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De la india cubana Luisa Gainsa, hace un siglo, al ADN recién probado en sus descendientes de hoy

Después de leer algunos comentarios sobre el libro Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN

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El universo mediático Cuba está reproduciendo la noticia de que, mediante pruebas de ADN, se ha confirmado, ¡al fin!, la supervivencia hasta el presente de los aborígenes cubanos existentes cuando Cristóbal Colón encontró la tierra que le hiciera exclamar nunca tan hermosa cosa vido. Se trata del libro Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN, firmado por cinco autores, de los cuales cuatro son científicos cubanos y el quinto un fotógrafo profesional español.

Parafraseando un decir popular, vamos a comentar “sin perder la ternura”, porque el libro amerita leerse, más allá de las escasas páginas necesarias para dar a conocer una prueba de ADN. La controversia asalta cuando constatamos que algunos reportes sobre el suceso hacen borrón a la historia anterior o la sitúan en un estatus neblinoso, “que no es lo mismo, pero es igual”, repitiendo el estribillo de una conocida canción, también parte del fraseo cubano.

Puede afirmarse sin lugar a dudas, y vamos a demostrarlo, que la supervivencia hasta el presente de los agroalfareros cubanos, tainos y siboneyes, es algo conocido y probado más allá de toda duda razonable, antes de la conquista científica sintetizada en las letras ADN. Estos aborígenes pertenecen a la etnia arahuaca, igual es lícito escribir Arawak, aún viva en la amazonía. Sus ancestros emigraron a las Antillas unos mil años antes que nos visitara el Gran Almirante de la Mar Océana, y Cuba fue el final obligado de esta emigración sucesiva, al cerrar el gran arco de islas que conforman un mediterráneo tropical.

Sin ir tan atrás en el tiempo, que nos obligaría a entrar en archivos propios de especialistas, es mundialmente conocida la foto de la India Gainsa, tomada por el arqueólogo estadounidense Mark Reymond Harrington en 1919, durante su extenso periplo del oriente al occidente de la mayor insularidad caribeña, auspiciado por la Smithsonian Institution.

No es una foto aislada, Harrington tomó otras igual de elocuentes, pero la mirada desafiante de esta mujer, auténtica sobreviviente del holocausto indígena, es impactante. Otras imágenes captadas por el arqueólogo nos muestran una familia, mujer indígena, esposo de origen ibérico, otros niños y no falta una canoa hecha con un tronco de palma real, anclada en la rivera del Toa, el río de mayor caudal en Cuba, columna vertebral de la única selva tropical clasificada como tal en nuestro país, convertida en el parque natural Alejandro de Humboldt. El pie de foto escrito por Harrington es argumento y reto desde hace un siglo: The canoe did not disappear (La canoa no ha desaparecido).

Durante el pasado 2018, el Centro Latino asociado al Smithsonian, abrió una exposición dedicada a este pasado que se niega a desaparecer no solo en nuestro gran archipiélago tropical y, las fotos antes comentadas se exhibieron durante largo tiempo.

Los estudios del mencionado arqueólogo norteamericano fueron publicados inicialmente en un libro de obligada lectura para quiénes se interesan por el tema que nos ocupa, bajo el título de Cuba Before Columbus (1921). Cuba antes de Colón, fue traducida al español bajo el cuidado del ilustre etnólogo cubano Fernando Ortiz, de prolífica labor, a quien paradójicamente, le debemos buena parte de la controversia que estamos tratando.

El portal web CUBAENCUENTRO, dándole justa bienvenida a Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN, reproduce una entrevista telefónica del reportero Carlos Olivares al novelista y considerado etnólogo Miguel Barnet, conocido por el multi editado testimonio Biografía de un cimarrón, traducido al inglés como Biography of a runaway slave.

Luego de una larga carrera matizada por cargos políticos designados por el gobierno cubano y su partido comunista, a los 82 años Barnet preside la Fundación Fernando Ortiz, creada bajo su iniciativa y con el aval de haber sido discípulo directo del sabio que le da nombre.

Tal vez sea la edad, pero asombra esta declaración suya, tomada del portal web CUBAENCUENTRO, sobre el nuevo texto de antropología que nos motiva:

“Este libro explora en la pervivencia y herencia legada por los habitantes originarios del archipiélago cubano: tierras de los indios taínos, siboneyes y guanajatabeyes, de quienes sólo se refiere que dejaron alimentos como la malanga y la yuca. El más respetado etnógrafo cubano, Fernando Ortiz, afirmaba que los indios se extinguieron con la llegada española a principio del siglo XVI: este libro rompe con ese mito que ha imperado durante más de 500 años.”

