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Campaña, Crisis, Oposición

El difícil oficio de la ciudadanía

Quienes visiten las intervenciones de Amelia Calzadilla en la red observarán su firmeza, su determinación, la claridad y sencillez (que no simplicidad) de sus argumentos y la firme voluntad de no dejarse manipular en ningún sentido

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La semana pasada mi esposa regresó de Cuba, donde acudió al sepelio de su abuela, con quien estaba muy unida. Al bajar del avión, ayudó a una joven que venía con tres niños pequeños. Le recordó a ella misma cuando, 30 años atrás, tuvo que volar sola de La Habana a Madrid con nuestro hijo de cuatro años (que entonces valía por tres). En el propio aeropuerto de Barajas, otra pasajera le comentó “¿No sabes quién es ella? Es Amelia Calzadilla”. Algo que a mi mujer, en ese momento, no le dijo nada. Días más tarde, encontramos sus declaraciones en las redes sociales hechas desde Cuba, y una entrevista que le realizó Ian Padrón 48 horas después de su llegada a Madrid.

Licenciada en Lengua Inglesa, Amelia Calzadilla encendió las alarmas del régimen cubano por sus críticas en directo en su perfil de Facebook. Desde enero de 2021 comenzó a criticar el corte del suministro de gas que afectaba a 11.000 familias, y el 9 de junio de 2022 subió un emotivo mensaje de nueve minutos en el que se refirió también a los cortes eléctricos, el aumento desmedido de los precios, la escasez, la compra de productos de la canasta básica en moneda extranjera. “Porque mis hijos no tienen comida, porque no tienen zapatos, porque no tienen ropa, porque necesitan a mis familiares en el extranjero para vivir dignamente en Cuba”. Y más adelante: “Madre cubana que te levantas por la mañana como yo, preocupada de que te quiten la luz, que no sabes qué le vas a dar de comida a tus niños al final de la tarde cuando lleguen de la escuela (…), yo te pregunto: ¿Cuánto más vas a aguantar? Porque yo no aguanto más”. Culpaba de la situación “a los que dirigen, a los de arriba”. “¿Hasta cuándo el pueblo va a seguir pagando las comodidades de ustedes?”.

De inmediato se produjeron todas las reacciones que cabría esperar: los comentarios de apoyo de muchos compatriotas desde cualquier geografía; otras madres cubanas, a veces con sus hijos en brazos, se grabaron también en vídeos solidarizándose con Amelia; la repercusión entre opositores y activistas, y en los medios cubanos alternativos.

Y, desde luego, la campaña de desprestigio por parte de las autoridades cubanas que, incapaces de responder sus argumentos, ponían en duda su integridad, aduciendo que una persona que se pinta las uñas de tal manera, o tenga tal mueble en su casa, o coma en tal restaurante, no podría estar pasando las dificultades de las que hablaba. (Lo dicen quienes intentan silenciar el glamour, el lujo y los viajes en yate de los Castro por los mejores resorts). Un tal “Guerrero Cubano” mencionó “la caja de Pandora de la supuesta madre sufrida”. “¿Por qué lo hace? ¿Quiénes están detrás y pagan esto?”. Y prometió pruebas que todavía estamos esperando. Otros aseguraron que estaba financiada o que su indignación no era más que una búsqueda de patrocinios. Tampoco necesitaban pruebas. Se trata de una antiquísima estrategia: el axioma de que ningún cubano de la isla tiene criterio propio. Para ellos sólo existen tres tipos de cubanos: los que aplauden, los mercenarios pagados por el oro de Miami, y ellos mismos, los auto elegidos capataces del batey nacional que se distinguen a simple vista por sus prominentes barrigas, emblema de su rango en el país de los famélicos. (Cualquier semejanza con Kin Jon Un no es pura coincidencia). De la misma manera que los tiburones navegan custodiados por los peces piloto y las rémoras, que se alimentan de sus sobras, nuestros mayorales tienen su corte de esbirros, influencers de alquiler e “intelectuales” serviles. Uno de ellos, el “periodista y profesor universitario” Ernesto Estévez Ram publicó en Cubadebate que los vídeos compartidos en Facebook por Amelia Calzadilla son “un ejemplo de manual de lo que se llama gestión de la irritación”, y lo califica como un montaje, nada espontáneo, obra de los “habituales” (para no repetir eso de la mafia de Miami que ya está muy visto). ¿Pruebas? Ninguna. Pero no importa. Echemos a rodar la bola de fango. Ya irá creciendo sola. Si alguien tenía alguna duda sobre el estado actual de la prensa y la educación en Cuba, aquí tiene la respuesta.

