Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

Confieso que he sobrevivido

La Crisis de los Misiles: Todavía los cubanos seguimos detenidos en aquella escalofriante noche de octubre de 1962.

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Hoy, debido a la fecha, me levanté pensando en cosas que me llevaron a rememorar Confieso que he vivido, el excelente título que diera Neruda a sus memorias. Dichoso él, me digo, que pudo morir siendo tan rotundo. Claro, Neruda no era cubano y yo sí, él no estuvo aquí en Cuba cuando la Crisis de los Misiles, y yo sí estuve. Como a todos los mortales de entonces, a Neruda la Crisis le dejó una imagen, la del susto que cayó como un rayo sobre el planeta, a mí la nostalgia. Y algunas dudas.

"(Disculpadme si os humillo sin querer. Disculpadme, pero no puedo evitarlo.) Tengo entonces veintinueve años, dos hijas pequeñas, una de meses y otra que acaba de cumplir dos años, tengo una mujer que me gusta y a la que amo, y tengo grandes proyectos. La Isla está al desaparecer, y lo sé, también lo saben los demás, pero por la cara que tienen todos pareciera que nadie lo sabe aún. Ha sido como ponerse otra vez las botas para esperar la siguiente invasión. Y con botas andamos, por cierto, y mucha prisa.

"Quién sabe si todavía en las horas de vida que nos quedan podamos materializar los sueños que teníamos priorizados para lo que queda del siglo XX y los dos siglos siguientes. En su mayor parte, los médicos con que contaba la Isla al triunfar la Revolución se habían marchado, igual habían hecho los dentistas, y las bodegas y tiendas de ropas seguían 'peladas'; pero de esto tampoco parece haberse dado cuenta mi gente. En definitiva, para quienes tienen las horas contadas, qué importancia podrían tener esas minucias.

"Es un espíritu que (si todo no ha sido un sueño, como tal vez sospechando alguna trampa de los dioses solía Homero repetir) guarda, recogido con mucho cariño y lágrimas que no se ven, un texto donde hay un sillón para conversar un padre rodeado de su familia, una radio y unas botas que se van y pudieran no volver".

Lo escribió Roberto Fernández Retamar, quien ya había tenido el privilegio de escribir El otro (en mi concepto, el poema de la Revolución), durante el Taller que al romper la Crisis creará la UNEAC para producir arte de emergencia para las trincheras y en el que tantas anécdotas dejará Lezama a su paso por aquel cuartel general de las artes y las letras donde a él también lo sorprenderán allí, noche a noche, las medianoches de aquel tiempo. Es el sentido poema de Roberto, A mis hijas, que no es un gran texto (que ni siquiera es un buen texto), pero es un gran texto. Por derecho propio, el poema de nosotros los de entonces, aquellos cubanos, los legendarios de la Crisis de los Misiles.

Hoy, al mirar hacia atrás, me siento perdido. ¿Qué pasó después? ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué se hizo de aquella civilización? ¿Dónde están los dioses de entonces?

Puedo al respecto suponer dos cosas. Finalmente Nikita y Kennedy no se pusieron de acuerdo, y alma en penas que aún no se ha acostumbrado a estar muerto, estoy imaginándome vivo. Esto explicaría la pesadilla en que me siento vivir; pero de ser esto así, tendríamos que aceptar que entonces la mente de aquella alma en penas ha quedado muy lastimada por la radiactividad, lo cual sería mucho suponer.

La otra sospecha es igualmente fabulosa, aunque quizá menos compleja. Los misiles no han caído todavía, todavía los cubanos seguimos detenidos en aquella escalofriante noche de octubre de 1962 y, en un momento de debilidad, a fin de poder seguir esperando el instante final sin flaquear (como corresponde hacer al condenado que tiene una fe por la cual morir), me he dado a imaginar que esta vida que me parece estar viviendo ahora es, en realidad, la vida que me estaría reservada de no producirse la catástrofe nuclear.

En todo caso (Neruda, para su suerte, no tuvo que aprenderlo), sobrevivir no es siempre la mejor opción, aunque al principio pueda parecerlo.


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