Una deducción simple acorta la pervivencia de tal mito a menos de un siglo de historiografía. Aunque figuras de tanto prestigio intelectual como Ortiz, ejercieron influencia para mantener la aseveración absolutista de la “desaparición de los indios”, antes de escribir su prolífica obra, en su tiempo y ya en su ocaso existencial, la tesis de Don Fernando fue rebatida con argumentos convincentes.

La negativa a una conclusión derivada de los testimonios del Harrington traducido y publicado en Cuba por Don Fernando, pretendía preservar la pasión predominante en sus estudios, el indudable y por entonces soslayado aporte africano a la cultura cubana.

Sin embargo, en pleno apogeo de su vida intelectual, el gran etnólogo debió leer en Bohemia, la revista número uno de Cuba, de gran difusión en Latinoamérica, un reportaje firmado por el entonces joven espeleólogo, recién graduado Dr. en filosofía por la Universidad de La Habana, Antonio Núñez Jiménez, quien tituló su noticia “Con los últimos indios de Cuba” —año 1949—, relatando la presencia de descendientes aborígenes claramente identificados en Yateras, La Caridad de los indios y Punta de Maisí, actual provincia de Guantánamo, así como en Ocujal del Turquino y Bella Pluma, Sierra Maestra, provincia de Santiago de Cuba.

En 1962 Núñez Jiménez, capitán del ejército rebelde de Fidel Castro, fue nombrado por su Comandante en Jefe Presidente de la recién creada Academia de Ciencias de Cuba, una de cuyas oficinas ocupó Fernando Ortiz.

En este lugar, debió confrontar, ya anciano, con el Antropólogo Dr. Manuel Rivero de la Calle, profesor de la Universidad de La Habana, quien llegara a presidir la cátedra correspondiente. Rivero de la Calle estudió al fondo una muestra de población aborigen superviviente en Yateras, municipio de la provincia de Guantánamo, demostrando con apoyo de las técnicas entonces existentes, el indudable ancestro indígena arahuaco de estos cubanos.

Los resultados de su investigación, además de publicarse en revistas científicas, aparecen sintetizados para el lector general en la obra Las Culturas aborígenes de Cuba (1966), de cuyo contenido cito:

“El grupo que conserva más puras sus características aborígenes y, a la vez el más numeroso, se encuentra viviendo en el municipio de Yateras, provincia de Guantánamo. Se ha calculado que más de 1000 personas de esta región presentan esas características, y en algunas son tan evidentes los rasgos de nuestros primitivos aborígenes que se les conoce con el nombre de “indios” y nadie tiene dudas de quiénes son estas personas.”

Sobre la valoración de esta investigación, escribió posteriormente otro especialista en la materia, José Barreiro, Smithsonian Scholar Emeritus, quien ha dirigido numerosos proyectos de esta institución centenaria, siendo fundador además de la Red de Pueblos Indígenas. Su pasión le llevó a Cuba, al extremo por donde primero sale el sol en el país, lugar que recorrió con un guía excepcional, el antropólogo Alejandro Hartman, historiador de la Ciudad de Baracoa y, uno de los 5 autores del libro que es noticia.

Primero leemos la apreciación de este destacado miembro del exilio cubano sobre las investigaciones del Dr. Rivero de la Calle:

“El estudio biológico de Rivero, realizado en dos etapas —1964 y 1972-1973— se centró exclusivamente en certificar la composición racial en una muestra de 300 personas de origen indígena del municipio Yateras. Su metodología incluyó mediciones antropométricas y observaciones somastópicas (siguiendo el Programa Biológico Internacional), características serológicas y genealogías familiares.” (Sitio Web: Cultural & Survival. Indios en Cuba, 2 de marzo de 2010).

Se trata de un conjunto de técnicas antropométricas evaluativas del cuerpo humano en toda su manifestación visible que excede en detalles al presente artículo: Estatura, hombros y caderas, mandíbulas, narices, pilosidad de la piel, cabellera, epicanto, oblicuidad de los ojos, iris, arcos superciliares, regiones glúteas, pelvis, pies y piernas, y coloración de la piel. Los resultados fueron comparados con la numerosa colección de restos humanos correspondiente a nuestros aborígenes, otros testimonios y estudios conocidos de la población arahuaca actual.