Quienes visiten las intervenciones de Amelia Calzadilla en la red observarán su firmeza, su determinación, la claridad y sencillez (que no simplicidad) de sus argumentos y la firme voluntad de no dejarse manipular en ningún sentido. De la misma manera que salió en defensa de sus vecinos por el corte del gas, se pronunció en favor de la esposa de José Daniel Ferrer, a la que no dejaban visitar a su esposo, algo que le resultaba monstruoso aunque no los conocía personalmente. Afirma que agradece pero rechazó ayudas que le habían ofrecido. Cuenta las tres horas que pasó en una truculenta celda de la Seguridad del Estado, un anticipo del infierno; de las amenazas y del miedo, pero sin separarse de la verdad: no fue golpeada ni vejada por sus captores que ni siquiera levantaron la voz. Habla de la falsa condescendencia, el paternalismo de los esbirros: “No te metas en eso… Estás confundida”. Y la traca final: si tus videos incitan a la gente a echarse a la calle, tú serás la responsable. Y Amelia se pregunta: ¿Cómo le explico a mis hijos que la persona que les dice que se porten bien, que sean honestos, que digan la verdad, está en la cárcel? Habla del desarraigo, aunque agradece la oportunidad que le ha dado España a ella y a sus hijos. “Estoy salvando a mis hijos y dejando atrás a mis padres”. Y eso le sirve para recordar la despedida de su padre, quien le dijo que afuera iba a estar mejor sin ellos. ¿Cómo puede estar un hijo mejor sin sus padres?, se pregunta entre lágrimas. Pero esa es la realidad cubana: familias rotas por la distancia, cuyos mayores trabajaron toda su vida para recibir como pensión mensual dos cartones de huevos y vivir ahora de las remesas. Es lo que ocurre en cualquier naufragio: hay quienes logran subirse al bote salvavidas, y quienes confían su supervivencia a la frágil cuerda que los remolca.

En su entrevista, Ian Padrón, a instancias de una internauta, le insiste en que precise una definición, ¿es Cuba una dictadura? (Casi me recuerda aquella famosa escena de El hombre de Maisinicú, donde un alzado incita al otro a que clave la bayoneta en el cuerpo del hombre: “Pínchalo pínchalo, aquí todo el mundo tiene que pincharlo”). Y su respuesta es interesante: “La palabra dictadura no me sirve. Hay un gobierno constituido. Yo no lo voté. Pero están allí por nosotros. Si nos plantáramos…”. Algo a lo que me he referido muchas veces: por acción u omisión, todos somos responsables de ese régimen. No en igual medida, desde luego. Hay un puñado de máximos culpables. Y un puñado de héroes que se han opuesto a la dictadura sin importar las consecuencias. Y millones de responsables subsidiarios, entre los que me incluyo, aunque yo nunca haya militado ni en la UJC ni en el PCC (siglas que ahora también pertenecen a la mayor organización criminal brasileña. Quizá sea un acto de justicia lingüística).

En cierta ocasión tuve un encuentro raro: un antiguo condiscípulo que en la universidad había ejercido con entusiasmo de fanático bolchevique, pero no “hasta la victoria siempre”, sino “hasta Madrid”. Intentó explicar su mudanza, no sólo geográfica, aduciendo que “aquello ya no es lo que era”, como si en Cuba hubiera caído un meteorito u otra fuerza de la naturaleza. Le respondí que, efectivamente, gracias a personas como tú, gracias a tus aplausos y genuflexiones, Cuba ya no es lo que fue, sino la mierda en que ustedes la convirtieron. Por eso cada vez que encuentro a un fundamentalista del exilio que acusa de comunista a todo el que no comparta su catecismo, siempre sospecho que en Cuba fue el secretario en su núcleo del partido o al menos de la UJC. Y ahora, parapetado tras un whisky single malt, canta “Al combate corred bayameses”… Corred (vosotros). No corramos. Los fundamentalistas no cambian de actitud. Cambian de bando.

Amelia Calzadilla va más allá de la mera definición de dictadura: “Lo que está pasando allí es criminal. No es un país”. Y se refiere a la corrupción generalizada, a la decadencia moral, a la falta de esperanza… Le resulta difícil encontrar la palabra más apropiada para un gobierno que está destruyendo sistemáticamente su propio país. Pero concluye que “Mi postura política es ser madre, aunque eso decepcione a muchos. Yo no voy a sacrificar a mis hijos, yo tengo que ser la heroína y la mártir de los tres hijos que traje al mundo”. Y posiblemente no haya mejor definición de ciudadano que una madre, creadora de ciudadanos. En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) se afirma que los derechos del hombre son “naturales, inalienables y sagrados” y que todos los hombres “nacen libres e iguales”. Es decir, todos somos ciudadanos por nacimiento. Otra cosa es que ejerzamos de ciudadanos, algo que evitan a toda costa los totalitarismos. Para ese tipo de regímenes, no importa si son de “izquierdas” o de “derechas” (siempre son “de-sastrosos”), el ciudadano es peligroso, especialmente el ciudadano que ejerce: el que se implica, opina, vota y, llegado el caso, se levanta contra la injusticia. Se puede ser habitante de un país y no ciudadano. Es sintomático que en Cuba la policía trate a los sospechosos como “ciudadanos”. Si no eres consciente de tus derechos vulnerados, o si has renunciado a ellos, entonces eres “compañero”.

Hace algunos meses, un par de músicos cubanos de paso por Madrid fueron agasajados con una especie de mitin de repudio por no haber manifestado un claro compromiso anticastrista. Un amigo defendía esa acción porque los músicos, como personalidades públicas, tenían la obligación de pronunciarse. Le pregunté si él lo había hecho cuando vivía en Cuba y me confesó que no, pero al no tratarse de una personalidad pública su pecado sería menor o inexistente. Intenté que escarbara en su memoria alguna revolución protagonizada por músicos, bailarines, o por pintores, y resultó que las revoluciones las hacen los ciudadanos. Por eso me gustaría felicitar a Amelia Calzadilla, una ciudadana que ejerce. Muchos más necesitaremos en Cuba.


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