Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Noticiero, Cinemateca, ICAIC

De la historia como memoria fílmica selectiva o a un precio

Ver el noticiero en Cuba no era un simple acto informativo, sino de reafirmación revolucionaria: se esperaba que uno aplaudiera cuando aparecía Fidel Castro

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A mediados de la década de 1970 tuve la idea de presentar en el cine club universitario que funcionaba en el conocido anfiteatro Varona, de la Universidad de La Habana, uno o varios programas dedicados al noticiero cinematográfico del ICAIC, como muestra del género y las técnicas —muchas veces innovadoras— que en Cuba se utilizaban en la elaboración de un material que por lo general, en cualquier parte del mundo, se limitaba a destacar algunas informaciones —y ocultar otras— de una forma convencional y sin mucho entusiasmo —o ninguno— por enriquecer su lenguaje y formato.

Mi intención era precisamente esa: destacar las innovaciones en el lenguaje fílmico que caracterizaban al noticiero cubano, sin detenerme en los hechos presentados, de sobra conocidos por el posible público y con la seguridad de que todo el material a exhibir había sido debidamente filtrado desde el momento de su elaboración. De la censura de los acontecimientos ya se había ocupado el ICAIC y no tenía que preocuparme. Era un material políticamente correcto, más “kosher” que los productos de cualquier carnicería judía debidamente certificada y sin la posibilidad de cuestionamiento ideológico alguno, que siempre encontraba al solicitar cualquier película, no solo estadounidense, sino de campo socialista o la propia URSS.

El único riesgo, que creía estaba asumiendo con la idea, era que las funciones transcurrían en una sala casi vacía: los estudiantes universitarios no estarían particularmente motivados en destinar una o varias noches a ver un material que por lo general rechazaban, más allá de preferencias políticas o razones ideológicas, por lo cansón y repetitivo de su contenido, y haberlo conocido con anterioridad en “círculos políticos o de estudio”, reuniones innumerables, trasmisiones de radio y televisión y acompañamiento forzoso a las proyecciones de los cines.

Tenía experiencia en ello. Cada semana, cuando acudía con un grupo de amigos y conocidos a las funciones de la Cinemateca de Cuba, solíamos abandonar la sala y turnarnos en la tarea de asomarnos a la espera del fin del noticiero. Hacíamos aquello incluso asumiendo pequeños riesgos. Daniel Díaz Torres, que por entonces solía ser uno del grupo y no había realizado aún ni siquiera un corto, nos advertía de la discreción imprescindible: estar en el vestíbulo de la Cinemateca esquivando el noticiero no solo no era bien visto sino implicaba arriesgarse a una denuncia. El propio Daniel a veces renunciaba a salir, y refunfuñaba en la luneta hasta que acababa el dichoso noticiero.

Ver el noticiero entonces en Cuba no era un simple acto informativo, sino de reafirmación revolucionaria: se esperaba que uno aplaudiera cuando aparecía Fidel Castro o con las palabras de sus discursos. Pero por lo general en la Cinemateca nadie aplaudía —salvo cuando se trataba de una “premier” y ante la presencia de funcionarios— y no pasaba nada.

Así que ese era el riesgo, creía yo: abandonado en la función programada en el Varona y sin nadie que escuchara mi “análisis” del lenguaje cinematográfico, un término que nos gustaba repetir a cada momento. Para un joven con pretensiones no solo de crítico de cine sino de estética y semiótica —de lo que, por supuesto, no sabía ni un carajo— y empeñado en adquirir “una cultura cinematográfica”, ese riesgo era poco.

Me equivocaba. Cuando presenté en la oficina del ICAIC mi propuesta, fue recibida no solo con frialdad y escepticismo, sino con recelos.

Había que consultar el pedido con la dirección del ICAIC. A su más alto nivel. Ingenuo como era, aquello me asombró. Pasaron las semanas y sin respuesta. Otro ciclo de películas tuvo que ser programado, porque quien tenía que autorizar el préstamo estaba de viaje o Santiago Álvarez, el director del noticiero, se encontraba muy ocupado para atender el asunto, o el propio Alfredo Guevara no tenía tiempo para decir sí o no.

Finalmente el ICAIC acordó prestarle a la universidad una selección elaborada para su presentación a los visitantes extranjeros: amigos de Cuba, intelectuales de paso, jurados del premio Casa de las Américas, delegados de los países sociales o representantes de partidos comunistas de cualquier parte.

Sobre la petición de cualquier noticiero en específico la réplica fue un rotundo no.

Al final proyecté una noche, en una sala vacía, dicha selección. Y el análisis y la discusión que había pensado llevar a cabo se quedó en mi mente. Aburrido y casi avergonzado, me enfrenté solo a la pantalla, para no decir nada.

Había topado con otra censura. Comprendí que lo que Fidel Castro había dicho ayer, el otro año o hacía ya cinco, no debía recordarse hoy. Que el plan que en un momento se había elogiado era ahora un fracaso o estaba abandonado. Que el dirigente internacional o el visitante de turno que aparecía en pantalla, el gobierno amigo que se mencionaba, ya no lo eran. La historia se escribía a diario en Cuba, pero recordarla era otro asunto: la memoria era selectiva.

Otra memoria —la colectiva gracias al paso del tiempo— aparece en el noticiero ICAIC, pero continúa encerrada.

Ha sido restaurada y se considera desde 2009 como “Registro de la Memoria del Mundo” de la UNESCO. Los noticieros cinematográficos latinoamericanos, que se produjeron cada semana entre 1960 y 1990, están ahora conservados y digitalizados. Son 1 490 emisiones. Pero no al alcance de todos, como por lo general ocurre cuando se lleva a cabo un proyecto de este tipo, colocados en un sitio en la red o al menos al alcance en una biblioteca. De eso no se habla.

El diario Juventud Rebelde informa que en el programa Mesa Redonda del pasado sábado se anunció que una selección, presentada por Lola Calviño, vicedirectora de la Cinemateca, será exhibida por el Canal Educativo 2.

No se informa de que dichos noticieros podrán ser vistos de forma gratuita, en su totalidad o de forma selectiva, por alguien que se interese por ellos en Cuba.

La conservación y digitalización se llevó a cabo gracias a un convenio firmado por la Cinemateca de Cuba y el ICAIC con el Instituto Nacional del Audiovisual (INA) de Francia, quien corrió a cargo del proceso.

De acuerdo a una información aparecida hace casi cinco años en el sitio Cubadebate, el 14 de diciembre de 2013, el convenio “también asegura la explotación conjunta de los fondos digitalizados con beneficios para ambas partes, aunque el ICAIC se reserva los derechos patrimoniales y la titularidad de los fondos originales del Noticiero”.

Así que la posibilidad que existe es de que dichos noticieros se puedan adquirir fuera de Cuba o pagándolos con divisas.

Para un país que consideraba dicho noticiero “un suceso cultural en la isla”, esa “cultura” ahora habría que pagarla.

Muchos de los mencionados en este recuento están muertos, “La Lola” ya no es aquella muchacha estudiante de Letras de entonces y yo, por supuesto, tampoco soy el mismo y ni siquiera vale la pena citar a Neruda. Lo único presente, imperecedero en Cuba, es igual censura. La única esperanza es que ahora eludirla tiene otro precio: en euros o en dólares.


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