Las conclusiones que hemos citado, se reproducen actualizadas en una segunda obra de tan importante autor, esta vez firmada junto al profesor de la Universidad de La Habana y arqueólogo, Ramón Dacal Moure. Hablo de Arqueología aborigen de Cuba, de la editorial dedicada a la juventud Gente Nueva, La Habana, 1984.

Volviendo a Barnet, resulta inexplicable, por lo obvio, su errado comentario en torno al legado indígena cuando dice “de quienes sólo se refiere que dejaron alimentos como la malanga y la yuca.” Dejaron muchísimo más, es penoso que siendo este señor el asiento número dos de la Academia cubana de la Lengua, desconozca el aporte de más de 200 vocablos claramente tainos al idioma que hoy se habla en Cuba.

El profesor José Juan Arrom, cubano de Mayarí con cátedra en Yale, escribió durante sus 97 años de vida enjundiosos ensayos sobre la cultura taina, de los cuales señalo Mitología y artes prehispánicas de las Antillas (1975), Estudios de lexicología antillana (1980) y El murciélago y la lechuza en la cultura taína, editado con Manuel A. García Arévalo (1988).

Por si fuera poco, el entrevistado para CUBAENCUENTRO no puede desconocer a un colega suyo que también tiene asiento en la Academia Cubana de la Lengua, Sergio Valdés Bernal, autor de un texto en dos volúmenes titulado Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba (1991-1993).

Inclusive, sin repasar los libros enumerados, bastaría andar por los campos del país, apreciando herencias indias tales como el bohío, humilde casa campesina, los caneyes, construcción mayor, muy difundida en las instalaciones turísticas, los recipientes elaborados con la Yagua, el pan de yuca llamado casabe por los tainos y, una larga lista donde ocupa lugar especial toda una tradición asociada a la Palma Real, árbol símbolo nacional.

¿Habló a la ligera el autor de Biografía de un cimarrón? ¿Descuido del entrevistador, igual de ausente a conocimientos tan populares?

A sus 82 años, Miguel Barnet ha causado vergüenza ajena cuando, por ejemplo, justificó y minimizó la responsabilidad de Fidel Castro en la represión sistemática de los homosexuales durante la década del sesenta.

En cuanto al mito de la desaparición de los aborígenes cubanos a mediados del siglo XVI, interpretando el hecho en la calidad de conclusión general, puede darse por válido si consideramos que de una población estimada por expertos en tal vez 200 mil individuos, sobrevivieron quizás 5 mil. El genocidio del 97 % de una población es un acto de exterminio, aunque lo extraordinario está en quienes sobrevivieron para con su presencia denunciarlo. La mirada de Luisa Gainsa condena para siempre lo que jamás debiera repetirse.

Por tanto, es altamente pernicioso y totalmente anti educativo conocer que el libro de texto básico para enseñar historia de Cuba, contiene el este párrafo:

“Una cultura que llevaba diez siglos de evolución en Cuba —su llegada el tiempo coincide con la invasión bárbara visigoda de España y el fin del imperio romano occidental— desapareció pocos años después de la llegada a América, a fines del siglo XV, de los descendientes de los visigodos, los españoles.” (Eduardo Torres Cuevas, Doctor en Ciencias Históricas, autor de Historia de Cuba en 3 tomos.)

Tal cultura y sus habitantes, definitivamente no desaparecieron, inspiran a otros novelistas de dignidad manifiesta, en especial menciono a Daína Chaviano, cuya última obra se titula Los hijos de la diosa Huracán. Precisamente el Catedrático emérito de Yale, José Juan Arrom, ha afirmado que fue huracán la primera palabra india incorporada regularmente a la lengua española.

Un doctor en ciencias históricas cubano, conoce de seguro la existencia de los llamados “pueblos de indios”, resultado del decreto real que en 1542 puso fin a las encomiendas, declarando a los nativos americanos súbditos del monarca español. Esta ley demoró una década en hacerse efectiva, cuando según estimaciones de expertos, tal vez quedaban en Cuba unos 5 mil indígenas.

Entonces fueron creadas varias comunidades bajo los derechos dados por el Rey, de ellas, un ejemplo fue recordado por el periodista Osviel Castro Medel en el segundo diario de mayor circulación del país, Juventud Rebelde, 24 de enero de 2011. Se trata de Jiguaní, fundado el 25 de enero de 1701 por el indio Miguel Rodríguez, con el apoyo de un cura llamado Andrés Jerez, según confirma el historiador de la localidad, Hugo Armas.

