucesiones presidenciales, ha durado más de 200 años. A pesar de una cruenta guerra civil y el asesinato de cuatro presidentes, hay suficiente libertad para expresar opiniones a favor y en contra del gobierno y sus líderes.

La primera pregunta que se hace alguien relativamente informado es por qué poner a los diputados una película que, además de ser una comedia sórdida, nada tiene que ver con ellos ni con su sistema electoral. Quizás en la mente de algún ideólogo habitó la duda; los “cantos de sirena” del capitalismo podrían haber hecho mella en algunos jóvenes diputados, nacidos después del estreno del filme. Muchos de ellos se perdieron esa joya del cine “anti-establishment” como ciertos especialistas la catalogan. De otra manera no se explicaría como un reconocido comentarista dio a la presentación, sala repleta, un carácter casi documental, señalando las similitudes de esta comedia punzante y sutil con el presente proceso electoral norteamericano. Hombre inteligente, conocedor de cine, y buen escritor, para esas cosas tristes han quedado algunos en la Isla.

La segunda interrogante deriva de la primera. ¿Están anticipando los listos comisarios un triunfo electoral arrollador del Trumpismo en 2020? Si eso pasara —y los demócratas están haciendo todo lo posible para que suceda— pudiera significar más embargo, y menos margen de maniobra para conservar la provincia de Cubazuela. Acaso la misión del filme horas antes de la “votación” es fusilar moralmente la persona Donald Trump; compararlo con el idiota Chauncey Gardiner, y el corrupto, hipócrita mundo que lo rodea. Contra un imbécil como ese tendremos que luchar, parece decir la Nomenclatura a los delegados, quienes en pocas horas “elegirán” al Elegido —en serio, no hay intención de redundancia.

Una pasión más viva que la amistad es el odio, dijo el Marqués de Vauvenargues. Y ciertamente, pocas cosas proveen mayor rechazo, aborrecimiento, que un impostor, un necio en el poder. Para ejemplo paradigmático es imprescindible citar a Nicolás Maduro. Fomentar la antipatía hacia el probable reelecto presidente norteamericano es una labor que los ideólogos del Partido —y no pocos por acá— deben ir haciendo desde ahora si quieren preservar el odio como “arma de combate”.

Imaginemos un delegado a quien llamaremos Bartolo. Es uno más en esa “masa” de parlamentarios de un solo Partido, y para quien Desde el Jardín es una novedad cinematográfica, pero no política. Desde que estaba en el regazo de su madre y en el circulo infantil, le han dicho que los “americanos” son malos, que el capitalismo es horroroso, y aún más malos todavía son los presidentes del Norte “revuelto y brutal”. Bartolo, un simple campesino, apenas entiende. Los compañeros de la Asamblea estimaron que era una buena ocasión para reafirmar sus convicciones antimperialistas y revolucionarias ver esta película sin acción, de tonos oscuros, y diálogos raros. Pero como es un hombre esencialmente bueno, práctico, del campo, donde todo es sano y efímero, razona, y se pregunta qué tiene que ver un yanqui medio tonto con el momento histórico que le dicen va a vivir mañana.

A Bartolo le hubiera gustado, quizás, una película cubana, aunque en verdad cada día son más menos aptas para un cuerpo legislativo que apenas respira y nunca legisla a contraorden. O tal vez un documental mostrando los avances de los compañeros chinos y vietnamitas, tan comunistas como ellos. Bartolo, aclararía el delegado a su diestra, ellos son comunistas a su manera, nosotros tenemos la nuestra. Entonces una obra infantil, dice Bartolo, de esas que ponen a los extranjeros para que vean lo felices que son los niños cubanos. Bartolo, advertiría alguien a la siniestra, esto es serio y solo para adultos —no te pierdas la escena “unipersonal” de Shirley MacLaine—; mañana será un día histórico porque vamos a volver a tener presidente después de sesenta años de democracia socialista.

Entonces Bartolo se identifica con el personaje del Jardinero: este es su “chance”. Su oportunidad de viajar a la Habana en ómnibus con aire acondicionado o en avión; su “chance” de dormir en un buen hotel, y que nadie pregunte si es cubano y si tiene CUC; la ocasión de “chocar con la fibra vacuna” sin explicar de dónde la sacó; la circunstancia en la cual se sentará en un mismo teatro con compañeros que piensan y sienten como él, pero que viven diferente; la oportunidad de Bartolo, el Platanero, de creer que él y quienes lo rodean van a decidir quién va a dirigir los ómnibus, los aviones, los hoteles, los CUC, las vacas y el teatro por los próximos cinco años.

Todo lo que tiene que hacer nuestro buen Bartolo, como Chauncey Gardiner, es parecer tonto, confundido, levantar la mano cuando pregunten quien está de acuerdo, y bajarla, amarrarla a la pata de la silla si es preciso, cuando averigüen quien en contra o quien se abstiene. No hablar nunca si no preguntan; no preguntar si no hablan. Bartolo, calladito te ves más bonito, susurra alguien detrás, nadie sabe quién porque es una voz sin rostro. Los que saben, continua la voz del compañero-que-atiende-los-delegados, están en la tribuna. Y aunque no lo sepas todavía, Bartolo, y como dicen que dijo Nikita Jrushchov, hasta hace poco ellos estaban sentados donde mismo estás sentado tú ahora.


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