Caravana postrevolucionaria
La Habana recibió indiferente las celebraciones por los cincuenta años de castrismo. Al frente, Castro Díaz-Balart, avalado por sus méritos genéticos.
El año 2009 ha comenzado con interminables referencias a la historia de Cuba, especialmente la relacionada con la gesta revolucionaria que comenzó en 1956. Los medios de comunicación muestran, incansablemente, imágenes del triunfo de la revolución. A fuerza de tanto repetirlo, hacen del pasado un presente permanente, como si en Cuba no hubiera existido nada más que la revolución de 1959.
Las continuas imágenes en blanco y negro del Ejército Rebelde, con Fidel Castro a la cabeza, entrando en La Habana, yendo por el Malecón rodeado de triunfo y gloria, de cientos de miles de habaneros, contrasta con la ridícula "Caravana de la Libertad" actual.
Las imágenes de 1959 muestran a un pueblo que llenó las calles de La Habana para recibir a los barbudos, quienes con dificultad se abrían paso entre la multitud. Los habaneros postrevolucionarios no le abrieron el paso a la Caravana de la Libertad de 2009. Sencillamente, dejaron que siguiera su camino, se mostraron lejanos e indiferentes, sin entrar en contacto físico con el espectáculo, aun cuando no dejaban de gritar mecánicamente vivas a la revolución. Las calles de esta Habana lucieron semivacías, lo que permitió que los camiones militares pasaran a toda velocidad.
Si aquel 8 de enero de 1959 el ejército revolucionario llegó a La Habana, este enero de 2009, en una Habana postrevolucionaria, parecía que el circo había llegado a la ciudad. El espectáculo montado para recibir la Caravana fue pobre y deslucido; otra tomadura de pelo para los habaneros. Tal caravana, como pomposamente se anunció por doquier, no fue otra cosa que cuatro camiones militares, dos de ellos ocupados por "pioneritos" y gente del pueblo, mientras los restantes iban desocupados. El resto eran Ladas y una ambulancia.
Ilusión periodística
La capital desbordada de alegría de la que habló Juventud Rebelde fue en realidad la reunión de unos pocos miles de ciudadanos en el Cotorro, Malecón y La Rampa. En el Malecón de 2009, se encontraban estudiantes de secundaria desde San Lázaro hasta La Rampa. En la calle 23 ubicaron a los pioneritos con sus respectivas banderitas, que, según constatamos, fueron devueltas a sus maestras al final del evento, quizá con la intención de que duren cincuenta años más.
A pesar de que Juventud Rebelde reportó que la Caravana fue recibida con "una apoteosis de pueblo" en un "recorrido triunfal", con una capital "desbordada en alegría", lo cierto es que el recibimiento lució pobre y falto de entusiasmo. Gracias a la presencia de los pioneritos y estudiantes de secundaria y de los trabajadores que fueron obligados no sólo a asistir, sino a gritar con entusiasmo, el recibimiento tuvo cierto lucimiento, porque de no ser por ellos, sólo los turistas, siempre alegres e ignorantes ante estos episodios, eran los únicos espontáneos.
El paso de la Caravana por ciertas zonas de la ciudad fue fugaz; tan sólo se detuvo unos 15 minutos en la calle 23, frente al Instituto Cubano de Radio y Televisión, donde Aramis Padilla cantó unas décimas dedicadas al triunfo de la revolución: "Desde aquel glorioso enero / no hubo más perseguidos / ni más ametralladoras / mandando al pueblo habanero / La Habana es libre y de acero / no sólo por el cartel / que está encima de ese hotel / sino porque hay aquí abajo / un pueblo que va al trabajo / gritando Viva Fidel".
Príncipe verdeolivo
En La Rampa, en un jeep militar que presidía la caravana, tres personajes escucharon complacidos a Padilla: la ex voleibolista Regla Torres, el jefe del Centro Nacional de Meteorología, José Rubiera, y Fidel Castro Díaz-Balart, en uniforme verdeolivo.
La presencia de este último se podría justificar porque, en 1959, Fidel Castro —orgulloso padre revolucionario— recogió a su hijo en la antigua Cervecería Modelo. Sin embargo, cinco décadas después, el hecho puede leerse también como la inclusión, muchas veces forzada, de la presencia simbólica de Fidel Castro Ruz en todos los actos de Estado. Dado el enorme parecido físico entre padre e hijo, Castro Díaz-Balart, al frente de la Caravana de la Libertad, también representa un simbolismo que habla sobre quien, aparentemente, sigue al frente del país.
¿Se acordará Fidelito del triunfo y la gloria, de cuando recorrió La Habana acompañando a su padre? ¿Los recuerdos de aquellos años se habrán sobrepuesto con lo vivido en la ridícula Caravana de la Libertad, ante una ciudadanía que lo miraba indiferente, que no se volcó en cariño y se limitó a agitar banderas a lo lejos?
El único mérito de Castro Díaz-Balart para ir al frente no se lo dio la Historia, ni el esfuerzo propio, sino la genética. ¿No merecían los habitantes castristas de La Habana que los rebeldes que aún quedan vivos y siguen fieles a la revolución se montaran en un jeep y salieran a saludar a los hijos y nietos de aquellos hombres y mujeres que con tanta dicha los recibieron hace cincuenta años?
Lejos de La Rampa se llevaba a cabo el acto oficial en la Ciudad Escolar Libertad, con la presencia de Raúl Castro, Rafael Correa (presidente de Ecuador), Ramiro Valdés, Esteban Lazo, Ricardo Alarcón y 2.000 habaneros "en representación del pueblo de Cuba". No hubo nada que valiera la pena, los mismos discursos, nada que hablara de nuevos tiempos, sobre todo cuando una anciana cantó: "La era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor…". Y la maldita circunstancia de los pioneritos por todas partes, recitando, cantando, declamando poemas, discursos, en un acto de Estado que parecía festival de escuela.
¿Conmemorar para qué?
El aniversario 50 del triunfo de la revolución fue la ocasión para reforzar el pasado de gloria e instalar una versión salvadora que se extienda hasta el futuro. La conmemoración de fechas públicas es la oportunidad para activar la memoria y, con ello, la identidad, en este caso, la revolucionaria.
Sin embargo, está claro que la relación entre pasado y presente revolucionarios y sus respectivas identidades, ha sufrido una crisis. Por más que se quiera manipular el pasado, la conmemoración en el presente es indiferente y fría, porque la identidad del cubano, con respecto a su pasado, se ha transformado.
La conmemoración conlleva varios sentidos que se relacionan con la memoria y cómo la gente ha construido esa memoria en correspondencia con el pasado; los años de período especial pusieron en crisis el acto simbólico de conmemorar o recordar, puesto que la miseria económica y moral de aquellos tiempos quebró el sentido de un pasado de gloria y su relación con un supuesto presente de esperanza.
Si en la Isla los sentidos de la conmemoración se han transformado, las identidades también han hecho lo suyo. Sobre todo cuando se trata de millones de ciudadanos nacidos en los años ochenta y noventa, cuyo discurso identitario poco sabe de la zafra de los diez millones, de muñequitos rusos o del éxodo del Mariel.
Por ello, cabe preguntarse: ¿Quiénes quieren conmemorar y qué quieren conmemorar? ¿Quiénes festejan los cincuenta años de revolución?
Mientras unos plantean seriamente que van por cincuenta más, otros, los de abajo, están a la expectativa del rumbo que tomará la cosa, temerosos de que lo próximo que les quiten sea la libreta de racionamiento.
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