De un cubano para sus compatriotas y frente al mundo
¿Qué nos toca hacer a quienes habitamos en cada uno de los 72 países registrados según estadísticas, conformando la inmensa diáspora generada por el castrismo?
El presidente de la democracia líder de nuestro convulsionado planeta ha decidido suavizar con medidas de apertura económica, la presión que su gobierno ejerce sobre la dictadura más larga y represiva que conoce la historia del hemisferio occidental, instaurada en Cuba por Fidel Castro.
El asunto venía en camino porque fue promesa electoral del actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden. Únicamente la inesperada rebelión, masiva y pacífica del pasado 11 de julio, aplazó la nueva apertura, tal vez porque era en extremo bochornoso favorecer de inmediato a un régimen que estaba encarcelando cientos de cubanos, reclamando una libertad reprimida de todas las formas posibles desde el 1ro de enero de 1959.
La decisión es polémica, de una parte, en lo alto de la pirámide social pervive una oligarquía de nuevo tipo engendrada por los hermanos Castro, apropiándose de la tajada mayor del trabajo enviado hecho remesas por los millones de emigrantes, del otro lado, la mayoría empobrecida, sometida, pero aun así necesitada de la ayuda que generosamente se envía.
Los cubanos, dentro y fuera, saben que es su gobierno, y no los Estados Unidos, el responsable primero y último de la desgracia nacional, aun así, la vida es una y diaria, y las remesas en sus múltiples variantes, son la pastilla calmante, no curadora, del dolor.
Pero a fin de cuentas las vergüenzas suelen disfrazarse en política, apelando a la humanidad de los propósitos.
Imposible olvidar que el fundador del reino totalitario comunista cubano, fusiló cientos de oponentes sin debido proceso, encarceló miles de ellos, obligó al exilio a una cifra mayor, sumiendo al país en la mendicidad hecha cuestión de estado a la par que cotidianeidad de la gente, todo en nombre de “una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”.
Anticipándose a la esperada orden ejecutiva norteamericana, la Plaza de la Revolución hizo honor a su histórica postura de no ceder jamás un ápice frente a sus opositores, sean ciudadanos propios, ajenos o gobiernos, imponiendo un nuevo código penal, cuyo alcance censura la escasa libertad de expresión ejercida durante los últimos años a través de las redes sociales.
La figura delictiva “propaganda enemiga” se ha trasmutado en “atentar contra el orden constitucional”, permitiendo enrejar a quien cuestione la carta magna vigente, cuyo articulado eterniza el sistema socialista, llegando al extremo de considerar grave desacato criticar por su nombre a las autoridades.
El nuevo cuerpo legal se ocupa además de sancionar personas o instituciones financiadas desde el exterior, si la policía política, los tenebrosos Órganos de la Seguridad del Estado, determinan que los recursos en cuestión constituyen un peligro para el orden constitucional vigente.
¿Qué nos toca hacer a quienes habitamos en cada uno de los 72 países registrados según estadísticas, conformando la inmensa diáspora generada por el castrismo?
Nuestro exilio es tan antiguo como las luchas emancipadoras iniciadas en 1868. José Martí, nuestro hombre nación, vivió una fructífera década en los Estados Unidos, dónde se ganó el reconocido título de El Maestro. Una de sus lecciones responde a la pregunta de este comentario.
Cito el artículo # 5 de las Bases del Partido Revolucionario Cubano, creado por El Apóstol en suelo norteamericano, al comenzar 1892:
El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre.
El subrayado es de quién escribe. Han pasado 130 años y estamos, restando la tecnología, ante el mismo dilema de Martí, Maceo y Gómez, liderando miles de cubanos, entonces como ahora, refugiados en diversos países de Europa y América, la mayoría en los Estados Unidos: ni tenemos patria; ni tenemos democracia en la tierra que nos vio nacer.
En cuanto a escapar del despotismo, ellos en su tiempo hicieron honorable el acto, tanto como nos corresponde hacerlo hoy.
Es decir, nuestro hombre nación no centró su quehacer político en clamar ayuda de los gobiernos dónde habitaba el exilio, le parecía suficiente, además de honorable, contar con el esfuerzo propio, aprovechando, eso sí, la capacidad productiva y el talento desplegado en tierras de libertad.
De su extenso quehacer periodístico, es mínima la crítica martiana a las relaciones entre Estados Unidos y España, respecto a la lucha patriótica de los cubanos.
En el foco de su pensamiento, y sobre todo de su acción, estuvo la unidad imprescindible de los patriotas, veteranos y jóvenes, sin importar razas, credos o doctrinas, reafirmando que, el partido por él fundado sería disuelto al constituirse la República.
Una organización creada para ganar la patria no podía, según la ética martiana, volvemos a la cita antes enunciada, aprovecharse de los supuestos méritos ganados en la contienda para tomar ventaja en las votaciones. Caudillismo y oportunismo quedaban rotundamente relegados, la patria es ara, no pedestal, nos dijo.
Llegados al punto actual, no veo por qué desacreditar a quiénes expresan con dolor, su desagrado ante el giro político de la Casa Blanca. Sin embargo, el enfoque, la respuesta efectiva será, como en tiempos de Martí, la unidad del exilio, capaz de sumar a la causa de la libertad a esa mayoría indecisa de compatriotas que evidentemente está en contra del régimen.
Un gobierno coordinado, democrático, representativo de todo el exilio, sería al fin respetado y reconocido por muchos gobiernos, con derecho a negociar los asuntos de Cuba que hoy apenas son denuncia y crítica en las redes sociales, frenando la masiva conspiración de una izquierda diseminada por el mundo, cada día más activa, incluso dentro de los poderes representativos de los Estados Unidos.
Los enemigos del mundo libre, la llamada “izquierda mundial”, están resueltos a defender sin contemplaciones lo que aún llaman Revolución Cubana, último referente vendible como promesa de eterna redención, del comunismo, suerte de experimento social fracasado en todas partes a lo largo de la época contemporánea.
Para el exilio cubano, fragmentado, difuso en sus ideas, propósitos y acciones, repasando 62 años de historia, la única opción es la unidad frente al enemigo implacable y resuelto o languidecer en la ignominia.
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