Otro capítulo de especial interés es el testimonio del Lugarteniente General del Ejército Libertador, de hecho su segundo Jefe, Antonio Maceo Grajales, citado por José Barreiro:

“Antonio Maceo ordena, utilizando la actividad de una india yerbera/médium, conocida como Cristina, lograr poner a los indios al lado de la causa mambisa e incluso se formará una unidad de combatientes indígenas en la zona de Maisí que ha pasado a la historia como Regimiento Hatuey, el cual participó en numerosas acciones hasta el fin de la Guerra de Independencia en 1898 y entre ellas los historiadores resaltan la importancia de la batalla de Sao del Indio.” (Sitio Web Cultural & Survival )

Volviendo al libro de reciente publicación, Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN, el portal web No. 1 del rating en internet si de nuestro país se trata, CiberCuba, incluye una nota con la siguiente aseveración:

“En 2019 el fotógrafo español Héctor Garrido, uno de los impulsores del proyecto, comentó a la cadena SER que existían pruebas científicas de la existencia de descendientes directos de los taínos y causó revuelo al afirmar que no se extinguieron, tal y como han planteado los historiadores cubanos.”

Es perdonable en términos de historiar, esta imprecisa opinión de un fotógrafo español a quien hemos de agradecer su indudable protagonismo en el proyecto que dio a la luz el libro, junto a otros materiales audiovisuales de indudable valor. Sin embargo, ni Fernando Ortiz, ni el Dr. Torres Cuevas, menos aún el novelista Miguel Barnet, componen juntos a “los historiadores cubanos.”

Hay una pléyade de cronistas del pasado nacional de imperecedera memoria, cuyas obras ocupan un espacio imposible de borrar con algunas simples declaraciones mediáticas.

Quien escribe habla con pleno conocimiento de causa, conocí al catedrático Arrom durante su visita a Cuba en 1980, participando de un productivo almuerzo cargado de enseñanzas, en Trinidad, durante la IV jornada de la Cultura Aborigen, bajo la dirección personal del Dr. Antonio Núñez Jiménez. Con este último participé en varias expediciones por las cavernas de nuestro hermoso cocodrilo verde.

Desde entonces colaboré con Rivero de la calle y Ramón Dacal, de quiénes fui alumno de postgrado. Ejerciendo la responsabilidad de Director del Museo Municipal de Historia de Isla de Pinos, mal llamada Isla de la Juventud, realizamos una excavación arqueológica dirigida por el propio Rivero, en Punta del este, litoral sur pinero, conocido por la existencia en sus cavernas marinas de la más notable muestra de arte rupestre de las Antillas.

Años después conocí en Baracoa a Alejandro Hartman, historiador de la ciudad primada de Cuba, durante la siguiente jornada arqueológica nacional (1985).

Entonces volví a mi niñez en aquellos parajes selváticos, únicos de su clase en nuestra patria, porque mis padres enseñaron allí durante un lustro de sus vidas a los niños montunos, abundaban entre ellos los de clara identidad india, junto al Duaba, cuya desembocadura sirvió de rada al Titán Maceo, al desembarcar el 1ro de abril del glorioso año 1895.

Está de moda en las redes sociales la expresión cambiar el mundo, asociada a hechos y personas que supuesta o realmente, en algo o mucho han ejercido influencia en la globalizada vida actual. La frase, de tanto usarla, ha degenerado y deben reprobarse los excesos que oscurecen con sus olvidos la continuidad de los procesos históricos, además, porque “honrar honra”, bien lo dijo el Maestro de la ética política e intelectual, José Martí.

Cuenta José Barreiro, destacado activista por los derechos de los pueblos indígenas de nuestro planeta, que durante su visita a La punta de Maisí, mientras discutía con su colega, el historiador Hartman, sobre el grado de autenticidad de aquella cultura aún viva, desde el asiento trasero del auto, el indio Pedro Hernández, habitante de una comunidad allí radicada, cuyo padre y abuelo guiaron a Núñez Jiménez y Mark Harrington respectivamente, les interrumpió diciéndoles:

“Pero estoy aquí, Indios o descendientes, es lo mismo. Ellos, los viejos taínos, estaban aquí. Ahora, nosotros, mi generación, estamos aquí. No vivimos exactamente como ellos, pero todavía estamos aquí”.

Desde hace al menos un siglo, Luisa Gainsa viene diciendo lo mismo.


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