¿De regreso adonde todo empezó?
¿Qué cubanidad defienden quienes aún apoyan a la revolución cubana, cuando se entrega la nación al mejor postor y a los nacionales se les restringen inversiones, ganancias y derechos?
Todavía recuerdo el muy privado campo de golf frente al mar, al oeste de La Habana, en mi camino a Jaimanitas, una pequeña playa pública adonde mis padres nos llevaban en verano. Era un campo nítido, de un verde brillante que contrastaba con el azul intenso de la costa. Después, en 1959 o algo así, ese campo “burgués” fue barrido por tractores “proletarios”. Ahora, otras compañías “burguesas” reconstruyen el campo de golf, para la sobrevivencia de la élite en el poder. Y subrayo esto, porque me cuesta trabajo creer que el ridículo listado de trabajos autorizados a los cuentapropistas, más las contradicciones, retórica reiterativa y ausencias en los Lineamientos aprobados por el VI Congreso, conduzcan a otra cosa sino a ganarles a los Castro unos cuantos años más de mala gobernanza.
Es consenso entre toda persona sensata que se dedica a producir análisis sobre Cuba, aconsejar la reedificación del país bajo otro régimen de gobernabilidad diferente al actual. Pero con lo aprobado y anunciado hasta hoy, se trata del inicio de un tránsito a un capitalismo de Estado, sin un plan claro, o al menos confeso, maniatado por la cúpula gobernante, y cerrado a las libertades de los cubanos, tan justas como necesarias incluso para echar a andar las ambiguas reformas que se programan.
Un simple vistazo a los planes de Leisure Canada en Monte Barreto, Jibacoa y Cayo Largo, y al de Standing Feather International con su proyecto de Loma Linda, al que escuetamente denomina “The Plan”, al oeste de La Habana, mueven a preguntarse qué es lo que defienden los actuales seguidores del socialismo y la revolución —esa entelequia en los discursos, que como movimiento radical dejó de existir desde la primera mitad de los años 60—, qué cubanidad se defiende cuando se entrega la nación al mejor postor y a los nacionales se les restringen inversiones, ganancias y derechos.
Los planes todos incluyen la construcción de hoteles de lujo, “para servir a las exigencias de los viajeros internacionales más sofisticados” —dicen los brochures—, villas para propiedad de extranjeros, aledañas canchas de golf, que en el caso de Loma Linda nada más y nada menos resucita el viejo campo del Biltmore Yacht Club. Al menos los socios del Biltmore, construido desde los años 20 del pasado siglo, eran en su mayoría cubanos. Estos nuevos residentes serán extranjeros que podrán disfrutar una contratación de las tierras de la Isla por 99 años, casi el doble del tiempo que hace que esas propiedades les fueran confiscadas a sus antiguos dueños.
Pero no son solo los canadienses, los británicos y firmas mexicanas han declarado estar interesadas en desarrollar al menos ocho campos de golf en Cuba. Me pregunto con qué agua se logrará que la pelotica corra por el verde; cuánta de la que hoy reciben ciudadanos de las afueras de La Habana en días alternos y por breves horas será desviada hacia el nuevo Biltmore, Jibacoa o Varadero; con cuánta agua acumulada en tanques dejarán de soñar los habaneros que desde hace años se bañan con un cubo, latica a latica, sin ver que se hagan inversiones sostenibles para el abasto por tuberías, ni acueductos que puedan emular al de Alberro, bajo justificaciones de implacables sequías —la de hoy puede compararse con la de 2003 y 2004, esta con la de los 90, y así sucesivamente en conteo regresivo.
Pero, sucede que como en Cuba no existe una sociedad civil auténtica y dinámica, ni prensa pública libre e independiente, los cubanos no pueden protestar este nuevo atropello de los Castro, al que una brillante periodista acertadamente calificara como “un cruel experimento social en el que los ratones han sido sustituidos por personas”.
En los años 50 del pasado siglo, por ejemplo, José Antonio Echeverría protagonizó junto a la Federación Estudiantil Universitaria una campaña en todos los medios de prensa del país contra la construcción del Canal Vía Cuba, un proyecto bajo el Gobierno de Fulgencio Batista que atravesaría la Isla de norte a sur, en el cual se conjugaban capitales cubanos y foráneos. Con independencia de cualquier propósito militar que tuviera el proyectado Canal, lo cierto es que la obra le reportaría al país un gran desarrollo industrial y comercial, pero el país quedaba dividido en dos. Y la pelea nacionalista la echó la sociedad cubana: los colegios profesionales de ingenieros, arquitectos, médicos, abogados, los sindicatos, organizaciones políticas y estudiantiles, sociedades culturales, sectores laicos y religiosos, entre quienes descolló la FEU con José Antonio al frente. Fue una campaña nacionalista que ganaron los cubanos organizados en la sociedad civil, mediante presentaciones en el Congreso y entrevistas y artículos en la prensa de entonces.
Pero, ¿qué pueden hacer los cubanos hoy bajo el “socialismo” del General Castro? ¿Qué mecanismos de debate, de confrontación al Estado pueden ser pulsados? ¿A qué instituciones les correspondería recibir las potenciales denuncias?
Cincuenta años —¡en realidad 52!— se han perdido en la vida de la nación. Casi dos millones de cubanos viven en el extranjero, incluyendo a calificados profesionales; miles de familias están divididas o destruidas; cientos de cubanos se han ahogado en el Estrecho de la Florida; por oponerse a las políticas en curso, cientos han sufrido represión, cárcel u hostigamiento frente a sus hogares y a sus hijos; una buena parte de la población vive actualmente en la miseria, y este gobierno “socialista” y “revolucionario” conduce al país de nuevo adonde todo empezó en 1959. Excepto que en aquel tiempo, el verde campo de golf del Havana Biltmore pertenecía a cubanos, y ahora será propiedad de compañías extranjeras; Cuba era entonces un pequeño país próspero, y ahora está en ruinas.
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